Dogman: La violencia de
los débiles
Orlando Mora
Ha dicho el director Matteo Garrone en sus entrevistas que
para el guion de Dogman tomó como
referencia un hecho real acontecido en Roma en el año de 1988, cuando un
exboxeador fue asesinado y apareció
atado con unas cadenas metálicas de las que se usan para perros de
cuidado. La mención vale como mera curiosidad, ya que en definitiva nada de ese
suceso sobrevive en la película y la
misma funciona apenas como fuente lejana
de inspiración.
Quizá sirva para
acercarse a Dogman alguna alusión a
la obra anterior del director, una de las voces más sugestivas del actual cine
italiano. Su reconocimiento internacional se debió a Gomorra (2008), la poderosa adaptación de la novela de Roberto Saviano
sobre la mafia italiana, pero en su filmografía hay un título que vale la pena
citar porque prefigura algo de lo que aparece en Dogman: El embalsamador
del año 2002.
Los antecedentes de Garrone dan para afirmar en el realizador
un interés por la realidad como centro principal de sus preocupaciones,
sometida a un tratamiento dramático y visual que se distancia de lo simplemente
documental. Hay un proceso de elaboración en el que se mezclan a partes iguales
la influencia de la tradición realista del cine de su país a partir del
Neorrealismo y el reconocido gusto del
director por la pintura.
Con esos dos elementos puede mejorar un tanto la perspectiva para
acercarse a un filme que sorprende un poco al espectador y hasta cierto punto
lo incomoda, al dejarlo sin la seguridad que encuentra al enfrentar los argumentos
convencionales del cine comercial. En Dogman
a cada momento hay que dar un paso atrás y preguntarse por qué pasa lo que está
pasando en la pantalla y de qué trata en verdad esta película, con un curioso personaje
a cuyo alrededor gira toda la obra.
Marcello es un
peinador de perros, acostumbrado a convivir con paciencia y cariño con
los animales que se le confían. Ese oficio brinda la primera metáfora de la
película y la más evidente, al hacer que surja la comparación entre la vida de
Marcello en ese medio y lo que soporta
en el enfrentamiento cotidiano con unos seres humanos más peligrosos, representados
por Simone, un acuerpado matón convertido en la amenaza de los habitantes del
pequeño poblado en el que transcurre la acción. El hombre como el más peligroso de los canes.
La caracterización de Marcello y Simone es ante todo física,
sin que Garrone brinde detalles sobre el
aspecto psicológico y los antecedentes de los personajes, manteniendo
deliberadamente una zona oscura que no se revela o ilumina. El director planta
sus personajes en una ciudad pequeña, al lado del mar, y la que parece haber
conocido alguna vez un esplendor del que ya no disfruta, con sus casas y
edificios desvencijados y casi bajo
amenaza de ruina.
En esa medida es lícito encontrar allí una especie de segunda
metáfora en la que la decadencia física y la humana parecen ir a la par. El
ambiente en el que se mueven los personajes de Dogman es tan de final, tan crepuscular como lo son ellos mismos,
casi piezas de desecho, olvidados de todo presente, viviendo en las entrañas de un mundo sin
esperanzas, salvo pequeños momentos como
el de los juegos de fútbol, rastro precario de una convivencia que alguna vez
fue posible.
En ese sentido la escena final luce magistral, cuando
Marcello quiere reivindicarse frente a la población que lo ha desdeñado y al pretender
exhibir el cadáver del enemigo común, no encuentra más que un paisaje
solitario. Así se clausura el cuadro desesperanzado y de alguna manera apocalíptico
que traza el director italiano en su película.
En ese cierre de Dogman está su fuerza y también su
debilidad. El espectador queda preguntándose en definitiva de qué mundo nos
está hablando Garrone y la verdad no parece existir una respuesta concreta. Por
eso la película solo puede leerse en el nivel de abstracción escogido por el
director, discutible sin duda pero nada
gratuito en los tiempos que corren.
Por eso tal vez deba decirse que Dogman trata de la violencia de los débiles, una violencia tal vez
justa, pero tan estéril como cualquier violencia, no existe un camino más allá
del acto terrible de Marcello. Alguna vez lo dijo el director norteamericano
Arthur Penn hablando de sus personajes: “La violencia es el grito ahogado de
quien no consigue comunicarse. Se llega a ser violento por frustración”.
Excelente Orlando, me quedé con la misma pregunta cuando terminó el film. Que desolador!!!!
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