La favorita: El poder en las sombras
Orlando Mora
Que La favorita
aparezca como nominada a Mejor Película para el Oscar del 2019 debe calificarse
como una verdadera anormalidad. Nada en su planteamiento ni en su realización
navega por las aguas más queridas por los miembros de la llamada Academia de
Artes y Ciencias Cinematográficas, salvo
quizá el deslumbramiento que con justas razones debió producirles el admirable
desempeño de sus tres actrices protagonistas.
Tal vez lo más apropiado sea empezar por ocuparse de lo que
este filme significa en la carrera cinematográfica de su director, un griego
que con Canino en el festival de
Cannes del 2009 despertó el entusiasmo de los sectores de la crítica más
propensos a exaltar las propuestas que caminan en la dirección del riesgo y la
provocación. Ese segundo filme de Yorgos Lanthimos cortó el aliento de muchos,
que se fascinaron con su claustrofóbica historia de familia, en la que un padre
con pulso de dictador aísla a sus tres hijos de todo contacto con el mundo
exterior.
En el guion de Canino
hay una renuncia radical a servirse de la
causalidad como la llave que abre las explicaciones acerca del porqué de
la trama, dejando un repertorio de lecturas posibles, algo que
funciona como principal distintivo de las que hoy se valoran como las propuestas más modernas. El espectador
debe ejercer como hermeneuta de un texto que se niega a mostrar o definir sus
bordes.
Con Alps, su
siguiente trabajo, Lanthimos se mantuvo en la
línea de Canino, por lo menos
en cuanto a la oscuridad de un relato que incomoda y provoca en el público una sensación de desconcierto y perplejidad.
Ese filme, a pesar de ser probablemente
el menos logrado de sus cinco últimas
obras, retuvo la atención en la figura
del director, alabado por lo enigmático y provocador de sus historias.
Apoyado en el éxito de crítica de sus dos piezas anteriores,
Lanthimos empezó a rodar en inglés y con el respaldo de una producción
internacional solvente, de la que pudo nacer Langosta, su película más popular hasta la aparición de La favorita. Una especie de ciencia ficción en presente,
en una sociedad que no tolera la soledad y que obliga a los que pierden su
pareja a internarse en una clínica para buscar
nueva compañía o a exiliarse en el bosque y convertirse en animales a
perseguir y cazar.
Con El sacrificio de un
ciervo sagrado Lanthimos incursionó en el terreno de la culpa y de la
necesidad de la expiación, en un filme ambicioso que deslumbra en su arranque,
pero que inevitablemente decae en su segunda parte ante la imposibilidad de
sostener el misterio del planteamiento inicial. La presencia de actores
internacionales como Colin Farrel y Nicole Kidman ya anunciaba el salto hacia
películas de mayor presupuesto.
Tan larga referencia a la obra anterior del director puede parecer
excesiva, pero no lo es a propósito de
una obra como La favorita, aplaudida
con reservas por quienes la califican como una buena película, pero juzgan que Lanthimos se ha ido insertando poco a poco en
la gran industria y cediendo en la radicalidad de sus primeros trabajos.
La favorita es ciertamente el único filme del
director transparente desde el punto de
vista de la historia que narra, y que no exige del espectador un esfuerzo de
comprensión acerca de dónde y cómo sucede su historia. Estamos en la Inglaterra
del siglo XVIII, en un momento de plena guerra con Francia y la reina, Ana
Estuardo, es la responsable de tomar las decisiones acerca del manejo de ese
conflicto.
Por primera vez Lanthimos crea una ficción que se inspira en
la realidad, si bien ello es apenas un punto de partida. Mirada con una
perspectiva diferente, es posible encontrar líneas de comunicación entre el
núcleo de las preocupaciones del director expresadas en sus películas
anteriores y lo que propone en La
favorita.
¿De qué ocupaba el cine
de Lanthimos?. Por lo menos desde nuestro punto de vista, trataba del
poder y de su consustancial arbitrariedad, justamente de lo mismo de que se
ocupa La favorita. Solo que acá el
director centra la atención en las
relaciones del poder y el sexo, comunicando una extensión de mayor amplitud a
su mirada.
Entre el padre que tiraniza el ámbito familiar del que
hacíamos mención a propósito de Canino y
esta reina que toma decisiones de Estado al vaivén de lo que ocurre en su cama
no media distancia alguna, salvo que acá el texto cinematográfico es diáfano y
ubicable por el espectador en un tiempo y un espacio determinados. La claridad
de la historia no afecta la complejidad del planteamiento central (la
disolvencia del final aleja cualquier riesgo en ese sentido), y Lanthimos hace
uso del oficio aprendido, con una sorprendente propuesta visual de iluminación natural y uso
del gran angular como base de su óptica.
Otra vez el asunto de la oscuridad de los rincones del poder,
o sea un Yorgos Lanthimos en estado puro, en esta ocasión narrado en una metáfora accesible al espectador y con
el aporte de tres actrices sin las cuales la película resulta inimaginable. Cine de alto voltaje, con una calidad
que no admite reparos.
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