Jean-Luc Godard: La muerte del profeta
Orlando Mora
En el futuro se leerá en los
libros que el martes 13 de septiembre de
2022 el director de cine francés Jean- Luc Godard puso fin de forma voluntaria
a sus días, en un acto de suicidio asistido que se permite en Suiza, país en el que residía desde hacía
muchos años. No sufría ninguna enfermedad terminal, según declaró su esposa,
simplemente a sus casi 92 años de edad estaba fatigado. Difícil imaginar una
manera más suya de abandonar la vida, en un gesto final que confirma la
rebeldía que desde joven corrió por sus venas.
La vasta obra de Godard se extiende de sus primeros cortos
en 1955 a su último trabajo en el año 2018 y su análisis demanda un esfuerzo y
una extensión que superan las posibilidades de estas líneas, que solo quieren
rendir testimonio acerca de lo que para
nosotros, los que comenzábamos a amar el cine al filo de los años sesenta,
significó el francés, figura clave y diríamos que totémica del movimiento de
renovación del cine que se forjó en París en la década del cincuenta.
Historiadores y analistas
dibujarán con mejor trazo el paisaje de los cambios que Godard y sus compañeros
de aventura introdujeron en el cine.
Vistos con mirada de simple espectador, diríamos que con ellos se produjo la
mayor transformación de la gramática y la sintaxis cinematográfica de la segunda
mitad del siglo XX, sin que hasta la fecha se haya conocido movimiento alguno
que lo iguale o supere, a pesar de los hallazgos que dejaron El Dogma danés o
el realismo minimalista iraní.
Jean-Luc Godard fue protagonista
central del movimiento conocido como la
Nueva Ola francesa, que tuvo su
bautizo público en el año de 1959 cuando se lanzaron tres de sus títulos
fundacionales: Los cuatrocientos golpes
de Francois Truffaut, Hiroshima mi amor de Alain Resnais y Sin aliento de Godard. La Nouvelle Vague se convirtió en el
epicentro de un temblor que se extendió por todo el mundo, dando lugar al
fenómeno de los llamados Nuevos Cines,
en el que la novedad vino dada en cada país por rupturas e insurgencias contra
las estructuras industriales y estéticas nacionales dominantes.
Aprovechando aportes de
directores como Jean Renoir y Orson Welles y movimientos como el Neorrealismo
italiano, la Nueva Ola francesa
consolidó el sentido de la modernidad en el cine, sentando bases para el
abandono de la forma clásica del relato y otorgando al universo de las imágenes
un sentido menos denotativo; el cine superó su estado narrativo y entró a
profundizar más en la significación, camino por el que se ha venido transitando
a partir de entonces.
Los jóvenes de la Nueva
Ola pasaron a la realización luego de haber sido espectadores obsesivos de
cine y de conocer su historia, ejerciendo
varios de ellos un trabajo crítico novedoso y profundamente iluminador. Pero unía
y los distinguía ante todo su amor por el
cine, matriz de la cinefilia que creció y se extendió en las décadas del
cincuenta y sesenta, con una proliferación de revistas de cine, de secciones de
crítica en los periódicos y de salas especializadas en programar
películas de calidad. El arte cinematográfico alcanzó su madurez y plenitud en esos años,
con títulos que en su complejidad y riqueza daban cuenta de un medio de
expresión que nada debía envidiar a los tradicionales.
En medio de un paisaje
intelectual tan estimulante y fértil,
Jean-Luc Godard ocupa una posición de liderazgo que lo vuelve único y lo
destaca como una de las figuras más influyentes de toda la historia del cine, al punto de que resulta improbable
encontrar desde entonces un director con propuestas renovadoras que no deba
algo a la influencia del francés. Cualquier cine que se pretenda moderno será deudor en alguna medida de la
obra de Godard.
En la filmografía del realizador lo primero a destacar desde Sin aliento es el carácter rupturista de sus películas, asumiendo de una a otra
nuevos retos y huyendo de las repeticiones y las fórmulas, con títulos que
todavía la memoria evoca como obras
maestras: Vivir su vida, Pierrot le fou, El desprecio.
Cuando su centro de interés se
desplazó hacia la militancia a finales de la década del sesenta, a la par
del asunto del compromiso político del arte empezó a reflexionar acerca de lo
que el cine significaba en los nuevos tiempos en cuanto lenguaje de imágenes y
sonidos y la forma como registraba la realidad. Abandonada la etapa maoísta, su preocupaciones lingüísticas se
materializaron en un ciclo de
conferencias que dieron origen al texto Historia(s)
del cine y de allí hasta su última
película, El libro de las imágenes en el 2018, sus trabajos
son especies de ensayos cinematográficos de un artista que percibía, con admirables
precocidad y lucidez, que el asunto ya
no era el cine como se entendía en el sentido clásico y que existía un terreno más amplio y
desafiante que era el audiovisual.
Retirado a Suiza y poco afecto a
declaraciones y apariciones públicas, Jean-Luc Godard fue por su clarividencia
una especie de profeta que clamaba en el desierto. Recuerdo su multitudinaria
rueda de prensa en Cannes en el año de 1990, cuando ante una sala a reventar
deslumbró con el juego cartesiano de su pensamiento. Había llegado allí para
presentar a concurso el filme Nouvelle Vague, al que Bernardo
Bertolucci, presidente del jurado, trató de premiar con una Palma de Oro que al
final fue a parar a manos de David Lynch y su Corazón salvaje.
Con la muerte de Godard
desaparece el último sobreviviente de una generación que reinventó y reelaboró
el cine en su teoría y en su práctica. La Nueva Ola fue el principio de un cambio que aun germina y
todavía no se agota. Todo estaba y continúa estando en las películas y los
escritos de ese puñado de jóvenes que nos enseñaron a amar y a vivir el cine.
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