Marx puede esperar: Una muerte en la familia
Orlando Mora
En estos tiempos de tanta
plataforma de streaming no resulta fácil acertar en la selección de qué ver en
medio de una oferta francamente abrumadora. Dado que buena parte del material
que por allí circula está concebido para atender el ocio de una tarde de
domingo, en mi caso el único consejo práctico que ensayaría es el de estarse a
la calidad de una plataforma que luce como imprescindible para los buenos
cinéfilos. Se trata de Mubi, que sube diariamente una película con antecedentes que la harán con
certeza mínimo interesante.
Es conveniente advertir que en
ocasiones el material de Mubi se resiente de cierta dificultad para el
espectador, por lo que resulta oportuno en todas las ocasiones buscar en
internet información sobre lo que va a verse y sobre su director. No hay que
olvidar que las películas tienen su propia biografía: pertenecen a un
realizador, forman parte de una cinematografía nacional, se realizan en un
contexto histórico determinado, etc y conocerla ayuda a una lectura más rica e
ilustrada. Una obra vista con esa perspectiva podrá revelarnos cosas que de
otra manera a lo mejor quedarían ocultas.
La digresión anterior sirve para
referirnos a Marx puede esperar, una
película italiana estrenada hace pocos
días en esa plataforma y que por sus características de documental sería de
impensable llegada a las salas comerciales. Presentada en el festival de cine
de Cannes en el 2021, evento que ese año rindió un más que justo homenaje a su
realizador Marco Bellochio, su enorme belleza crepuscular tocará fibras muy
profundas de cualquier espectador sensible.
Bellochio es ahora el último
sobreviviente de la brillante generación italiana que enriqueció la
cinematografía mundial en los años sesenta, aprovechando la herencia recibida
del Neorrealismo, el movimiento más importante del cine en la segunda posguerra
del siglo pasado. Luego de una filmografía de casi cuarenta títulos, el
italiano decidió emprender un trabajo
sobre su familia, para el cual empezó por reunir en diciembre del 2016 a sus
hermanos y sobrinos en una cena con la que se inicia la película.
Seguramente el nombre del
director poco dice a las nuevas
generaciones, acaso solo uno más en el grupo de brillantes realizadores que
encabezan figuras legendarias como Ermano Olmi y Bernardo Bertolucci. En medio de tanto
talento lindante con la maestría, de Bellochio hay que recordar que Los puños en los bolsillos, su opera
prima de 1965, es la mejor de todas las primeras películas de ese puñado de autores y que conserva luego de sesenta años
una fuerza y una ferocidad inagotables.
Revisada en su conjunto la obra
del italiano, es fácil detectar que ella se articula alrededor de temas que estaban en Los puños en los bolsillos y que se han mantenido a lo largo de los
años. El primero de ellos y el más incidente es el de la familia, que aparece
con variaciones en la casi totalidad de su filmografía. A más de esa temática,
mirar las películas de Bellochio permite distinguir lo que fueron
etapas personales en su carrera, una de ellas a mitad de los sesenta
cuando cayó en la onda de una
politización que arrastró a muchos a creer que el mundo se podía cambiar, que efectivamente
el cambio estaba cerca y que la Historia caminaba en una línea que volvería
realidad la utopía socialista.
Procede destacar el asunto de la
familia y el período en que Bellochio se sumó al sueño revolucionario de esa
década porque ellos se encuentran en el centro de Marx puede esperar, y creo
que para cualquier aficionado conocer esos dos antecedentes le permitirá valorar
con mejores luces la sinceridad de este trabajo y la manera como sirve para
iluminar muchas piezas de su recorrido artístico. Dicho en otras palabras, este
documental funciona y quedará como un testimonio que arroja luces para una más
plena comprensión de sus obras, punto
del que el director es claramente consciente, dado que junto a las entrevistas
rodadas con su familia y el material de archivo, Bellochio intercala
fragmentos de sus películas en un reconocimiento explícito de lo mucho que los
recuerdos familiares han pesado en el conjunto de su cine.
Si bien parece válido destacar la
enorme importancia que para la cinefilia deja
este documental, sería injusto reducirlo a un trabajo para
especialistas, cuando justamente lo más notable es la universalidad de la
reflexión que Bellochio incorpora a partir del caso de su experiencia personal.
En el fondo Marx puede esperar nos habla
de lo que significa la familia como un
universo en el que coexisten las más firmes de nuestras raíces y al mismo
tiempo un aire enrarecido que roza con inusitada frecuencia lo patológico.
En los recuerdos de la familia
Bellochio hay un hecho central y es el suicidio del mellizo de Marco, convertido en verdadero eje
de la obra, ya que en definitiva en los miembros sobrevivientes cunde un
sentimiento de culpa de haber abandonado al hermano, de haberse desentendido de
su vida, creyendo que poseía fuerzas que al final no existían y que lo llevaron
al trágico desenlace. Cada uno estaba en lo suyo, transitando su propio
desierto y nadie dispuso del tiempo para darse cuenta de que Camilo caminaba
hacia el abismo. El título de la película alude a una frase que el hermano le
dijo a Marco en 1968, en su última conversación, cuando el entonces ya prestigioso
director creyó equivocadamente que abría una vía de esperanza al decirle, bajo el
influjo de su espíritu político de esos años, que el trabajo por el
proletariado podía redimir las carencias personales y Camilo le respondió escuetamente:
Marx puede esperar. Toda una lección de
vida.
Muchas gracias por esta gran reseña, admirado y querido Orlando. (F. Arenas)
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