Todo a la vez en
todas partes: Más de lo mismo
Orlando Mora
Normalmente no tendría que
interesarme en esta película norteamericana de
Dan Kwan y Daniel Scheinert, quienes firman como guionistas y directores
bajo el nombre de los Daniels. Llegué a ella por referencias entusiastas que la
celebran como una obra de rasgos excepcionales. “Probablemente la película del
año”, leí en algún lado. “Un triunfo de la narración cinematográfica. Es una
delicia de principio a fin”, escribió alguien más.
El esfuerzo habrá que enderezarlo
a tratar de entender las razones que median en una valoración que roza el
disparate. Personalmente no encuentro cosa alguna merecedora de elogio ni desde
el punto de vista de la temática de que se ocupa ni desde el punto de vista de
la puesta en escena y de la realización.
Se trata de un producto comercial más, tocado por lo que algunos consideran la
gracia de la provocación, el exceso y el mal gusto.
Habría que empezar por puntualizar
el contexto en que se ha movido la distribución del filme, que se presenta bajo
la etiqueta de proponer un universo diferente al de los héroes de Marvel, que colman
hoy en sucesión inacabable las salas de cine de todo el mundo. Al tipo de
acción que explota como marca de la casa la célebre franquicia, los productores
de Todo a la vez en todas partes han
decidido trabajar otro tipo de personaje y de ficción, sin que la alternativa
suponga un cambio siquiera mínimo en cuanto a calidad y valores estéticos.
La astucia de los Daniels radica
en su habilidad para acercarse a un asunto que ha saltado en meses a la actualidad y que ofrece posibilidades de
jugar con la fantasía del espectador, sin tener que respetar lógicas del relato
y de la narración. Hablamos del llamado
metaverso como mundo opuesto a la realidad material cotidiana, lo que abre
caminos para trabajar guiones con transformaciones liberadas de cualquier tipo
de relación de causalidad.
La estructura de Todo a la vez en todas partes se
construye a partir de la oposición entre realidad y metaverso. En los primeros catorce
o quince minutos asistimos a la descripción del universo real, en concreto de una
familia de origen chino con el negocio de una lavandería de barrio y a la que
acosan dos hechos que soportarán el peso de la trama: los requerimiento
tributarios de una auditora oficial por cuentas de la lavandería, y la
aparición de la novia de la hija, amor lésbico que se supone desafía valores de
la vieja sociedad china que encarna el abuelo que anda de visita.
Al momento de lidiar con estos
dos desafíos, la colocación de un chip a Evelyn, la madre protagonista, desata
el ingreso al metaverso, “la exploración de rutas vitales alternativas”, como
las define el marido en trance de separación. A partir de entonces se mantienen
en paralelo las dos acciones, la real y las imaginarias del metaverso. Ese
camino que en principio luciría estimulante para explorar sentimientos y
emociones de alguna profundidad, los directores lo aprovechan para adelantar
una película de artes marciales, con escenas de acción tan gratuitas y
desaforadas que más parecen destinadas a provocar la risa del espectador, proponiendo
una mezcla de géneros tan del gusto de la posmodernidad.
Todo a la vez en todas partes es cine comercial puro y duro,
que los Daniels, amparados en su calificación de independientes, han presentado
como una incursión en aspectos llamativos del metaverso, al punto de responder
Daniel Scheinert en una entrevista: “Algo como el metaverso nos permitía explorar
ideas filosóficas y que nos imponían
mucho respeto. La falta de sentido en la vida, por ejemplo”. Me pregunto si
algún espectador encontró un plano o una escena que pueda leerse sin caer en el
delirio en la dirección predicada por el
codirector.
Sin que valga la pena anticipar
lo que siga para dos realizadores que salen de esta producción fortalecidos por
una importante taquilla, no identifico aspectos en la realización que inviten
al optimismo. Basta mirar las escenas que corresponden a la realidad, sin que
se perciba en ellas maneras que anuncien
a grandes directores. Los recursos de que se sirven son toscos, caracterizados
por la desmesura, la acumulación y el vértigo, sin ningún detalle que denote
sutileza o profundidad.
Creo haber leído que Todo
a la vez en toda partes obtuvo premios en algún festival, lo que unido a la
actitud positiva de parte considerable de la crítica siembra la inquietud de si
cada vez se vuelven más neblinosos los contornos que dan cuerpo a una buena
película o si poco a poco se están
enturbiando los criterios para definir la calidad en el cine y tanto reciclaje brinda el espacio para que
cualquier mercadería deslumbre y pase por joya preciosa lo que es simple bisutería.
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