El
fin de la guerra: una historia que todavía no se escribe
Orlando Mora
El cine documental se construye con imágenes tomadas de la realidad, imágenes
que poseen la condición de materia prima imprescindible sin la cual es
prácticamente imposible navegar en las aguas de un cine testimonial. Pero es
evidente que ellas no alcanzan ni son suficientes para la realización de un
buen documental.
Lo que importa en definitiva es la forma y el punto de vista
de la construcción. El gran documentalista mexicano Nicolás Echeverría me decía en su reciente visita a Medellín: igual
que en un edificio que se levanta, el documental requiere de andamios, de
anclajes de apoyo que se utilizan para la construcción y luego desaparecen, dejando
que los ojos del espectador contemplen el espectáculo de la obra terminada.
El fin de la guerra, el documental de Marc Silver que
acaba de estrenarse en el país, carece de forma y no dispone de un punto de vista que comunique un verdadero
sentido al material visual que previamente se había recogido. El intento de
unificación que proporciona la presencia del periodista Jorge Enrique Botero,
testigo privilegiado de muchos de los momentos de la guerra y del llamado
proceso de paz con las FARC-EP , no alcanza para esos fines.
El único principio de orden que se utilizó por Silver y su
equipo técnico fue el cronológico, tratando de poner las imágenes en una
sucesión temporal que diera cuenta de las conversaciones del Gobierno con el
Secretariado de la organización guerrillera y del acuerdo final, sometido a las
contingencias de una consulta popular prometida, fallida y al final burlada, tal como se menciona en la película.
La dificultad estriba en que un proceso tan largo y dilatado
en el tiempo no podía apresarse en la duración normal de un filme, por lo cual
resultaba imperioso encontrar un criterio de organización y articulación del material, so
pena de que el resultado artístico se agotara en lo simplemente periodístico y
divulgativo, que es lo que acá finalmente sucede.
Las negociaciones adelantadas por el Gobierno y las FARC
plantean demasiados interrogantes, cualquiera de los cuales hubiera bastado
como ángulo de enfoque para seleccionar y comunicar a las imágenes de que se
disponía la densidad y profundidad que un buen documental necesita. Lo que
encontramos en El fin de la guerra son registros útiles, valiosos por su fuerza
testimonial y que alguna vez, junto a otros surgidos de documentales recientes,
servirán para escribir la historia que el trabajo de Marc Silver tampoco
consigue.
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