Los 7 magníficos
En el año de 1954 Akira Kurosawa realizó uno de sus filmes
más populares y exitosos, Los siete Samuráis.
Tres años más tarde John Sturges ensayó con suerte un remake del filme japonés,
trasladando la acción al universo del Oeste norteamericano con Los
siete magníficos. Yul Brynner y Steve McQueen encabezaban el grupo de siete
luchadores de origen dudoso que tomaban a su cargo la defensa de los desvalidos
habitantes de un pueblo.
Los siete magníficos que se acaba de estrenar en
simultánea mundial es el remake de un remake, un procedimiento nada
extraño en los tiempos de sequía imaginativa del Hollywood actual. La industria
del cine de los Estados Unidos ha perdido toda creatividad y los dirigentes de
sus Estudios son ahora simples contadores, que suman y restan ganancias en
proyectos poco arriesgados y destinados al consumo digestivo del cine en los
centros comerciales.
La nueva versión se ha confiado a un director de oficio, responsable de apuestas casi siempre triunfadoras
en lo que va corrido del siglo desde Training
day en el 2001. Antoine Fuqua es un realizador que sabe manejar el ritmo de
las películas y que resuelve con eficacia el
desafío de contar las tramas con escenas potentes, intensas. Digamos que
Fuqua es un eficiente artesano del cine
de acción y eso es lo que aporta
en Los siete magníficos.
El problema es que poco o nada existe detrás de esa acción y
todas las balas y todos los muertos de Los
siete magníficos bien pudieron aparecer en cualquier otra película con
cualquier otra historia, sin que la adscripción al género de las películas de
vaqueros tenga la más mínima importancia. La fuente de inspiración de Fuqua son
más los filmes del llamado Western spaghettis de los años sesenta y setenta,
una plaga que recorrió el mundo y que solo se salva por el talento de dos o
tres de sus autores, en especial del italiano Sergio Leone.
Los western spaghetti son un cine paródico de la gran épica
que las películas de vaqueros construyeron a partir del hecho histórico de la
conquista del Oeste, género en el que trabajaron maestros clásicos como John Ford y Howard Hawks y otros modernos como Arthur Penn o Sam Peckinpah. Ni
un rastro del cine de esos grandes aparece en el filme de Fuqua, que confirma además la impresión de que el
Western es un género definitivamente muerto.
Salvo excepciones como Los
imperdonables de Clint Eastwood o Danza
con lobos de Kevin Costner, no se hacen vaqueros memorables desde hace muchos años. A la pregunta de por
qué desapareció este tipo de cine, una respuesta probable: tal vez el tipo de
violencia al gusto es demasiado
explícita y gratuita y ya el duelo de dos hombres a simple pistola, en la calle
polvorienta de un pueblo perdido, es muy poco para el paladar corrompido del espectador
de hoy.
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