La casa junto al mar: El
tiempo del regreso
Orlando Mora
Avanza en su segunda semana de exhibición comercial en el
país la película francesa La casa junto
al mar, que es de esperar consiga entrar
en una tercera semana que bien se merece. Se trata de una obra que conmueve en
su serenidad y en la manera limpia y transparente como presenta los temas de que se ocupa.
Su director es un autor en el sentido cabal de la palabra y La casa junto al mar, un Guédiguian en estado puro. A casi cuarenta
años de haber realizado su opera prima, el francés insiste en su Marsella de la
que nunca se ha ido y dibuja personajes que pertenecen a su galería más
personal, en una especie de admirable ritornelo.
Robert Guédiguian debió esperar varios años y realizar seis películas
antes de recibir en 1997 el reconocimiento de crítica y de público que ya
merecía. El premio a Marius y Jeannette
en la sección Un Certain Regard del festival de Cannes le otorgó la visibilidad
de que había carecido y en ese filme,
afortunado resumen de las líneas de su trabajo hasta esa fecha, cristalizaron las que serían sus preocupaciones personales y
el estilo muy particular de su escritura.
El cine del francés está estrecha y definitivamente vinculado
a su biografía. En Marsella vivió años inolvidables de su formación y conoció
el mundo de los trabajadores y de los ambientes en que se mueven, encontrando en ellos la simiente
que alimentaría para siempre sus historias y toda su carrera artística. Salvo
uno o dos trabajos excepcionales, el resto de sus historias transcurren en
Marsella, la ciudad que visita con frecuencia y la que recrea desde la
distancia de su residencia en París.
Luego de los tanteos de sus primeros filmes, Guédiguian
encontró a partir de Marius y Jeannette
el perfil que adquirirían desde entonces
a sus guiones, con un tipo de relato concebido orgánicamente y en el que los
hechos no se agotan en el simple registro y toman siempre un carácter simbólico
que los trasciende y los colma de significación.
Si el principal protagonista del cine del director es el
tiempo, bien puede decirse que La casa
junto al mar quedará como una de sus películas más representativas. El paso
del tiempo que destruye los sueños y en esa medida nos desnuda, nos deja reducidos
a lo que somos y a mucha distancia de lo
que soñamos ser, y que, sin embargo, nos
dice que no hay opción diferente a seguir viviendo con los restos y los escombros
acumulados, salvo que al final se decida
desocupar el mundo por propios
medios.
El tema central de la película es el reencuentro de tres
hermanos con ocasión de la enfermedad con daño cerebral del padre y la necesidad de resolver sobre
los pasos a seguir en lo personal, con la casa en que habita y el restaurante
contiguo que maneja uno de los hermanos.
El filme se pasea en la presentación pausada de cada uno de ellos, mostrando
las cicatrices de las heridas que la vida ha dejado en ellos.
En la ciudad nada es igual, las cosas han cambiado y un
sentimiento fuerte de pérdida y nostalgia
recorre toda la obra. Como es habitual en el director, partidario del
teatro y de un autor como Bertold Brecht, los diálogos aportan
considerablemente al enriquecimiento de la obra, evitando que se agote en lo puramente
descriptivo.
Alguna parte de la crítica descree del cine de Guédiguian, al
considerar optimistas las soluciones y
que su visión de la clase obrera es demasiado amable. La verdad es que el
francés huye del cinismo y prefiere reservar
algún espacio a la esperanza, confiando en las posibilidades de
cambio y transformación del ser humano. Con todo, esa fe no resta solidez ni
complejidad a sus películas, dada la consistencia dramatúrgica de sus personajes.
Robert Guédiguian no ha creado nunca en solitario. Desde sus
primeros trabajos fue construyendo un grupo familiar con los mismos actores,
que encabezan Ariane Ascaride, su mujer de muchos años y amigos de largo tiempo
como como Gérard Meyland y Jean-Pierre Darroussin, en una continuidad
que le permite al director traer una cita de su tercera película ¿Quién sabe? de 1985 y en la que aparecían los mismos
actores jóvenes.
Quedan muchas otras cosas por decir de un director que trabaja
con una caligrafía que parece de antes por su depuración y el ritmo interior de
cada plano y del montaje, en una obra que a la manera del teatro griego, deja
una entrañable sensación de reconciliación con el mundo.
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