1917: Las guerras lejanas
Orlando Mora
No abundan en estos días las películas de guerra. Se trata de
un género que parece haber perdido vigencia, seguramente desbordado en su cuota
de realidad por las imágenes televisivas que hoy nos muestran en directo y en
tiempo real invasiones, asaltos armados, bombardeos. No resulta fácil tocar la
conciencia de un público anestesiado por el registro de una violencia que de
alguna manera siente lejana.
Por esa vía aparece la primera cosa que llama la atención en
la decisión de Sam Mendes de ocuparse de una guerra y de la más lejana, la primera mundial. El
origen de la idea se revela en la dedicatoria final al abuelo del director,
Alfred H Mendes, quien le narró hechos que permanecieron en la memoria del director,
y que ahora se convierten en la materia prima de su nuevo filme.
Tal vez que el núcleo del relato proceda de un recuerdo familiar sea algo más que un dato.
A pesar de los agregados, las alteraciones
y enriquecimientos que seguramente le habrán dado el director y sus guionistas,
algo continúa pesando en ese sentido,
por lo menos en cuanto genera unas
limitaciones visibles.
La primera es la linealidad del relato, que esta vez
significa simplificación y reducción de las posibilidades de la historia. La película se contrae a narrar las
peripecias del viaje de dos jóvenes soldados ingleses, encargados de llevar a
través de campo enemigo un mensaje del que depende la vida de dos regimientos y 1.600 hombres. 1917
empieza con el encargo y concluye cuando uno de los dos consigue cumplir con la
misión.
Lo siguiente es la débil caracterización de los dos protagonistas. Poco se profundiza en el perfil de esos dos personajes, algo indispensable en un filme de casi dos horas y en el que ellos están permanentemente en cuadro. Son
seres demasiado planos, sin aristas, sin detalles que agreguen complejidad al
trazo, salvo un solo instante en que se descubre la amistad existente entre los
muchachos.
La fragilidad en la figura
de los cabos Blake y Schofield anula la posibilidad de que la película pueda
catalogarse como una road movie, es decir, como un cine de viaje, de recorrido,
con una denominación al uso, más expresiva
en inglés que en español. Para que una
road movie funcione se requiere que algo suceda dentro de los personajes mismos,
dado que al final el viaje será siempre más interior que exterior.
Eso no sucede en 1917,
a consecuencia de lo escueto que resulta el dibujo de los dos jóvenes. Nada
conocemos que haya cambiado en el
sobreviviente William Schofield , habida
cuenta que la experiencia de la guerra que trae el viaje carece de un punto
anterior de referencia, con lo cual todo queda reducido al cumplimiento de una misión,
con unos hechos que rozan, por lo menos para nosotros, la irrelevancia.
Blake y Schofield encuentran en su recorrido cadáveres, armas
destruidas, animales muertos, trincheras abandonadas. Hay algo de novedad o de
revelación en esos hallazgos?. Posiblemente sí, pero el director no consigue transmitirlo
por la ausencia de una mejor definición inicial
de la personalidad de los muchachos.
Algunos momentos de 1917
parecerían querer orientarse en esa dirección. La escena de la muerte de Blake,
el encuentro con la mujer francesa y el bebé, o el hallazgo final por parte de Schofield
del hermano de Blake así lo indican, aunque son claramente insuficientes, y el episodio
de la mujer se resiente de una cierta
falta de verosimilitud, defecto que a propósito toca toda la historia, ante la imposibilidad
de creer que se puedan atravesar trincheras y desafiar descargas de fusil sin
que nada sufran los protagonistas.
Llama la atención que en lo que se ha escrito sobre la
película termine resaltándose como fundamental el aspecto técnico de la
fotografía. 1917 se ha realizado con
planos muy largos, a los que luego en la edición se les ha unido para crear la
apariencia de un único plano. Sin duda que la fotografía que firma Roger
Deakens es notable, con un juego de movimientos de cámara de gran destreza y
creatividad, que la hacen merecedora de aplausos y celebraciones.
El problema es que, desde nuestro punto de vista, el plano
único es en parte responsable de la simplificación y unilateralidad del relato,
ya que suprime la posibilidad de utilizar
otros planos con miradas diferentes que amplíen la narración y la enriquezcan. Seguramente
la preferencia de Sam Mendes por el
plano único está en consonancia con su voluntad de querer mostrar solo el
recorrido de los mensajeros, algo que atenta
contra un nivel de complejidad
que esté más allá de lo puramente
anecdótico.
Resulta difícil entender las razones que hayan llevado a considerar 1917 como la mejor película del año en
los Globos de Oro, en los Bafta de Inglaterra y quizás hasta en los Oscar en unos pocos días. Digamos
que se trata de una obra digna, interesante por su propuesta técnica y que tal
vez, vista sin expectativas tan altas, de pronto desencantaría menos.
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