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Mostrando las entradas de febrero, 2017
Sin nadar que perder: Los nuevos desheredados de la tierra Orlando Mora   Hay una mezcla fascinante de presente y pasado con un inocultable tono nostálgico y crepuscular en esta película del escoses David Mackenzie. Ese resultado se consigue gracias a las virtudes de un guion que bucea en la realidad reciente de los Estados Unidos- la crisis de las hipotecas   y la forma como muchos ciudadanos perdieron sus propiedades- y el espacio geográfico donde se ubica la trama en lo más profundo del oeste norteamericano. Muchos de los textos escritos a propósito de Sin nada que perder aluden a una especie de vaquero moderno, referencia que se explica por la importancia de sus paisajes abiertos, el regreso de las armas como única forma de sobrevivir en un mundo en el que cada uno debe resolver las cosas por su propios medios y muy especialmente por la presencia del personaje de un viejo comisario en vísperas de pasar a retiro. La epopeya vuelta mito de la conquista del
  Toni Erdman: La vida está en otra parte Orlando Mora Nos gastamos los días   haciendo cosas, muchas cosas y entre tanto la vida pasa al lado sin que nos demos cuenta. Estas palabras son una especie de síntesis que aparece en la escena final de Toni Erdman y que corresponde a una de las ideas centrales   que vertebra la película de la ahora aclamada directora alemana Maren Ade. Antes de ese diálogo de cierre hemos asistido a un largo metraje de ciento sesenta y dos minutos de un guion que firma la misma realizadora y al que creemos la ha hecho falta un control externo que limitara sus evidentes excesos, uno de los riesgos que se corren cuando se suman en la misma persona las funciones de director y guionista. De entrada cualquier reparo a Toni Erdman suena problemático. Estrenada en el festival de Cannes del año anterior, allí cosechó aplausos de la crítica especializada, que la celebró incluso con el premio a mejor película. Declarado también Mejor Filme eur
Hasta el último hombre: Los hechos de la guerra Orlando Mora Perderse los planos iniciales de cualquier película impide siempre una correcta y completa lectura de ella. El principio y el cierre de la obra resultan definitivos, en cuanto son ellos los que mejor revelan el sentido del discurso cinematográfico que nos propone el director, abriendo y restringiendo las posibles lecturas del texto audiovisual. Hasta el último hombre de Mel Gibson confirma la verdad de la afirmación anterior. En la primera escena de la película asistimos a una presentación anticipada de algunos de los momentos que se vivirán en las secuencias centrales de la película, que vienen acompañados con un texto que revela el tono religioso, trascendente que el director quiere imponer como   punto de vista sobre los hechos de la guerra que va a mostrar. De alguna manera si el filme no llega a buen puerto, ese resultado tiene que ver con que no consigue que el infierno de cualquier guerra, en este c