Los
nadie: El desasosiego y el sueño
Orlando Mora
Algunos anuncios sobre Los
nadie a raíz de su selección como película de apertura del festival de cine
de Cartagena en el mes de marzo y su inclusión reciente en la Semana de la
Crítica de Venecia daban para temer que
se tratara de otro de esos retratos generaciones tan en boga hoy día. Son
piezas que recogen de manera un tanto espontánea y naturalista el ambiente
social en que se mueven sus actores y autores y que seducen con su aire de libertad
e independencia.
El crecimiento del filme de Juan Sebastián Mesa se da a
partir de las sensibles diferencias que lo separan de esos otros títulos,
algunos realmente valiosos como el mexicano Gueros.
Los
nadie es otra cosa, con una construcción dramática sólida, clásica si se
quiere, sin renunciar a las virtudes que uno espera en obras que responden al entusiasmo del inicio juvenil.
En la primera media hora el director nos introduce con atinado
criterio en el universo personal de los protagonistas, individualizándolos al
punto de convertirlos en verdaderos
personajes, con los matices suficientes para que el espectador pueda
reconocerlos e interesarse en lo que va a sucederles y en su evolución
posterior.
A la fina sensibilidad de esa presentación, se une un tono
menor que elude el riesgo de la denuncia o el énfasis en lo social, dejando que
sea la fuerza y la contundencia de las imágenes las que impongan la realidad de
una ciudad que se despliega en dos espacios, uno lejano en el que a lo mejor
imperan unas rutinas de normalidad y otro que habita en las callejas y
vericuetos en los que transcurre la vida de estos nadie.
Ignoro por completo la biografía de la película, así que nada
sé acerca de los antecedentes de los actores, que logran una naturalidad
absoluta en la representación de sus personajes, aprovechando lo que supongo
sea el conocimiento directo de un lenguaje verbal empobrecido al máximo y
reducido a unas poquísimas palabras, una de las señales generacionales de
identidad de esta juventud.
Si hubiera que destacar un mérito más entre los muchos que
debemos agradecer a Los nadie, me
quedaría con su final abierto y simbólico, con ese viaje al sur, encarnación de
todos los sueños para huir de las trampas de un presente gris y amorfo. Aquí lo
metafórico le gana la partida, por fortuna, al realismo chato y previsible.
Pienso que desde Apocalipsur
de Javier Mejía no se veía en el país una ópera prima capaz de provocar
tanto entusiasmo y tantas expectativas. Ahora habrá que confiar en que Juan
Sebastián Mesa consiga confirmar en una
segunda obra las buenas prácticas de Los
nadie.
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