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Adiós entusiasmo: Los retos del cine joven
Orlando Mora

No sorprenden los antecedentes con que en materia de festivales se presenta esta película: estreno mundial en el Forum de la Berlinale en el 2017, premios en el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires, Mejor película y Mejor Director en el de Cartagena del mismo año,  exaltaciones en certámenes que privilegian propuestas arriesgadas y de un pleno sabor autoral.
Adiós entusiasmo revela de entrada las fuentes en las que ha bebido Vladimir Durán  y el ambiente profesional en que se ha formado. Lo primero porque cruzan por la obra influencias más o menos reconocibles de ciertos directores, y lo segundo en cuanto pienso que en ella están Buenos Aires y las líneas que distinguen el tipo de cine nuevo que más se valora por la crítica en esa ciudad.
Adelantemos algo de lo que verá el espectador. Una madre y cuatro hijos habitan una casa de sala grande y largos corredores; a ella llegarán algunos visitantes, unos que completan el grupo de los personajes con incidencia en la acción dramática y otros que sirven como testigos de lo que allí se vive. La madre permanecerá encerrada en un cuarto, oiremos su voz a lo largo del filme, pero nunca veremos su rostro.
Lo primero en este cuadro claustrofóbico es la abolición de cualquier referencia explicativa acerca de los protagonistas, de los que poco o nada sabremos. No existe construcción psicológica de Margarita y su familia, ni relación de causalidad visible entre los hechos, lo que se constituye en un desafío para que el espectador elabore su propia interpretación de lo que ocurrió  o pudo haber ocurrido con ellos en el pasado. Todo parte de un presente puro y simple, con momentos que operan a manera de indicios para que el público, cada quien con sus recursos personales, trate de completar y dar sentido a lo que observa en la pantalla.
Acá el espectador funciona como un voyerista, como alguien obligado a ver lo que sucede en un interior, algo que se impone a partir del uso de un lente de formato panorámico, que impide que se pueda acceder a primeros planos y que la acción se mantenga a la distancia de quien necesariamente está en el exterior. A lo mejor en esa óptica se encuentra una de las posibilidades de lectura de la película, con la idea válida de que resulta imposible entender desde afuera  el universo complejo y casi siempre disfuncional de la familia.
Los diálogos y el sonido en general de  la película están diseñados en función de impedir la comodidad del espectador, que debe estar con la atención en alto y presto a descifrar a qué se refieren las palabras que se pronuncian, la música que se escucha o las imágenes borrosas que proyecta un viejo televisor.
En Adiós entusiasmo hay una evidente presencia de lo teatral desde distintos ángulos. A más del recurso brechtiano del distanciamiento que parece presidir buena parte de la intención creativa del director, en uno de los escasos momentos en que la cámara va a la calle se nos mostrará que dos de los personajes trabajan en teatro. Lo otro es la forma como Vladimir Durán ha querido dirigir sus actores, esquivando la apropiación psicológica de los protagonistas y buscando que la construcción de los mismos se realice a partir de los movimientos y de lo puramente físico.
Desconozco las razones  del título de la película. Como espectador me gustaría  pensar que con él se subraya  el hecho fundamental de que la obra se dirige más al cerebro que al corazón. En su opera primera el director, por cuya sangre el cine fluye desde la cuna como hijo de padres cineastas, propone un ejercicio inteligente y tal vez demasiado consciente sobre los dispositivos y los mecanismos expresivos a partir de los cuales cree que debe trabajar como director. Sus películas siguientes nos dirán si la apropiación  y sedimentación  de los mismos se decantarán  hacia la consolidación de un mundo artístico propio.   





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