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El otro lado de la esperanza: La mirada Kaurismaki
Orlando Mora

Con algún retraso se ha estrenado en el país la última película de Aki Kaurismaki, una de las voces más respetadas y respetables del actual cine europeo. Invitado habitual a las secciones oficiales de los mejores  festivales cinematográficos del mundo, con El otro lado de la esperanza obtuvo el Oso de Plata en la Berlinale del 2017.
Aki y su hermano mayor Mika son el alma de una rareza llamada cine finlandés. Gracias a ellos ese país ha conquistado  presencia internacional y participado en muestras y retrospectivas que sin ellos hubieran sido simplemente impensables. Los  Kaurismakis pertenecen a la categoría  de directores que son auténticos autores.
En el caso de Aki la personalidad de su cine no admite reparos. El estilo visual de sus propuestas lo convierte en un creador absolutamente identificable, al punto de que bastan unos pocos planos para saber que se está en presencia de una obra del finlandés. La concentración dramática de la acción, la quietud y la geometría de su planificación no dejan espacio a la duda.
El otro lado de la esperanza conserva los trazos personales del director, tanto en lo que toca con la historia  como con el estilo usado en el tratamiento. Hay una  distancia en Kaurismaki que le sirve para desdramatizar el material, en un ejercicio de asepsia sentimental que remite a otros universos cinematográficos  como el del francés Robert Bresson.
Esta vez Kaurismaki cuenta en su particular manera los avatares en la vida de dos hombres que habitan  Helsinki en circunstancias diferentes. Wikhstrom es un nacional que a los cincuenta años quiere refundar su vida, buscar otros espacios personales, realizar su sueño de tener un restaurante.  Khaled es un inmigrante sirio  llegado a Finlandia por azar, huye de la guerra que devasta hace años su país y tiene como empeño localizar a su hermana Miriam, a quien perdió en medio de la penosa  travesía de refugiados.
Wikhstrom es un personaje característico del cine del director. Callado, solitario, con razones personales que no confiesa para vivir de una manera y no de otra. Khaled, en cambio, aparece como nuevo habitante del mundo de Kaurismaki, tocado ahora con el drama de la inmigración y lo que ella ha despertado en la Europa del bienestar, incluidas las reacciones xenófobas más violentas. En esa medida no extraña que El otro lado de la esperanza venga a continuación de Le Havre, la película con que en el 2011 el director empezó a ocuparse del tema.
En la estructura narrativa utilizada por Kaurismaki, autor también del guion, en las dos primeras partes de la película la historia de los dos  personajes se cuenta de forma independiente, con destinos a los que el azar cruzará más adelante, tal como se anuncia en el encuentro casual del comienzo del filme. En esos relatos separados aparece un primer lunar y es el cierto desnivel que se siente en ellos, mucho más denso el de Wikhstrom y más esquemático el  de Khaled, un tanto simplificado en el  esfuerzo por captar una condición psicológica tan particular como  es la del refugiado.
En el momento en que los dos personajes se juntan, la diferencia entre lo sentido y lo aprendido, términos en los que tal vez se pueda ejemplificar la diferencia en cuanto a profundidad del guion,  se vuelve más visible y El otro lado de la esperanza cae en un discurso que recoge más la ideología del director que las necesidades dramáticas de la historia.
Ese desnivel afecta el tono mismo de la obra, que por pasajes quiere rozar sin éxito la comedia, con escenas ingenuas y francamente superficiales, como las que muestran los intentos de Wikhstrom y sus trabajadores por salvar el negocio, convirtiéndolo sucesivamente en restaurante japonés, salón de baile o restaurante hindú.
Aki Kaurismaki encabeza, junto a los hermanos Dardenne, una línea de cine europeo que quiere hablar de los sectores marginados en una sociedad opulenta y próspera. Esa opción creativa despierta el interés y la solidaridad de los espectadores, convencidos  de las inequidades del capitalismo feroz en medio del cual estamos viviendo, y en el que los gobiernos se han vuelto simples gestores de los intereses de los poderosos.
“Es bueno que no hayas perdido la esperanza”, le dice una mujer a Koistinen, el protagonista de  Luces al atardecer, la hermosa  película que kaurismaki realizó en el 2006. Ese aliento de esperanza sigue animando al director, aunque algo del fuego interior y la potencia de sus obras anteriores no aparezcan en El otro lado de la esperanza, una obra  en la que está Kauismaki, aunque claramente  no el mejor Kaurismaki.

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