EO: La vida en imágenes
Orlando Mora
Estos primeros meses del año nos
están regalando una de las mejores carteleras comerciales del país en mucho
tiempo. Seguramente la proximidad del Oscar y también el azar que rige tantas
cosas explicarán que en las salas estén pasando de forma simultánea cinco o
seis títulos de esos que cualquier buen cinéfilo debe ver y que varios de ellos
merezcan una calificación más que alta.
En el grupo de las joyas
recientes aparece una película polaca cuyo título en nada orienta al
espectador, ya que se trata del nombre de un animal que ejerce como el más inesperado y sorprendente de los
protagonistas. A partir de ese dato no luce fácil imaginarse una obra de
excelsa calidad como ocurre esta vez, lo
que de entrada habla a las claras de las capacidades del director que ha sabido
llevar adelante una empresa de tan insólita magnitud.
El nombre de Jerzy Skolimowski
resulta cercano y familiar para la gente de nuestra generación, dado que formó
parte de la primera línea de renovación del cine de su país en los fecundos e
irrepetibles años sesenta. Las asfixiantes condiciones políticas reinantes en
Polonia marcaron el destino de cineasta internacional que lo tocó emprender, al
amparo del talento exhibido desde sus primeras películas. Ahora a los ochenta
cuatro años de edad el director regresa con un filme de una juventud y una
vitalidad que lo analtecen.
Ocuparse de una película cuya
centralidad la ocupa un burro remite a un antecedente absolutamente
insoslayable y que rodó en el año de 1966 ese maestro de maestros que es Robert
Bresson. El director y su coguionista Ewa Piaskowka, esposa de Skolimowski y
colaboradora en los trabajadores de escritura de sus últimas obras, han
declarado su conocimiento y admiración por la obra del francés, aunque EO gira en una órbita por entero diferente.
En una charla sobre guion dictada
en Medellín la mexicana Paz Alicia Garcíadiego contaba la manera como había
trabajado el guion sobre El coronel no
tiene quien le escriba de Gabriel
García Márquez y que dirigiera Arturo Ripstein. Su método había consistido en
leer varias veces la novela del colombiano y luego comenzar a escribir sin regresar
a ella, de modo de llegar a una versión
que fuera más allá de la repetición línea a línea del texto original.
Se viene a la memoria este
recuerdo porque creo que algo similar pudo haber ocurrido con el trabajo de
escritura de EO y su relación como
fuente lejana de inspiración con el filme de Robert Bresson. Si bien los
resultados son radicalmente distintos y
en nada se afecta la originalidad del filme de Skolimowski, hay cosas como la
articulación de sucesos muy variados o su conmovedor final que
traen algo de la huella que seguramente pudo dejar en los polacos Al azar Baltasar.
Eo como película supone un reto para el público, ya que lo
obliga a desentenderse de lo puramente narrativo que campea en la casi
totalidad del cine que llega a las pantallas. En su experiencia cotidiana lo
normal es que todos los sucesos que integran el relato se encuentren puestos en
una relación de causalidad, de manera
que cada cosa ocurre porque antes se dio algo que le sirve de antecedente y es
esa mecánica la que permite que la
atención del espectador se mueva en la dirección de querer anticiparse a lo que
de pronto suceda o pueda suceder.
El filme del realizador polaco
renuncia a ese tipo de narración y en su lugar propone una diferente en la que se
avanza en las escenas sin que exista una
continuidad causal explícita acerca de cómo se pasó de una a la otra. En EO el animal se encuentra en
situaciones y momentos diversos y cada segmento tiene una independencia respecto
del anterior, unidos apenas por unas líneas muy tenues que el director traza a partir de
conexiones puramente visuales.
Jerzy Skolimowski ha realizado
una película más de emociones que de ideas. Aunque seguramente algunos leerán
ciertos tramos como conatos de reflexiones y condenas al universo humano, por
ejemplo en la violencia que se desata en un simple partido aficionado de
fútbol, la forma como el director afronta la puesta en escena, alterando el
color de las escenas e introduciendo iluminaciones potentes, da cuenta de su
preocupación más orientada al clima
emocional que a la narración.
EO por su construcción está más cerca del poema visual, tal
como se percibe en momentos como el ralentí de los caballos que corren en
libertad, la llegada de EO a un pueblo deshabitado o cuando se evocan retornos imaginarios de Kasandra, la joven que actuaba
con el animal en el circo. El director acude a planos generales y medios,
reservando los primeros planos para el animal y sus ojos grandes que revelan una
mirada tranquila y tal vez inquisitiva frente al desorden y el frenesí que se
agita en cada uno de los pasajes por los que atraviesa.
Al ejercicio brillante de la
fotografía se suma una banda sonora de extraña belleza y que se despliega en una
línea que va de largos silencios a leves golpes, toques de campanas, acordes
sinfónicos y una diversidad de recursos que incrementan la emotividad en que se
desenvuelve esta insular y conmovedora película.
Todavía no he visto Eo. No dudo en disfrutarla por la mirada de Orlando Mora siempre acompañada de su lucidez estética.
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