El vicepresidente: Los
extravíos del Oscar
Orlando Mora
Tal vez lo único notable de esta película sea el personaje de
que se ocupa, una de las figuras más tenebrosas de la política norteamericana
de comienzos de siglo y el mayor responsable de la enorme mentira histórica con
que se justificó la invasión de Irak, dando lugar a la desestabilización de una
región, con consecuencias que todavía estamos pagando.
El primer problema de El
vicepresidente es que no define su intención ni el tono o registro de su
propuesta. En buena parte nos encontramos en presencia de un biopic de
Dick Cheney, con la reconstrucción a saltos de pasajes de su vida desde la
juventud hasta el momento de llegar a ocupar ese cargo en la
administración de George W Bush. Pero a
la vez y en la segunda parte de la obra, El
vicepresidente se detiene en lo que fue la operación en contra de Saddam
Hussein, insertando imágenes de los horrores que con ella se desataron, y
creando la impresión de que el filme se
inscribe en un género tan raizalmente norteamericano como el thriller político.
La mezcla de esos dos propósitos deja la película en una zona
gris imprecisa y poco convincente, la que se adoba con tics de un manierismo
que habla a las claras del juego a una presunta posmodernidad de parte del director Adam McKay y sus guionistas. Por
ejemplo, anticipar la escena del desenlace en busca de despertar en el
espectador sorpresa no pasa de ser un truco con barniz de gran condena moral, o insertar escenas de
archivo es un golpe bajo a la conciencia del espectador, en procura de dar presuntas garantías de
verdad a lo que es una reconstrucción ficcional.
La primera gran sorpresa es que un trabajo de escritura tan
frágil y calculada aparece en la lista
de los cinco candidatos el Oscar como mejor guion original, en una decisión que
vale como indicio de los tiempos de confusión que corren en cuanto lo que son o
deben ser las cosas. No sé qué podrán encontrar los jóvenes con vocación de
guionistas ante lo que ahora se presenta
con la calidad de un modelo digno de seguirse.
Si la candidatura a mejor guion desconcierta, lo que sigue
simplemente empuja a la incredulidad: El
vicepresidente figura también en las nominadas a las categorías mayores del
Oscar: Mejor Película, Mejor Director, Mejor actor principal y Mejor Actriz de
Reparto.
Comenzando por los dos finales, hay que decir que Christian
Bale como Dick Cheney logra una interpretación correcta en una línea muy del gusto norteamericano y
es la identificación del actor con el
físico y los gestos del biografiado. En cuanto a Amy Adams, apenas se siente
dado su carácter radicalmente secundario, con solo dos o tres escenas con
espacio para el lucimiento profesional y de las cuales simplemente sale indemne.
Debo confesar que no he visto ninguno de los filmes
anteriores de Adam McKay y en esa medida puedo carecer de alguna clave para descifrar de mejor
manera lo que en El vicepresidente me
parece una realización plana y anodina.
El trabajo de dirección se limita a resolver escenas con base en planos muy
breves, sin tiempo para que ellos adquieran el contenido expresivo necesario en
una buena película.
Lo anterior equivale a decir que no hay puesta en escena en
el sentido de un trabajo en el que la concepción de cada secuencia tenga algo más que el simple registro de la
acción. Es la puesta en escena la que crea la significación en el cine, un arte
que no se agota en la mera reconstrucción de los hechos, y en el que la cámara
con sus posiciones y movimientos otorga sentido a lo que se está mostrando.
No parece difícil verificar la falta de estilo de McKay. Si al abandonar la
sala el espectador estruja en el
recuerdo que la obra vista le ha dejado, encontrará apenas la impresión general del ser oscuro y siniestro que fue Dick
Cheney, pero ninguna escena en particular quedará guardada en su memoria por la
calidad de su realización. Bien por el contrario, si se apura un poco,
aparecerán momentos de una factura tan pobre que parece deliberada, como las
secuencias en que la esposa le reclama a Cheney por su vida actual y recuerda
la violencia de su propia familia, o la otra en que la hija del político
reconoce su lesbianismo.
Alguien pudiera pensar con razón que no se justifica escribir
largo de una obra tan mediocre. En este caso lo intento por la absoluta
perplejidad que me produce la forma como El
vicepresidente se ha valorado, con una cierta aceptación de la crítica y obviamente
de los académicos que nominan al Oscar, como si la bajeza moral de Dick Cheney
y su convencional retrato debieran llevar
a elogiar una película que encubre su superficialidad tras la máscara de la contemporanidad.
Hombre don Orlando, Doctor y maestro en la crítica. Esta crítica, sirve de Modelo y plantilla. Por su forma y contenido; concisión y claridad , y lo principal es que ejemplarmente educa. Un Abrazo.
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