Anora: El despertar de un sueño
Orlando Mora
Hace algunos días se estrenó en la ciudad Anora, una película de la que mucho
debía esperarse al haber sido la ganadora de la Palma de Oro en el festival de
Cannes del 2024 y la verdad, no desilusiona; sus merecimientos son bastantes,
suficientes para convertirla en uno de los mejores títulos de la cartelera
local en este año.
Sean Baker es hoy una de las voces más personales y sugestivas del actual cine norteamericano.
Su filmografía se extiende a ocho filmes en total y su trabajo de 2017 Florida proyect le granjeó una
cuota de popularidad que bien merecía
por sus obras anteriores; ninguna por lo menos de las que conozco desencanta y,
bien por el contrario, dan cuenta de un director que tiene cosas para decir y ensaya
caminos nada trillados.
En esa medida, la primera
observación a propósito de Anora es
que se trata de un filme que guarda evidentes conexiones con el resto de la
filmografía de su director, y que testimonia un evidente progreso en cuanto confirmación
de los universos que le interesan y de un manejo más seguro de la continuidad
del espacio, una limitación que en obras anteriores dejaba la sensación de una
cierta falta de estilo y de arbitrariedad en las transiciones.
Anora es una más en la galería de
mujeres que copan la centralidad de las
películas del norteamericano, todas ellas de origen popular y trenzadas en una lucha a brazo partido con las necesidades
y los desafíos de una cotidianidad que acosa. Son mujeres puestas por la vida a
contracorriente de lujos y refinamientos y a las que el director mira sin prejuicios y con
la distancia requerida para esquivar la compasión.
Baker fija su atención en
ambientes sociales bajos y para captarlos en su real dimensión utiliza como uno de sus instrumentos más eficaces el
manejo de diálogos breves y precisos, sin una sola frase falsa o que confiera a sus personajes una lucidez
artificial de la que naturalmente carecen. De alguna forma las protagonistas
del norteamericano son víctimas de las circunstancias en que las puso
la vida y de las que no consiguen escapar, tal como se revela con especial
claridad en Anora.
En alguna escena de la película, hay una referencia a Disney
World y a las fantasías que ese lugar y sus icónicos personajes despiertan. En
ese momento el director y también guionista torna explícita una de las claves
para la lectura de la obra, que simplificando las cosas puede verse como el
sueño de una cenicienta a la que la realidad se encarga de despertar. Puesta
bajo esa perspectiva, tal vez sea dable distinguir en su estructura
dramática tres momentos de la acción,
claramente identificables y marcados en su desarrollo.
En la parte inicial y luego de
unos pocos minutos en los que con base en fragmentos breves y con una admirable fotografía se deja en
claro el oficio de Anora como trabajadora sexual, entra en escena el joven ruso
que cambiará el discurrir cotidiano de la protagonista, permitiéndole disfrutar
a cambio de sus servicios del lujo que el adinerado hijo de un magnate ruso le
ofrece. Arrastrada en la corriente frenética de unos días locos, Anora cae en
el deslumbramiento y empieza a perder la noción de lo que ella significa en ese
mundo de lujos y diversiones al que no pertenece.
En una especie de segundo acto,
el guion se ocupa del recorrido de las gentes del millonario ruso encargadas de la
vigilancia de Iván, y que ahora se alarman con la noticia de su matrimonio con
una prostituta. En esta etapa de la búsqueda del joven que ha escapado se
utiliza el mismo ritmo intenso de la primera parte, deslizando Baker unos
toques de humor y algunos apuntes sobre asuntos que le interesan.
Pero si bien en los dos primeros
actos hay cosas rescatables y que hablan
evidentemente de un realizador solvente, es en la parte final con la aparición
de los padres de Iván cuando la película adquiere su verdadera densidad y el norteamericano
despliega los mejores momentos de su
cine hasta el presente. No era fácil manejar el trance del desencanto y conseguir el registro apropiado para expresarlo, ya que
suponía un cambio de ritmo y de tono respecto de las dos primeras partes, labor
a la que contribuye la fascinante actuación de Mikey Madison.
Anora descubre lenta y dolorosamente
que el sueño ha terminado. Los planos se vuelven más pausados y Sean Baker
confirma que es uno de los directores con mayor capacidad para trabajar los
finales, con los que consigue cargar de amplia
significación sus historias y
otorgar sentido a pasajes que parecían carentes de importancia. El
cierre de Anora es uno de los más
oscuros y devastadores que recuerde en
mucho tiempo y hubiera sido suficiente para justificar su Palma de Oro en Cannes como mejor película en
la competencia del 2024. Cine de gran vuelo, cine de verdad.
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