Camino
a Estambul: Cuando los hijos se van
Orlando Mora
Con Little Senegal
en el año 2000 e Indigénes en el 2006
el director Rachid Bouchareb conquistó un lugar de gran visibilidad en el
panorama actual del cine francés. En el 2009
London River conmovió con el
intenso drama de una mujer y un hombre
de distintas nacionalidades que buscan a sus hijos, luego de las bombas que
sembraron de muertos y heridos a Londres en el 2005.
La mención de esos antecedentes resulta pertinente al momento
de revisar Camino a Estambul, ahora
por fortuna en la cartelera comercial del país. Las raíces argelinas de
Bouchareb tal vez expliquen el gusto del realizador por explorar en las
diferencias étnicas y en los problemas de identidad de sus personajes, sin duda
el eje temático de sus preocupaciones.
Algo de ese interés aparece en su nuevo filme, aunque puesto
más como un punto de partida para la construcción de un guion lineal y sin
contracorrientes, en el que una madre debe indagar por lo que ha ocurrido con
su hija. Las dos mujeres viven en medio de un paisaje apacible en Bélgica,
aunque la niebla y la frialdad del ambiente presagian la desventura que está a
punto de ocurrir.
En este caso el espectador sabe más de la suerte de la joven
que la madre. En la escena de apertura la muchacha graba un video con unos
carteles en los que afirma haber
encontrado el nuevo sendero de su vida, el Islam será su camino y allí están
sus hermanos. Esta estrategia del guion evita que la película se agote en el
suspenso de conocer lo que pasó con la hija y desplaza enteramente el foco hacia el personaje de la
madre.
Poco a nada entiende ella realmente de su hija. El director
no fija su mirada en los motivos que subyacen en la decisión de la muchacha de
marcharse a Siria y va más bien detrás de la manera como la madre termina por
descubrir que la joven le es una perfecta desconocida. En un final terrible y
desgarrador, ella huye de la habitación en que yace su hija mutilada y va a
refugiarse en las escaleras vecinas mientras se interroga en soledad sobre el
cómo y el porqué de lo sucedido.
Hay un malestar de la juventud, un vacío en las expectativas
con que maneja su presente, carencias que la vuelven proclive a la seducción de
los discursos radicales y redentores, un
asunto al que el terrorismo en boga
presta una trágica actualidad. Rachid Bouchareb se detiene en la
incomunicación y el aislamiento familiar como una de las raíces del mal, en un
filme menos complejo de lo que uno quisiera pero igualmente digno y provocador.
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