Somos calentura: Las
desventuras del cine colombiano
Orlando Mora
Uno quisiera dedicarse simplemente a escribir sobre los méritos que encuentra en
una obra brillante como la que ha realizado Jorge Navas en Somos calentura, pero esta
vez ese deseo debe ceder ante el absurdo de lo que ha ocurrido con ella en su
estreno comercial, masacrada literalmente por los engranajes implacables de una
exhibición que funciona bajo otros intereses.
Ilustremos con lo sucedido localmente, que supongo haya sido igual en el resto del país. Se lanza el filme
de Navas en seis de las ciento
veintisiete salas del Valle de Aburrá y Oriente que anuncian en El Colombiano su programación diaria
y en varias de ellas en horarios compartidos con otras películas. Apenas como referencia
citemos que La monja dispone de
cincuenta y cinco salas y en horarios exclusivos.
Una semana más tarde, el jueves 20 de septiembre, Somos calentura ha desaparecido de cinco
de esas seis salas y queda apenas en el Colombo Americano, con una o dos funciones diarias. En los escasos siete
días de permanencia en la cartelera la mayor parte del público no se entera
todavía de qué trata la película y la
expectativa de que el voz a voz de los espectadores alcance a impulsarla
resulta impensable.
Aceptemos de entrada que la exhibición es una actividad
comercial y que trabaja con las leyes propias del mercado, premisa
indispensable para evitar que todo quede reducido a una queja y que el problema se pueda plantear en
términos correctos. El asunto clave es cómo hacer compatible la lógica
económica de las empresas con las necesidades de una cinematografía
nacional que requiere de un margen
mínimo de apoyo.
Miradas así las cosas, es evidente que existe un campo
propicio para que las autoridades rectoras del Cine procuren llegar a la expedición de las normas
y las medidas de estímulo que garanticen una permanencia mínima de las
películas colombianas en la cartelera, el reto que afrontan todas las
cinematografías emergentes en el mundo y que todavía no se resuelve.
En especial porque hay un tipo de película a la que los días
en pantalla pueden favorecer y ese parece el caso del filme de Jorge Navas,
cuya primera dificultad estriba en el título demasiado local que se le encontró, que induce a creer que
se está en presencia de otra más de las anodinas comedias de inspiración televisiva con que muchos
productores buscan y a veces encuentras su propia mina de oro.
Somos calentura es uno de los trabajos más curiosos
e insulares del cine colombiano reciente. En concreto porque propone una
incursión en el musical, un terreno en el que pocos se arriesgan y que demanda
un tipo de sensibilidad y de preparación que trasciende lo puramente
cinematográfico. En este caso se trata de hacer coincidir el cine con la música,
encontrando unas líneas de fusión en que ninguno de los dos resulte
sacrificado.
Desconozco si por la mente de Navas pasaron algunos
antecedentes tomados como motivo lejano de inspiración. En mi caso y como espectador, a medida que avanzaba la película recordaba un título que renovó el
musical norteamericano en los años sesenta y que fue West side story de Robert Wise y Jerome Robbins, por lo menos en
cuanto propuesta con una historia enraizada en un lugar geográfico determinado
y en el que juegan por igual el cine, la música y la coreografía.
En Somos calentura el
director emplaza la trama en Buenaventura y lo hace de manera no
circunstancial. Lo que sucede en la película está atado indisolublemente a ese
espacio y al tiempo presente en que transcurre la acción, con un fondo trágico que no puede
desconocerse. El filme de Jorge Navas nos habla de jóvenes atrapados en la
falta de oportunidades del mundo en que se mueven y en el que el crimen en
varias de sus manifestaciones aparece como el único camino a transitar.
En ese universo sin horizontes del que resulta imposible
escapar, tal como se cuenta en la escena de apertura que funciona a manera de
prólogo, la música representa todo y en
ella reposa la única opción de olvidarse de los muros de opresión en que se mueven los personajes. A
partir de esa idea motriz el guion vertebra el material narrativo, haciendo que
las escenas de la competencia de baile se conviertan en el eje del relato.
Lo que sorprende en Somos
calentura es la forma como el realizador consigue trabajar esas escenas
desde adentro, con un grado muy potente de identificación y apropiación. Siendo
un director que desde sus cortos se acostumbró a escribir con la cámara, esta
vez logra una visceralidad en el registro prácticamente sin antecedentes en el
cine colombiano. No hay exterioridad en
la mirada de Navas sobre el Pacífico colombiano, es una Buenaventura en la que anidan la
violencia y el riesgo de la muerte, pero también el milagro maravilloso de la
vida que brota de la música y el baile al que se entregan con desenfreno los
jóvenes protagonistas.
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