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Reencuentro: Las guerras del tiempo

Orlando Mora

Richard Linklater es una de las personalidades más curiosas y atractivas del actual cine norteamericano. En el año de 1985 y siendo muy joven todavía, dio inicio a una filmografía que hoy anda por los veinticinco títulos y que se caracteriza por su espíritu  absolutamente personal e independiente, con experiencias que incluyen trabajos de animación.
Eso explica la expectativa con que se esperan sus nuevos filmes y la actitud de admiración  y respeto con que se les juzga por parte de la crítica especializada, más inclinada a destacar sus virtudes  y a olvidar un tanto las limitaciones, seducida por las notables diferencias que presentan frente a una producción comercial norteamericana que raya por momentos en el simple cretinismo.
Se estrena ahora en la ciudad  Reencuentro, una película que mantiene muchos de los rasgos de su cine en cuanto a intereses y preocupaciones y también en la mecánica de su realización, aunque tal vez con un nivel que dista de obras más plenas como su trilogía de Antes del amanecer, Antes del atardecer y Antes del anochecer y especialmente de su espléndida Boyhood, que le mereció el Oso de Planta en el festival de Berlín hace tres años. 
Al igual que sucede en casi todas sus obras, a Linklater  le obsesiona el tiempo y la manera como su transcurrir afecta la vida de las personas y sus relaciones con los demás. Sin duda, esa es la mayor constante de su cine, que aparece y reaparece con protagonistas y matices diferentes, que va y vuelve, propiciando miradas y reflexiones por lo regular inteligentes y sugestivas.
Reencuentro es una película sobre el efecto que el paso de los años ha tenido sobre tres hombres que estuvieron en la guerra del Vietnam y que ahora  miran con escepticismo los motivos que en el 2003 movieron la intervención del  presidente Bush y sus halcones en el Irak de Saddam Hussein. El tiempo los ha cambiado, los ha desgastado y cada uno de ellos ha debido arreglar de mejor o peor manera sus cuentas para seguir con la tarea de sobrevivir.
El fuerte de Linklater como director es su capacidad para construir escenas, resueltas siempre con precisión e intensidad. En ellas los personajes ocupan el centro del cuadro y en esa medida los actores y los diálogos son los principales recursos de que se sirve para plasmar y alcanzar sus propósitos creativos. Esas escenas no poseen un orden necesario y cada una de ellas deja la sensación de que la siguiente pudiera ser la que fue o de pronto otra cualquiera, en un claro ejercicio de montaje abierto.
Esa forma de proceder funciona de manera menos efectiva en Reencuentro por varias razones. La primera es el claro esquematismo de los personajes, seres de una sola pieza, sin matices y que solo se definen a partir de lo que dicen, sin que haya detalles de la concepción visual o de la puesta en escena que los enriquezcan. Lo otro es el carácter bastante neutro de los escenarios, que nada aportan y que juegan casi como simples decorados para que los protagonistas impulsen la acción a partir de los diálogos, con un actor como Bryan Cranston al borde del exceso.
Si hubiera espacio para un último reproche, ese tendría que dirigirse a un final  que más allá de su supuesta intención realista- los viejos guerreros vuelven con orgullo a sus uniformes-, deja en el espectador una sensación de celebración patriótica, que anula el discurso antibelicista que en principio puede atribuirse a la película.

    



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