Esperando al rey:
Los caminos al infierno
Orlando Mora
Una sensación de frío, casi de pavor se siente en presencia
de Esperando al rey, la última película del alemán Tom Tykver. Y no por la historia del filme, es por la historia del
director. Lo que se impone de golpe ante una muestran tan flagrante de
mediocridad es la constatación de la manera como la industria norteamericana
caza y destruye talentos, en una reiteración de los riesgos que se toman cuando
un realizador resuelve escuchar ciertos cantos de sirena.
Con algo más de cincuenta años de edad, Tykver fue una de las
voces más originales y potentes surgidas en el
cine alemán de la década del noventa. Había misterio y fascinación en
los planos de sus primeras obras, con un título emblemático como Corre, Lola, corre (1998) en la cresta
de la ola.
Vino a continuación lo que suele venir en esos casos: los
contadores que manejan hoy la producción
norteamericana les gusta apostar a triunfadores y saben tentarlos con los recursos
y facilidades de su sistema de producción. Muchos caen en la tentación, Tykver
lo hizo, pensando con ingenuidad que podrán preservar su integridad artística
en medio de la infernal maquinaria de Hollywood.
Unos pocos lo consiguen, se integran a la industria de los
Estados Unidos y se convierten en eficientes y en oportunidades notables
directores del cine norteamericano. Esos casos excepcionales confirman la
gravedad de los peligros de trabajar en una industria que privilegia el rodaje
sobre las etapas posteriores del proceso creativo y que poco a poco va logrando
que lo personal ceda ante las exigencias del sistema.
Tykver comenzó a recorrer ese mal camino con Heaven en el año 2002. Cada nueva obra
suya a partir de entonces es otro paso
en esa especie de apagamiento de las luces que iluminaban sus primeras
películas, cada vez menos sugestivas y más cercanas a la producción comercial
media norteamericana.
Esperando al rey se basa en una novela de Dave Eggers
que no he leído. En esa medida no sé cuánto de las flaquezas y los huecos de la película se deban a la obra original y
cuánto a limitaciones de la adaptación y la realización. El esqueleto de la
historia tenía sustancia y bien pudo llevar a otro resultado; el problema es el
tono que adopta y que prefiere insistir en los aspectos más complacientes de la
trama, como si desconfiara de la inteligencia del espectador y quisiera
remarcar lo más obvio y evidente.
Del Tom Tykver de antes quedan algunos rastros: la fuerza en
la composición de los planos, el gusto por la música, el control en la
dirección de los actores. Algo así como los gestos distantes de alguien a quien
se conoce y ahora se desdibuja.
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