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Marlowe: Un guiño a la nostalgia

Orlando Mora

Por esta vez vale la pena a propósito de una película comenzar hablando del texto literario en que se apoya. Se trata del filme Marlowe, estrenado hace un par de semanas y que destaca un poco en medio de una cartelera raquítica y ahora bajo la severa amenaza de los tanques comerciales que llegarán con el verano, un cine oligofrénico que se torna epidémico por estos meses.

Aunque Marlowe es dirigida por Neil Jordan, un autor de una solvencia que se encuentra más allá de cualquier sospecha, me parece más destacable en esta ocasión la mención a John Banville, un novelista irlandés dueño de una prosa sugestiva e hipnótica y quien en el año 2014, se dice que a solicitud de los herederos de Raymond Chandler y conocido su gusto por la literatura de la llamada Serie Negra, aceptó  resucitar al célebre detective creado por el escritor norteamericano, empeño que terminó con la publicación de una novela firmada bajo el nombre del otro yo de Banville, el célebre Benjamin Black.

La rubia de ojos negros es el título de la novela, la cual desafortunadamente no conozco, lo que obliga a escribir más sobre sospechas acerca de las relaciones a establecer entre la película y su fuente literaria, asunto que si bien en otras ocasiones resulta subalterno y a veces francamente irrelevante, en este caso se torna definitivo dado el carácter de claro homenaje con que se ha escrito el texto original y que se ha conservado en la versión cinematográfica, la que lejos de querer desprenderse de esa condición parece haberla intensificado, trasladando lo que fue el homenaje de Banville a la literatura de Chandler a un homenaje al cine de detectives de los años cuarenta y cincuenta.

Otro será el lugar y otros los llamados a ocuparse de los grandes méritos de la novelística de la Serie Negra norteamericana, a cargo de  un puñado de escritores realmente notables, capaces de recrear un universo social en el que el crimen y sus múltiples caminos se diversifican y ramifican, dando cuenta de un estado de cosas de la vida social en los Estados Unidos. No sobra recordar para nuestros fines que Raymond Chandler junto a Dashiell Hammett encabezan esa brillante lista.  

Circunscribiéndonos al cine, las novelas de esos autores fueron aprovechadas por los productores cinematográficos, que pronto descubrieron el potencial que se albergaba en ellas, ya que por el tipo de relato de bastante acción y con fuerte incidencia de los diálogos encajaban a la perfección en las posibilidades del texto cinematográfico. A partir de El halcón maltés en 1941, adaptación felizmente lograda de la novela de Dashiell Hammett y debut en el cine del gran director norteamericano John Huston, se avanzó en la creación de un género cinematográfico que contó con el memorable aporte de guionistas, directores de fotografía, actores  y realizadores, trayendo como resultado una de las contribuciones más sólidas de los Estados Unidos a la historia universal del cine.

Toda esta larga introducción porque parece difícil que un espectador desprovisto de esos antecedentes alcance una perspectiva adecuada para acercarse  a Marlowe, lo que se constituye de entrada en la primera de las objeciones que pueden formularse a la obra de Neil Jordan, encerrada en un juego de referencias literarias y cinematográficas por fuera de las cuales la película pierde muchos de sus valores rescatables y queda reducida a una pieza un tanto gratuita y a ratos casi descabellada.

Se insiste en que sin conocer la novela la aproximación al trabajo del director irlandés se torna problemática, por lo cual  las aseveraciones personales que se expresan a continuación pueden ser inexactas, ya que provisionalmente las atribuiremos a la orientación del guion que firman William Monahan y el mismo director, destacando la decisión de presentar un Marlowe ya mayor, opción que se cristaliza en la selección de Leam Neeson, un actor con el atractivo suficiente para encarnarlo físicamente, pero que luce en las escenas de acción y violencia totalmente fuera de lugar.

Del personaje original se conserva uno de los matices más interesantes de este género cinematográfico y es el de la ambigüedad moral en que se mueve Marlowe, asentada su conducta en unos códigos  en los que la investigación  del crimen aparece más como una empresa de carácter personal, sin un interés general en denunciar  la corrupción que campea en buena parte de los sectores más poderosos de la sociedad.

La inserción de la mujer en la historia corresponde también a estereotipos propios de las obras clásicas, representada con un poder de seducción que provoca la perdición y el naufragio de los hombres que giran a su alrededor, en una constante  que acá se conserva y que si bien no conduce a la muerte de Marlowe, sí lo lleva a su claudicación moral, al resolver amparar los oscuros intereses que  han movido a Clara Cavedish y a encubrir  su crimen final.

La circunstancia de que en el centro del argumento se encuentren unos Estudios cinematográficos es uno más de los guiños que se hacen al cine y que deliberadamente se amplifican, no solo en lo que toca con el estilo de la planificación y el diseño de los escenarios, sino también en la mención a títulos canónicos  como El halcón maltés y en la compleja evolución  de la trama que remite a The big sleep, otro clásico del género. Al final Marlowe como película sirve para recordar un cine del pasado, sin que en el intento se superen los límites de una evocación más nostálgica que consistente, con escasos pasajes en los que se revele el oficio del director. Queda sí la urgencia  de acercarse a la novela del maravilloso John Banville.


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