Pepe: La poesía del espacio
Orlando Mora
Creo recordar que hace algunos meses se estrenó en
la ciudad de manera bastante marginal el filme Pepe, con un subtítulo algo así como El hipopótamo de Pablo
Escobar. Su aparición ahora en la programación de Mubi permite recuperar un
título que bien pudiera calificarse de imperdible, dados rasgos y virtudes en
los que vale la pena detenerse.
Lo primero que llama la atención
es que se trata de una película dominicana y que cuenta en sus antecedentes con reconocimientos de tan alto rango como el
premio a Mejor Director en la Berlinale del 2024. Al no haber visto los títulos
anteriores de su director Nelson Carlo De Los Santos me resulta imposible saber
cómo se articula este trabajo en el conjunto de su filmografía, pero confieso
que ha sido una especie de afortunada revelación.
Los minutos iniciales de Pepe alcanzan para captar el carácter
hibrido de la obra, que incluye tomas
documentales, imágenes de cortos infantiles que se observan en un televisor y
pasajes de una ficción reconstruida, que sirven a guisa de introducción para
situar al espectador en un contexto mínimo y evitar su absoluta desubicación,
dado el rumbo que a continuación toma la película.
Según declaraciones del director,
un amigo colombiano le contó en una oportunidad acerca de la exótica ocurrencia
de Pablo Escobar de traer para su hacienda Nápoles una cría hipopótamos, y que
ante la fuga del lugar de algunos
ejemplares, el ejército había intervenido para eliminarlos y terminar con el
peligro que significaba su presencia en libertad.
Conviene recordar ese origen para
valorar y exaltar el complejo proceso de elaboración artística de esta película,
en la que a partir de unos pocos hechos
De Los Santos levanta un proyecto con una arquitectura cuyas raíces se hunden
en la realidad, pero pronto la desbordan y trascienden, construyendo una obra
de aliento más poético que narrativo.
Analizada desde el punto de visto
del relato ficcional, lo más novedoso de la película es la voz que se otorga como narrador al
hipopótamo muerto, que cuenta en medio de su perplejidad las muchas cosas que
no entiende de su situación actual, de la que solo tiene la certeza de que está
muerto, y que no entiende por qué lo mataron. El resto es la información que
como especie le pertenece y el recuerdo lejano de la tierra de la que fue
apartado, lo que traslada la acción a su
África natal, donde vivían como parte de manadas que caminan pesadamente o se
deslizan en el agua.
Pensando en términos de estructura
del guion, bien pudiera hablarse de una primera parte de la película en la que Pepe
relata instantes de su historia, contada con escasas palabras que se pronuncian
unas en español y otras en lengua africana, lo que aumenta la sensación de
extrañamiento y desarraigo que padece. En este trayecto la fuerza de la película descansa en la
indescriptible belleza de sus imágenes, con una cámara que insiste en planos a
gran altura, lo que permite que los hipopótamos aparezcan por momentos como
pequeños detalles en medio de paisajes de una naturaleza esplendente.
En lo que se pudiera considerar
la segunda parte, el director pone en escena la vida de las gentes humildes que
viven alrededor del rio, y a quienes la presencia de los hipopótamos afecta la
cotidianidad en que discurren sus vidas, sin que en principio logren entender
de qué se trata. En este segmento el director asume la mirada de un etnógrafo
que observa costumbres y las registra con apoyo en una cámara que encuadra
frontalmente y con escasos movimientos.
Nelson Carlo De Los Santos es
consciente de que no tiene forma de reconstruir la totalidad de la historia con
la plenitud de los cánones clásicos de la narración, y por eso utiliza un montaje
en que el relato va con frecuencia a planos blancos o totalmente negros, con lo
que claramente se indica al espectador que faltan imágenes, buscando que esa inevitable
ausencia no lesione la plenitud de la
obra.
Si se tomara en uso para efectos
de esta película y con otro alcance la nomenclatura de Pier Paolo Pasolini, acaso
pudiera decirse que la primera parte de Pepe
está más cerca de la poesía y la segunda más cerca de la prosa, si bien la articulación no resulta plenamente feliz y acaso merezca algunos reparos.
De Los Santos dirige, escribe,
fotografía y musicaliza una película original y absolutamente inclasificable,
en otra más de las sorpresas que viene
deparando el cine dominicano. Muchos podrán leerla como una alegoría sobre la
expatriación, el desarraigo o el colonialismo; en nuestro caso nos quedamos con el éxtasis de sus poderosas y hermosas
imágenes y con lo que ellas traen o sugieren.
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