El sabor de la vida:
La pasión de Dodin Bouffant
Orlando Mora
La Cámara de Oro es uno de los
galardones más apreciados en el Festival de Cine de Cannes. Un jurado se dedica
exclusivamente a visionar las primeras películas, tanto de la sección oficial como de las dos paralelas,
La Quincena de los Realizadores y La Semana de la Crítica, y otorga ese
reconocimiento a la que estime como la
mejor de todas las operas primas . En el año de 1993 esa distinción
correspondió a El olor de la papaya verde
de Tran Anh Hung.
Nacido en Vietnam y educado en
Francia, país al que llegó siendo un adolescente, el director no ha olvidado
sus raíces y por eso buena parte de su filmografía transcurre en Vietnam, en
especial la trilogía de sus primeras obras: El
olor de la papaya verde, Cyclo y En pleno verano. Faltaba una película de
raigambre netamente francesa y hacia
allá ha dirigido esta vez su interés, realizando un filme que bien puede
considerarse como una especie de declaración de amor a su nueva patria.
Para ello el director y guionista
ha recurrido a una novela de 1924 de Marcel Rouff, cuyo título La pasión de Dodin Bouffant se ha
respetado en el original de la película, aunque en Colombia se lanza como El sabor de la vida y en otros lados como A fuego lento, cambios que traicionan el espíritu original de la
obra y que responden a la desconfianza de los distribuidores por un título que
les parece poco comercial.
Tran Anh Hung ha declarado que
más que una adaptación de la novela, ella le ha servido como inspiración, algo imposible
de verificar al nunca haberla leído. Lo que tal vez sí se pueda afirmar con
razón es que hay otro texto que fluye
por la sangre de la película y se trata de La Fisiología del gusto de Brillat- Savarin, una obra fundacional
de la literatura gastronómica francesa y que debiera ser lectura obligada para
quienes entran a la juventud y se enfrentan al paraíso tentador y riesgoso de
los placeres.
Ignoro si la idea de conjuntar en
el argumento del filme la gastronomía, la amistad y el amor se encontraba en la novela de
Rouff, pero aparece con claridad en Brillat- Savarin, como cuando dice en una
de sus frases que la gastronomía
“aumenta las delicias del amor y de la confianza amistosa”. Si bien en la película hay
referencias a los otros dos pioneros de la cocina francesa Marie- Antoine
Careme y Auguste Escoffier, es La
fisiología del gusto la que nutre el cuerpo de la obra, e incluso uno de
sus aforismos aparece citado en cierto pasaje de forma casi literal: “Más
contribuye a la felicidad del género humano la invención de una vianda, que el
descubrimiento de un astro”.
Con gran astucia el guion que
firma el director no empieza por el principio de la trama y la toma en un
estado avanzado, con Dodin y Eugénie que
llevan cerca de veinte años cocinando juntos. Los planos iniciales de la
película son reveladores del sentido profundo de lo que se quiere decir, con Eugénie
y los sirvientes que arrancan y recogen los frutos de la tierra, productos que
son los que gracias al esfuerzo humano se transformarán en alimentos elaborados,
en un proceso que subraya la transición del estado de necesidad a la invención
y a la creación culinarias como cultura.
No recuerdo si fue Jean Renoir el
que alguna vez dijo que toda gran
película es una historia de amor. A lo mejor haya error o imprecisión en la
cita, que en todo caso es cierta en su contenido y que sirve para regresarnos
al nombre del gran director francés, una
de las influencias más visible y
reconocible en La pasión de Dodin
Bouffant. La alegría de vivir y la celebración de la vida en la amistad y
el amor están en Renoir, y aquí aparecen con delicadeza y precisión admirables.
El premio a mejor director que la
película del vietnamita-francés recibió en Cannes en el año 2023 parece un
elemental acto de justicia. Una sola escena bastaría para explicar esa distinción y permanecerá en nuestra memoria como uno de los momentos
más hermosos vistos en mucho tiempo, cuando luego de la gran comida a cuya
preparación hemos asistido en los primeros veinte minutos de la película,
Eugénie y Dodin conversan en las sombras de la tarde y se revelan los
vericuetos por los que transita su relación sentimental. Una escena de tres minutos
sin un solo corte, y que transmite el aire melancólico de una relación amorosa
crepuscular y ahora amenazada por la muerte.
Provoca seguir hablando en
extenso de muchas otras cosas a propósito de esta inteligente y placentera película. Por ejemplo del trabajo de los
actores, de la sensible fotografía de Jonathan Ricquebourg o de una composición que soslaya el uso del campo y el contracampo. Hagamos por lo menos una
mención a su deslumbrante final, cuando Dodin tras el golpe recibido entra en
una parálisis en su destino de chef, pero en definitiva la vida puede más que el
naufragio personal, así que con la joven Pauline y la nueva cocinera
reemprenderá el camino. La cámara recorre con pausa la cocina ahora desierta, y
luego como fantasmas que por siempre poblarán ese espacio, vemos a Dodin y a
Eugénie en una bella escena de amor y él
le recuerda la frase de San Agustín: la felicidad consiste en continuar
deseando lo que ya se posee.
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