La señorita Julia: el teatro y el cine
Orlando
Mora
La señorita
Julia es una
nueva versión de la pieza teatral del dramaturgo sueco Augusto Strindberg,
escrita en el año de 1888. Más que un simple dato, esta información resulta una
referencia indispensable para enfrentarse con
armas idóneas a la propuesta que nos trae esta coproducción multinacional
europea.
No parece difícil adivinar las
razones que expliquen el interés de la directora por el texto de Strindberg. Ingmar Bergman, uno
de los maestros del cine de autor
contemporáneo, amaba la dramaturgia del escritor y alcanzó a dirigir el montaje
de varias de sus obras. Liv Ullmann, mujer y actriz clave en la filmografía de
Bergman a partir de los años sesenta, seguramente quiso volver a una de las
fuentes del teatro moderno.
Según se observa en los créditos, Ullmann
ha asumido la responsabilidad de la escritura del guion, por lo cual hay que
entender que a ella corresponde en ese carácter y como directora la línea que
finalmente se ha tomado para la adaptación a la pantalla del texto de Strindberg,
una decisión arriesgada de cara a la maestría con que Alf Sjoberg lo había
hecho en el año de 1951, en una obra que ganó con justicia la Palma de Oro del
festival de Cannes en ese año.
Liv Ullmann ha decidido privilegiar
el valor de la lealtad al texto original, manteniendo con fidelidad casi
obsesiva la mayoría de los diálogos y ciñéndose estrictamente a ellos. Esa
opción aparece como el origen de las dificultades que presenta la película para
el espectador, que queda paralizado ante una acción que no se ve y que aparece
simplemente referida a través de lo que dicen los personajes.
Si el cine es imagen, el teatro es
palabra y palabra dicha por los actores. Esta última circunstancia se acepta
como convención por el público que asiste a una sala de representación y que se
enfrenta a unos actores en un escenario único o difícilmente cambiable. El
espectador de cine se mueve con otras convenciones y desea que se le muestre,
no que se le refiera en palabras la acción.
Salvada esa limitación, fruto de una
opción asumida por la directora, habrá que subrayar el enorme impacto del texto
del dramaturgo, con un final trágico que refleja la situación de la mujer en
aquel momento histórico, con Julia como la única que pierde luego de la locura
de una noche de solsticio en la que ella y el criado Juan extraviaron sus
papeles.
Liv Ullmann inició en el año de 1992
su carrera de directora, rodando entre esa fecha y el 2000 cuatro películas,
con aciertos que atrajeron la atención de la Crítica, en especial por el buen gusto
y el cuidado técnico de su realización, virtudes que se conservan en La señorita Julia. Un silencio de muchos
años que ahora se rompe con este filme, llegado felizmente a las salas
comerciales del país.
Comentarios
Publicar un comentario