La peor persona
del mundo: La vida en otra parte
Orlando Mora
No hay obras, hay autores. Bajo
este postulado tomado de Jean Giraudoux y la idea expresada por Alexandre
Astruc de la cámara-estilógrafo crearon los futuros jóvenes directores
franceses en los años cincuenta la denominada política de cine de autor, según
la cual las películas tienen un autor y
ese autor es el director, adscripción que sorprendió a muchos en razón del
carácter ostensiblemente colectivo de su realización. Sin pretender que cada
obra deba analizarse en función de los antecedentes de quien la suscribe como
director, no hay duda que esa metodología ha sido útil desde entonces para los
avances de la crítica cinematográfica.
Se incurre en esta digresión para
hablar de La peor persona del mundo,
un filme noruego que todavía se mantiene en la cartelera local y que merece ser
recomendada sin vacilaciones. Seguramente será uno de los mejores títulos que
podrán verse en las salas en este
año y colocará el nombre de su director
Joachim Trier en el sitial que le corresponde como uno de los realizadores que
avanza con paso firme hacia la cima de la maestría.
El noruego es un verdadero autor
y en esa medida queda la impresión de que acaso se disfrute y se dimensione de
mejor manera su última película si se observa en la perspectiva de lo que ha
sido su filmografía hasta la fecha. En especial porque La peor persona del mundo
discurre bajo la apariencia de un registro de comedia romántica, muy cercana en sus primeros minutos a las comedias de Woody Allen, al que creo
percibir se rinde un homenaje con la música que se utiliza al final del
prólogo.
Allen nos ha enseñado a través de
múltiples variaciones que el terreno del amor es resbaladizo y que puestos a tomar
decisiones en la cuestión amorosa, todos
nos convertimos en adolescentes por la inmadurez de lo que hacemos en determinados momentos. De esa inestabilidad
emocional parece ocuparse Trier en los primeros minutos de la película,
mostrando a una joven que no consigue afirmarse en su vocación profesional ni
en sus escarceos sentimentales.
A medida que la obra avanza se incrementa su carácter dramático y se descubre que el propósito del director y
de su guionista habitual Eskil Vogt va
más allá del simple entretenimiento. Al fondo lo que se dibuja en La peor persona del mundo es un retrato
generacional agudo, uno de los más inteligentes y lúcidos que se pueda recordar
en los últimos tiempos. Julie es una mujer de este tiempo, que vive los temores
y las insatisfacciones de nunca poder alcanzar algo que está persiguiendo, sin
saber muy bien de qué se trata.
La estructura narrativa de la
obra se compone de un prólogo, doce capítulos y un epílogo, más una escena
inicial que aporta en su concepción luces sobre la protagonista de la película,
una mujer a la que acompañaremos en dos relaciones sentimentales con hombres
totalmente diferentes: uno intelectual, dibujante de comics, y el otro un
trabajador que atiende una cafetería. Con ellos alguna vez creyó encontrar una
estabilidad duradera y de ambos termina distanciada sin comprender muy bien las
razones, consciente apenas de la insatisfacción que pasado un tiempo le
deparan.
En un mundo como afirma Zygmunt Bauman
de relaciones líquidas y en el que los jóvenes sienten tener derecho a la
comodidad y al placer, en la Julie de La
peor persona del mundo los
guionistas colocan como axial el tema de la maternidad, un asunto que la ronda a lo largo de sus dos relaciones
y para el que cree no estar preparada, ya que supone una responsabilidad que ella al igual
que muchas mujeres de su edad no desean asumir. Ser madre de alguna manera las
obligaría a que sus vidas dejaran de
girar alrededor de ellas mismas y a renunciar o ver comprometida lo que pudiera
ser una realización personal.
No sorprende que el premio de
actuación del festival de Cannes del 2021 haya recaído en Renate Reinsve por su
deslumbrante papel en esta película, en la que literalmente se toma la pantalla
y conquista la empatía suficiente para que los espectadores la acompañemos en cada uno de
los pasajes de su historia, a pesar de que sus decisiones nos despierten
reservas. La película se cierra con un plano que constituye una verdadera
interrogación, cuando Julie contempla a su segunda pareja ya en función de
padre, sin que ella haya logrado despejar las dudas que la han acosado y sin
que sepamos lo que en definitiva será de ella. Un final abierto que nos hace
recordar con André Malraux que en la vida para las verdaderas preguntas no hay
respuestas.
El cine de Joachim Trier, de
acuerdo con lo visto en algunos de sus filmes anteriores, encuentra en La peor persona del mundo una
prolongación. Al director le interesan los universos inestables, sus personajes
son seres en transición, seres que luchan por encontrar un equilibrio en medio de graves
retos y desafíos, tal como lo observamos en Repetición
(2006), con los destinos paralelos de dos amigos que desde jóvenes quieren ser
escritores, o el drogadicto de Oslo, 31
de agosto (2011) en su esfuerzo por
recuperar los lazos familiares y amorosos que su adicción frustró. No parece
que Julie estuviera muy lejos de esos protagonistas.
También a nivel formal es clara
la continuidad en el trabajo del director, con aspectos claves como su poderosa
imaginación visual para construir escenas que huyen del lugar común; el talento
para dirigir actores en escenas de precisión ejemplar en cuanto a sus instantes
de inicio y de corte, o el particular manejo del sonido, bajando su intensidad
y en veces anulándolo. Joachim Trier, un director infaltable a seguir y La
peor persona del mundo, una
película para ver y amar.
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