Los reyes del mundo: El presente del cine colombiano
Orlando Mora
Me produjo una gran emoción el
premio como mejor película concedida a Los
reyes del mundo en el festival de
Cine de San Sebastián que acaba de terminar. Emoción y también nostalgia de no
haber estado presente en la edición 70 de un certamen al que asistí de manera casi
ininterrumpida desde el año de 1987 hasta hace muy poco, tiempo durante el cual
presencié la exhibición de filmes colombianos en distintas secciones, incluida Sumas y restas de Víctor Gaviria en la
sección oficial y viví en una tarde maravillosa la lectura del premio a Los colores de la montaña de Carlos
César Arbeláez en el apartado de Nuevos
Realizadores. Los años y compromisos de trabajo me impidieron estar en la
celebración del mayor de los reconocimientos del evento donostiarra a nuestro cine:
la Concha de Oro a la obra de Laura Mora.
Miro atrás, desenvuelvo la madeja
del tiempo y pienso que este premio llega en el momento justo y que con él se alcanza una cima que debe valorarse
como la culminación de un proceso. Quizás solo los sobrevivientes de mi
generación podemos medir lo que esta perspectiva aporta, en cuanto vivimos
momentos en que el cine colombiano
prácticamente no existía y conocimos las
etapas sucesivas que desde los años setenta han ido forjando la actual realidad
del cine nacional.
Todavía recuerdo la primera
resolución que en 1971, en desarrollo de la ley 9 de 1942, pretendía sentar las bases para el nacimiento
de una industria cinematográfica. Se trataba de medidas de fomento para brindar
impulso a la rama de la producción, permitiendo que se pudieran hacer películas
y que con ellas viniera la capacitación técnica y artística de todo el sector.
Lo sucedido a partir de entonces es la historia del surgimiento del cine nacional
en el marco de las exigencias de una industria demandante en capital y con
graves incertidumbres en cuanto a las posibilidades de retorno.
Siguieron los años del
sobreprecio para que las utilidades que dejaban cinco cortos permitieran consolidar
empresas y pasar a los largometrajes. Luego de tropiezos y fracasos, se llegó a
la creación de Focine, la compañía de Fomento Cinematográfico, con distintas modalidades
de apoyo, primero bajo la forma de préstamos, luego la fórmula de las
coproducciones y al final la producción
directa, con errores de diverso orden que llevaron a la desaparición de la
entidad y al desierto que se atravesó hasta comienzos de los años noventa,
cuando con La estrategia del caracol Sergio Cabrera mostró caminos distintos, concitando
el interés de la inversión privada y de
las cadenas de televisión.
Esa larga experiencia acumulada desde los años setenta hasta comienzos del
nuevo siglo se recogió por un grupo de visionarios que conocían de cine y de
finanzas y que consiguieron la expedición de la ley 814 del 2003, un prodigio
de norma por la brevedad de su articulado y la lucidez de entender que no se
podía desarrollar la rama de la producción en guerra con las instancias de la
distribución y la exhibición, que fueron llamadas a integrarse en el proyecto,
dando nacimiento al afortunado estado de
cosas en que ahora nos encontramos.
Ensayo esta desmelenada y
rapidísima referencia a la historia porque encuentro necesario que el triunfo
de Los reyes del mundo se encuadre
dentro de una perspectiva que ilumine
las cosas. Un joven que hoy ve plataformas de streaming no se imagina siquiera que
alguna vez vivimos en un mundo sin televisión,
que luego ella empezó en blanco y negro y que el paso al color fue una
etapa posterior. Si hoy se suceden
semanas en que la cartelera local anuncia en programación simultánea hasta
cinco o seis películas nacionales, o si ahora el cine colombiano logra conquistar por vez
primera el gran premio de un festival de
categoría A, a ese estado no se llegó de
casualidad y obedece a una cadena de hechos que nos deben olvidarse, acatando un principio elemental de la Física: no hay
efecto sin causa.
Desde luego que no hemos visto Los reyes del mundo, cuyo estreno
nacional está fijado para el 13 de octubre, y esa será la oportunidad para
hablar de la segunda película de una directora de cualidades excepcionales, tal
como lo dejaba ver su opera prima Matar a
Jesús. Por ahora, lo que tal vez más interese sea entender que de alguna
manera con este premio el cine colombiano roza una altura que debe mirarse como
un punto de llegada, el momento en que una cinematografía alcanza una madurez
que ya no tolera excusas para la mediocridad o la intrascendencia. Pero como
sucede con todas las cosas de la vida y la ley implacable de la dialéctica que
la regula, todo punto de llegada se convierte en uno nuevo de partida. Con Los reyes del mundo se emprende una
nueva etapa en la que somos iguales a cualquier otro país a la hora de valorar
los méritos de nuestra producción cinematográfica. Atrás quedaron las
imperfecciones y los defectos que se consentían con la excusa de que era una película
colombiana y había ante todo que aplaudir el esfuerzo. El triunfo de Laura Mora
nos coloca de pie y en condiciones de igualdad frente a cualquier otra cinematografía,
obligados a juzgar en términos exclusivos de calidad. “Al fin solos”, como
cerraba una serie de artículos sobre literatura el crítico colombiano Hernando
Valencia Goelkel.
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