El caso de Richard
Jewell: El buen cine de antes
Orlando Mora
El próximo 31 de mayo
Clint Eastwood llegará a los noventa años, una edad que convierte en excepcional
su trabajo de la última década, período en el que ha dirigido un total de siete
largometrajes, en una actividad febril que solo admite comparación con la desplegada
por Woody Allen, los dos grandes sobrevivientes de otra época del cine
norteamericano.
Eastwood adquirió un prestigio enorme como actor por sus
papeles protagónicos en los conocidos western spaguettis de los años sesenta,
habiendo tomado en 1971 la decisión de colocarse detrás de las cámaras, aunque
sin abandonar la actuación, apareciendo con gran frecuencia como tal en sus
propias películas, en una simultaneidad que lo asemeja de nuevo con Allen y con algunos otros pocos como Jerry
Lewis.
Digamos de entrada que
El caso de Richard Jewell
tiene el alcance de un cierre brillante en su producción de los últimos diez
años, en cuanto obra que resume con
admirable plenitud lo que es y ha sido
el cine del director, tanto en cuanto a sus maneras de ejercer la práctica de
la realización, como en lo que toca con su particular sentido de lo que quiere
y siente como ciudadano norteamericano.
Clint Eastwood empieza a dirigir con Play Misty for me en 1971,
pero su cine difiere de manera radical del que realizaron otros directores de su país que empezaron sus
carreras en esos años. Al igual que acontecía en el viejo cine norteamericano,
Eastwood se formó dentro de la industria y carece de los elementos de
modernidad que aportaron los directores característicos de esos años, es decir, la generación de Bob Rafelson, Michael Cimino,
Ford Coppola, etc.
Pudiera decirse que Eastwood es una especie de sobreviviente o
heredero tardío del período clásico del cine norteamericano, o por lo menos que
las características de su obra lo acercan más a esa etapa que al tipo de cine
más intelectual e influenciado por los europeos que se fue haciendo en los
Estados Unidos a partir de finales de los sesenta.
En esa medida no extraña que Eastwood se sienta a gusto en el cine de género, en el que destaca su afición por el drama y por las
películas de vaqueros, género este último en el que realizó en 1992 Los imperdonables, tal vez la última
obra maestra del Western. También llama la atención su vocación absolutamente
realista y su interés por acudir a relatos que interesen al
espectador, repitiendo la preocupación de los realizadores clásicos norteamericanos.
La afirmación de Howard Hawks de que una película es tan buena como la historia
que cuenta, con certeza la suscribiría Eastwood, pero no varios de los
directores de su país de los años setenta.
Tal vez esa perspectiva sirva para valorar de mejor manera El caso de Richard Jewell, una obra que recoge
las más puras esencias de su cine y en la que aparece el director de cuerpo entero, sin que falte uno solo de
los rasgos que distinguen e individualizan su muy amplia filmografía de cerca
de cuarenta títulos.
El argumento de la película parte de un artículo
publicado en la revista Vanity Fair
en febrero de 1997, en el que Marie Brenner relataba lo que estaba sucediendo
con Richard Jewell, un vigilante privado
considerado un héroe, al haber salvado a muchas víctimas potenciales de
una bomba puesta en el parque Olímpico de Atlanta durante los juegos mundiales
de 1996, y quien en pocos días conoció el infierno de ser investigado como principal
sospechoso.
Eastwood reconstruye los hechos con una precisión de relojería,
pero desde la escena inicial su mirada se centra en el trazo de Jewell como
personaje, un hombre obeso, solitario, convencido de la labor importante que
realiza la Policía y empeñado en cumplir con celo extremo la función propia de su
oficio, que él entiende como la obligación de proteger a los ciudadanos y hacer
respetar la ley y el orden en todas las instituciones.
No sorprende la solvencia
con la que el director enfrenta la
parte descriptiva de la película, con la narración de los antecedentes y
la reconstrucción del atentado, con una riqueza de detalles digna por
momentos de un thriller. Pero a
continuación salta al drama y se focaliza en presentar el caso de Jewell, con la
tragedia de la destrucción de su vida personal y familiar bajo el asedio de los
investigadores del FBI y de la Prensa.
Entender que Eastwood utiliza una historia del pasado para predicar
contra las mismas instituciones que hoy persigue el presidente Trump es un riesgo que contamina la mirada. Si
se juzga la película por fuera de esa prevención, se verá que se trata de una
obra de una notable solidez y que refleja, sí, la Norteamérica en la que
siempre ha creído el director, el país
de los derechos individuales y en el que el sistema no puede atentar contra la
libertad y la honra de los ciudadanos.
Lo anterior en nada resta fuerza a la terrible historia que
cuenta en El caso de Richard Jewell, con
su narración de las manipulaciones y el acoso de investigadores que, bajo la
presión de los Medios, se sienten obligados a fabricar un falso culpable, sin
importar el daño y las desgracias que dejen en el camino.
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