La última película de Andrzej Wajda en Toronto
Orlando Mora
Resulta difícil para los nuevos grupos de aficionados al cine
medir lo que significò para mi generación el descubrimiento de la trilogía del
polaco Andrzej Wajda. Fueron tres películas en las que se planteaba con gran
intensidad la lucha contra la ocupación nazi, puestas con el entusiasmo y la fe
del joven director que era Wajda en ese momento. Generaciòn (1954), Canal (1955)
y Cenizas y diamantes (1958) son títulos
para nosotros inolvidables.
Con el polaco y también bajo la influencia de la Nueva Ola
francesa se iniciò un movimiento de renovación de las cinematografías de los países
socialistas que giraban en la òrbita de la Uniòn Soviètica. Fueron muchas las
ilusiones que se depositaron en la onda de transformación de esos cines nacionales,
con figuras que se conocieron en Occidente básicamente gracias a los festivales
internacionales de cine.
Por desgracia todo ese proceso de cambio se truncò y se
malogrò como consecuencia de la fèrrea censura que se fue estableciendo en cada
uno de esos países. Las direcciones de cine cayeron en manos de comisarios de
la cultura y muchos directores vieron arruinadas sus carreras ante el cùmulo de
obstáculos y prohibiciones que se les atravesaron.
Creo que todavía no se ha escrito un libro imprescindible con
el inventario de los directores y artistas en general que fueron víctimas del
acoso oficial de los dictadores comunistas de turno y también de quienes desde
distintos espacios respaldaron los actos de censura. Un verdadero cementerio de
creadores cuyas alas fueron brutalmente cortadas.
Estas reflexiones vienen a la cabeza a propósito de la última
película de Andrzej Wajda, exhibida ayer en la edición 41 del Festival
Internacional de Cine de Toronto. Afterimage
es el título de la obra, presentada cuando apenas era un proyecto como la biografía
de Wladyslaw Strzeminski, un artista
vanguardista de los años treinta.
Con noventa años de edad, luce casi imposible no mirar esta película
como una especie de testamento del director. Y puesta en esa perspectiva, el
filme deja un hondo sentimiento de pesar, con su historia de un artista en el que apenas cuatro años, de
1948 hasta su muerte en 1952, se le desatò la màs feroz de las persecuciones por
las autoridades comunistas de su país.
Hay màs dolor que ferocidad en este obra clásica,
transparente y que quedarà como registro de unos tiempos de barbarie que hoy todavía,
por desgracia, algunos parecen añorar.
El trailer
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