Crímenes del
futuro: El submundo de Cronenberg
Orlando Mora
Vaya por delante el
reconocimiento de que David Cronenberg es uno de los maestros indiscutibles del
cine contemporáneo, en el sentido de que sus películas se despliegan como un referente del trabajo de
cineastas jóvenes atraídos por sus líneas temáticas y su notable solvencia en lo que toca con estructura narrativa,
dirección de actores y puesta en escena.
Sospecho que no resultará fácil
para el espectador que desconozca la obra anterior del canadiense acercarse a Crímenes del futuro, filme que despertó
reacciones dispares con ocasión de su estreno mundial en el festival de cine de
Cannes en el pasado mes de mayo. La crudeza de muchas de sus imágenes y el
sentido mismo de la historia bien pueden extraviarse a los ojos de quien las
contemple sin la noción previa de que suponen otra incursión en un universo que
el director conoce y en el que ha buceado a lo largo de su dilatada
carrera.
A Cronenberg le interesa el género
del fantástico y el terror, pero construido a partir de las amenazas que
comporta el alto y casi desenfrenado desarrollo científico de la sociedad
actual. La destreza del director reposa en la capacidad para acercarnos a un
futuro que sentimos próximo y que él coloca en presente, insertando los
elementos que pudieran ser de
ciencia-ficción en la más plana y gris cotidianidad.
El tiempo de la ficción del
canadiense es el de un futuro que se ha vuelto presente y como
tal el sentimiento que nos transmite es de pánico, ya que sus consecuencias son
cambios profundos en el cuerpo humano, condenado a transformaciones físicas que
el director muestra sin recato, cayendo en la provocación y con una explicitud
que por momentos hiere la conciencia del público.
Visto desde la perspectiva del
anterior contexto, Crímenes del futuro
es un eslabón más de la cadena cronenberiana, con matices que merecen atención.
Uno en especial destaca y es que esta vez el director no va como lo hacía en
otros títulos de una realidad reconocible y regular a lo excepcional, sino que
salvo la aterradora escena de apertura que engaña en cuanto inicialmente parece
remitirse a un mundo normal, en el resto de la película lo que sucede se ha
desprovisto de cualquier atisbo de excepcionalidad o asombro y todo luce
integrado a un día a día que a nadie sorprende.
Con su nuevo filme Cronenberg
culmina el derrumbe del concepto de normalidad, completando el desplazamiento
progresivo que había iniciado en sus
obras anteriores, o por lo menos sustituyéndolo por uno mucho más amplio en el que
las nociones de anomalía o perversión han perdido sentido. Ya se siente lejana
la extrañeza ante las alteraciones físicas
que padecía el protagonista de Videodrome o el impacto que generaba la
sexualidad que se intensificaba en presencia de hierros retorcidos en
accidentes de carros que traía Crash.
En Crímenes del futuro el nuevo orden se ha normalizado, todos viven
de la misma manera, en medio de callejuelas oscuras y paisajes un tanto
desérticos, mientras un artista ejecuta como performance el acto en que su
compañera le extrae en cirugías públicas los órganos novedosos que aparecen en
su cuerpo, fruto de las hormonas que corren por el torrente sanguíneo. El
espectáculo carece de censura y simplemente debe reportarse a la Oficina de
órganos, entidad burocrática encargada de hacer el seguimiento a la situación
para controlar que esos cambios en órganos no se tornen genéticos.
Las monstruosidades y
deformaciones del cuerpo y de los objetos pasan ya desapercibidas, y la tendencia
parece avanzar hacia el aumento del
espectáculo, con un padre que pretende que el cadáver de su hijo, un niño que
se alimenta de plásticos, sea sometido a una autopsia pública para descubrir lo
que realmente lleva adentro. A su turno, el sexo por copulación ha desaparecido
y se ha sustituido por besos en las cicatrices de las heridas, que funcionan a
manera de simples cremalleras.
Quizás la normalización de una
sociedad que actúa bajo otros parámetros vuelva de fondo menos impresionante la
nueva película de Cronenberg, pero a la
vez más aterradora y pesimista. Eso lleva a querer buscar otros niveles de significación en Crímenes del futuro y algunos prefieren detenerse en el totalitarismo del control que se ejerce
en esa sociedad, en los cambios extremos de un arte que se expresa con heridas
en el cuerpo mismo del artista o en un sexo que solo encuentra satisfacción
en las cortaduras de las cirugías.
Si bien esos temas aparecen en la
obra, están sin que la puesta en escena o la progresión del relato los
enfatice, anulando por lo menos desde nuestra mirada cualquier asomo crítico en
el trabajo del director. El canadiense parece más un entomólogo o un
taxidermista que opera con los desechos de lo que encuentra en la realidad y no
el analista interesado en denunciar
estructuras o mecanismos sociales de opresión. Así es de oscuro el nuevo filme
de David Cronenberg.
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