Afterimage: Los vientos
de la historia
Orlando Mora
En septiembre del año 2016 se estrenó en el Festival
Internacional de Cine de Toronto Afterimage,
la película de Andrzej Wajda. Un mes más
tarde, el día 16 de octubre, fallecía a los noventa años el director polaco,
una de las figuras cumbres del cine europeo de la segunda parte del siglo XX.
Se cerraba en ese momento un brillante ciclo creativo que se había iniciado en
1955 con Generación, primera parte de
su famosa trilogía de la guerra que continuaría con Canal (1957) y Cenizas y
diamantes (1958).
Wajda fue un hijo de
su tiempo en el sentido cabal de la palabra. En las fuentes del Neorrealismo
italiano encontró su mayor influencia como artista y a partir de la lección
ética y estética de Roberto Rosellini, Vittorio De Sica y Luchino Visconti
desarrollo su apegó a la realidad y a los hombres y mujeres anónimos que la
sufren y padecen. Lo demás fue el
imponderable de haber nacido en un país torturado como Polonia y haber conocido
la tragedia de la ocupación Nazi, la lucha heroica de la Resistencia y los
sueños por construir un país en libertad que pronto se frustraron.
En Generación, la
opera prima del director, se encuentra prefigurada la idea central que
alimentará toda la obra de Wajda y es la forma como las circunstancias
históricas moldean el destino individual de cada ser humano. Los adolescentes
de su primera película son prácticamente víctimas de la Historia, condenados a combatir
y a morir antes de poder llevar adelante esa vida normal a la que todo
hombre tiene derecho a aspirar.
A su turno, en Cenizas
y diamantes estaban ya las dudas acerca de si los sacrificios de la lucha
iban a llevar a un país en libertad, o si por el contrario, eran apenas el
comienzo de disputas internas por el poder, que luego se ejercería en contra de
los mismos héroes de la Resistencia. En esa película se anticipaba trágicamente
lo que finalmente ocurriría en Polonia y la dictadura estalinista que
terminaría instalándose en el gobierno.
Casi sesenta años y casi cuarenta películas median entre Cenizas y diamantes y Afterimage y, sin embargo, es fácil
entenderlas como parte de un mismo discurso y de las mismas preocupaciones que
siempre acosaron a Wajda, un artista que convirtió su país en el único centro
de atención y que con la excepción de Danton,
nunca quiso rodar fuera de sus fronteras. Lo suyo era la Historia de Polonia,
vista en presente o en pasado y siempre aferrado a un sueño de libertad que
poco conoció. Las perversiones del poder, los malos vientos de la Historia, el
hombre como víctima de los que se creen dueños de la verdad y en su nombre
matan y destrozan vidas, convencidos siniestramente de que “La Historia me
absolverá”.
Afterimage es en esa medida un Wajda en estado puro, si bien
sin la vitalidad y la solidez que poseen sus trabajos mayores. En especial
porque era desmedida la pretensión de sintetizar en algo más de noventa minutos
cuatro años de la vida del protagonista y del calvario que padeció por cuenta de la
persecución desatada por las autoridades estalinistas, por lo cual la obra se resiente de un cierto
esquematismo. Varias de las situaciones y de los personajes son apenas bocetos,
con trazos insuficientes y escaso desarrollo.
Andrzej Wajda se despide con una obra triste, dolorosa. Wladyslaw
Strzeminski, el gran artista plástico polaco del siglo XX, paga en vida sus ideas vanguardistas sobre el arte. Los responsables son los
mismos: los comisarios enviados por los detentadores del poder, enemigos de la
insumisión y la libertad. Otra víctima de la Historia, esta vez un hombre
apegado a la alegría de vivir y a quien
pronto se le empezarán a invadir sus espacios, tal como se descubre en las dos
escenas de apertura, soberbias en su concepción y ejecución. Una película que
se debe ver y nunca olvidar.
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