Después de la tormenta: La ausencia del hijo
Orlando Mora
Hace apenas unas horas se anunció en el Festival de Cine de
Cannes que la codiciada Palma de Oro de 2018 se otorgaba a Kore-Eda Hirokazu
por su película Un asunto de familia.
Por un extraña y feliz coincidencia el pasado jueves se estrenó en el país Después de la tormenta, una obra que el
japonés realizó en el 2016 y que seguramente llegó al país gracias a la vitrina
que le proporcionó su presentación en la sección Un Certain Regard de Cannes,
un festival del que ha sido un habitual.
Kore-eda es un autor en el sentido cabal de la palabra.
Escribe sus guiones, bien a partir de
historias originales o adaptadas; explora siempre unos mismos temas, teniendo
como pivote la idea de la familia, y es dueño de una escritura cinematográfica depurada
que se conserva, más allá de las particularidades de las distintas obras.
El director ha dicho en varias entrevistas que su deseo
inicial era ser novelista, algo que explica en alguna medida la buena factura
de los guiones, con diálogos precisos y la presencia de subtemas que enriquecen
la corriente principal de la historia. El dato de su vocación primera sirve
además, en el caso de Después de la
tormenta, para entender su declaración del cierto carácter autobiográfico
de la película.
El universo creativo de Kore-eda gira alrededor de la
familia, otorgando a esa institución un papel central en el entramado social.
Las suyas son variaciones alrededor de un tema, pero nunca como repetición y sí
como constante, como polo de atracción que le permite llegar a capas íntimas en
la vida de sus personajes. El cine del japonés no es un cine del grito, de la
exaltación; el suyo es el terreno del discurso en voz baja, de los sucesos
pequeños que tienen apenas el tono del murmullo.
Es difícil ser un buen director en el Japón y no deber influencias al gran maestro de esa
cinematografía, a Yasujiro Ozu. En el caso de Kore-Eda esa filiación se torna
evidente y fácil de reconocer. Basta detenerse en su gusto por los momentos de familia en interiores o fijarse en la
manera como marca las transiciones de una escena a otra mediante planos
exteriores, con árboles a los que agita un viento suave.
La escena inicial de Después
de la tormenta es diciente en ese sentido. En lugar de llegarse de una vez
al protagonista, nos lleva como espectadores a que detengamos la mirada en el
ámbito de la vida familiar, con un diálogo entre una madre y una hija que
hablan de sucesos recientes, a los que se alude sin énfasis ni dramatismos. Esa
entrada soberbia se termina con una referencia a la comida y a los sabores
profundos que hay que buscar en ella.
Ozu y el gusto por el documental del director explican la exactitud
y el despojamiento en la mirada del cine de Kore-eda. En el caso de Después de la tormenta el japonés organiza los trozos de la historia en función
del desenlace, que tendrá lugar con el tifón a que se alude en el título del
filme. Ese suceso será el cómplice de la madre en su intento por recomponer la
familia rota que ella extraña.
Tal vez la primera parte de la película se resienta de cierta
dispersión en la presentación de los sucesos alrededor de las actividades de
detective del protagonista, a lo que se debe la sensación de que no estamos en
presencia de una obra mayor del japonés. Sin embargo, esos reparos ceden ante
la absoluta maestría de la larga secuencia en la casa durante el tifón, suficiente
para entender por qué Kore-eda pertenece
a la primera línea de los mejores directores del cine actual.
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