Tótem: Una muerte en la familia
Orlando Mora
Hace unas pocas semanas la
plataforma Netflix incluyó en su programación la película Tótem de Lila Avilés. Estrenada mundialmente en el festival de
Berlín del 2023, en octubre pasado obtuvo en el festival de cine Morelia el
premio a Mejor Película, una distinción que sabida la seriedad y
profesionalidad de ese certamen garantiza que estamos en presencia de uno de los mejores títulos
mexicanos del último año.
Con Tótem Avilés realiza su segundo largometraje; cinco años transcurrieron entre su deslumbrante debut con
La Camarista en el 2018 y este proyecto. La calidad de su nuevo trabajo de
cuenta de que los merecimientos de su ópera prima no fueron fruto del azar o
de una inspiración transitoria. Ambos filmes muestra una solidez que en
principio sorprende, aunque la sorpresa cede
cuando se conoce de su pasado como directora de teatro, lo que significa que su
llegada al cine se dio en un momento de indiscutible madurez creativa.
El cine de la mexicana conforme a
lo que revelan La camarista y Tótem no es de grandes relatos. Su
mirada se dirige a universos particulares y concretos, los que la cámara
explora con una sensibilidad que parece partir del documental, pero que luego y gracias al rigor
y al poder de revelación de la puesta en escena alcanza las alturas de una
ficción que no revela todos sus secretos,
en un procedimiento que nos trae a la
memoria la vieja frase de Jean- Luc Godard: “El cine no necesita explicaciones,
necesita preguntas”.
Desconozco con qué tipo de guion
trabaja la mexicana y hasta dónde el contenido de cada uno de los planos de sus
dos filmes ha tenido una marcación escrita previa. Lo que se percibe en la pantalla es un cine que parte de
situaciones básicas, que al transcribirse en palabras quedan lejos de ofrecer
una imagen siquiera pálida de lo que en
realidad son las películas, ya que en ellas lo que importa son las
soluciones y el tratamiento que imprime la directora a cada uno de sus
momentos.
Tótem es centralmente un
retrato de familia, con un acercamiento que se distingue por su tono menor, íntimo y porque
se construye desde la mirada de Sol, una niña de siete años que irá
descubriendo sin grandes sobresaltos lo que sucede en el interior de un grupo
familiar cualquiera, sin características
especiales y en el que se viven los desencuentros que la cotidianidad normalmente
impone.
Toda la acción de la película
transcurre en las horas de un día, de la mañana a la noche, con una
concentración de espacio y tiempo que se acopla muy bien a la experiencia
teatral de la directora. La línea de progresión
del relato descansa sobre lo que sucede en la casa mientras se prepara
la fiesta por el cumpleaños de uno de
los hermanos y padre de la niña, un joven pintor afectado de
un cáncer terminal. La fiesta será a la vez una celebración y prácticamente una
despedida, y en la relación de Sol con
su padre se enseña el contraste entre la inocencia de la niña (con una actuación esplendorosa
de Naima Sentíes) y el drama en que se
encuentra sumergida y del que por edad no puede ser consciente, tal como lo
vemos en una de las primeras escenas cuando cruza un pequeño túnel con su madre
y pide casi como en un juego “que mi
papi no se muera”.
Lila Avilés es inmune a la
manipulación sentimental. La proyección emocional de las escenas más intensas queda por fuera y más allá de las imágenes, librada por entero y con inteligencia a la
imaginación del espectador. Lo habíamos visto en el paseo final de la
protagonista de La camarista y su
salida por vez primera del hotel en el
que ha permanecido a lo largo de toda la película, y se repite en un pasaje del final de Tótem, con la niña enfrente de las luces que adornan el pastel de
cumpleaños de su padre, su mirada inescrutable, la cámara quieta y una
banda sonora en crescendo que acompaña la escena y continúa una vez la
pantalla se ha ido a negro, dejando que sea el público el que cree las
resonancias afectivas de la escena.
La negativa de la directora a
volverlo todo explícito se siente también
en lo enigmático del título de la obra y en los planos que lo cierran, que generan
un dilatado espacio a las interpretaciones. El tótem como animal o figura
protectora pudiera esta vez estar representada por la familia, pero en los instantes siguientes vemos el cuarto del padre de Sol ya vacío y luego un
escorpión que merodea por las rendijas, en un contrapunto con alcances de auténtica interrogación.
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