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Gran Tour: El cine ahora y siempre

Orlando Mora

El pasado viernes 18 de abril la plataforma MUBI  subió a  su programación la película Gran Tour, ganadora del premio a Mejor Director en el Festival de Cannes del 2024, en lo que se constituye en un auténtico regalo para los buenos aficionados al cine, que podemos disfrutar de una obra de improbable exhibición comercial.    

La muy exitosa participación del director portugués Miguel Gómes en la competencia de la Berlinale del 2012 con su filme Tabú lo proyectó a una muy alta valoración como  figura de lo que se llama cine de autor. Confieso que no compartí en su momento tanto entusiasmo y que desconozco el resto de la filmografía del realizador, por lo cual el impacto que me deja Gran Tour tiene visos  de revelación y desborda en su inconmensurable belleza todas mis expectativas.

Más que curioso el origen de la película. En una entrevista el portugués confesó haberse inspirado en solo dos páginas de un libro de viajes del escritor Somerset Maughan, sin que esa referencia aparezca consignada en los créditos, tal vez porque en definitiva poco o nada tenga que ver con un guion escrito por el director y tres colaboradores más, un número infrecuente que da para conjeturas acerca de las dificultades que su armado supuso.

Alguna vez Jean-Luc Godard escribió que las películas no se deben poder contar, con lo que aludía a su concepción de un cine que no se limite a poner en imágenes una historia, sino que sea capaz de proponer un universo visual y sonoro que recree la realidad más que simplemente reconstruirla. Esas palabras lucen apropiadas para una primera aproximación a Gran Tour, una obra que depende en su totalidad de lo que sugieren unas hermosísimas imágenes que se encadenan con una lógica diferente a la que manda y ordena el  realismo. 

A Miguel Gómes no le interesa el cine  narrativo, aquel que se subordina a la primacía de los hechos, y en su lugar explora la subjetividad que tanto pretendían los surrealistas y en el cine de un director como Luis Buñuel. En esa medida la pregunta corriente del espectador de querer saber por qué un personaje hace tal o cual cosa no funciona en el caso de esta película, en la que las situaciones son meros supuestos, puntos de partida cuya justificación no puede buscarse en la caracterización psicológica de los protagonistas ni en las motivaciones de sus actos.

En la primera parte de Gran Tour Edward, un funcionario inglés con sede en Malanday, va de un lugar a otro por el sudeste asiático, Japón y China llevado por el azar y en plan de huir de su novia de siete años  que  llega para casarse. En la segunda parte vemos únicamente a la joven que lo sigue en su recorrido y es Edward el que desaparece. El director descarta la simultaneidad en favor de la ordenación sucesiva, convirtiendo el tiempo único  de la acción en dos instancias temporales diferentes, inicialmente el tiempo de él y luego el tiempo de ella.  

En un texto sobre la evolución del lenguaje cinematográfico, el crítico francés André Bazin hablaba de cineastas que creen en la imagen y cineastas que creen en la realidad. Adoptando y actualizando esa nomenclatura, habría que decir que Miguel Gómes pertenece a la primera categoría, dado que su lenguaje es fundamentalmente visual, con una utilización de planos largos para evitar que los sucesos se  fragmenten  y se tengan que reconstruir a través del montaje. Salvo en dos o tres momentos, no existe esta vez el montaje narrativo y lo que sigue de un plano a otro no está determinado por la materialidad de los hechos, son imágenes subjetivas de gran belleza y plasticidad que hablan de cosas, pero a través de la resonancia que dejan en la conciencia del espectador.

Miguel Gómes es un director del tiempo. Su historia  se sitúa  en enero de 1917, pero él rompe la continuidad temporal e introduce imágenes del presente, en una sugestiva confrontación  que se extiende a la diversidad de sonidos de su prodigiosa banda  sonora. Es evidente además la preocupación del portugués por el tiempo en lo que tiene que ver con los recursos del lenguaje cinematográfico, al emplear procedimientos como el iris y la sobreimpresión, desechados por el cine moderno, como si quisiera preguntarse también en ese campo por  la compleja relación entre pasado y presente.

Gran Tour es una isla, un acto de resistencia en medio del crudo naturalismo de las series con que hoy se forma el gusto del público. Son muchas las posibilidades estéticas del cine y Miguel Gómes nos enseña algunas: sus coreografías visuales, los cambios del blanco y negro  al color, sus combinaciones de músicas heterogéneas. De verdad, otro tipo de cine, cine de poesía  y “Todo poema es tiempo y arde”, como sentenció Octavio Paz.

 

 

    

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