Petite maman: El país de la infancia
Orlando Mora
Existe en el cine de hoy cierta
tendencia al tremendismo y a buscar en las temáticas la forma de encontrar
metáforas fáciles que encandilen al espectador. En Titanio, la película
ganadora de la Palma de Oro en Cannes en el 2021, una mujer hace el amor con un
carro y queda embarazada; en El hombre perfecto de la alemana María
Schrader, otro título valorado por cierta crítica, la protagonista participa en
el experimento de convivir con un robot como compañero sentimental. En ambos
casos la tendencia inmediata es a leer estas obras como indagaciones profundas
en la sociedad actual y a exaltarlas en cuanto supuestas miradas al proceso de
deshumanización y mecanización en que andamos inmersos.
Por fortuna a contracorriente de
esa línea pervive otra con ambiciones en apariencia menores, que prefiere
acercarse a la cotidianidad de los personajes que aborda, centrando su interés
en la exploración de los pequeños incidentes que componen el día a día del
hombre, ese ser para la muerte que predicara el Existencialismo. Petite
maman, que rueda ahora en algunas pocas salas de la cartelera de la ciudad,
pertenece a esa categoría.
A mediados del año pasado tuvimos
la suerte de ver Retrato de una mujer en llamas, la película
anterior de la directora francesa Céline Sciamma y de destacar el callado
deslumbramiento que nos produjo, una prolongación del sentimiento de admiración
que hemos experimentado por su cine desde El nacimiento de los pulpos,
su opera prima del 2007. Si algo habría distinto para resaltar en Petite
maman sería el cambio de formato, al pasar de una película de largo aliento
a una pieza pequeña e íntima que bien pudiera calificarse como cine de cámara.
La nueva obra de Sciamma abre con
un largo adiós. La que se despide es Nelly, la niña protagonista, que repite
esa única palabra al grupo de ancianas que convivían con su abuela que acaba de
fallecer en el mismo lugar. El inicio seco y silencioso funciona como una
obertura que crea el arco dramático en el que se moverá la obra, que irá de una
pérdida a una recuperación, con un final igualmente escueto y que produce el impacto
de una ventana que se abre en la conciencia del espectador.
La trama aparente de la película
es de fácil sinopsis, cabe en pocas líneas y tal vez por esta vez se justifique
su explicitación por razones que se verán más adelante. A la muerte de la
abuela, Nelly y sus padres van a la casa de campo donde ella residía; deben
atender la penosa tarea de desocuparla y retirar de allí los objetos que la
poblaban. Mientras los mayores cumplen esa labor, Nelly pasea por las afueras y
se encuentra con una niña casi de su edad, trenzándose entre ellas una relación
esa sí imposible de reducir a palabras, dada la sutileza de la manera como la
directora la resuelve visualmente. En
esa casa, es menester anticiparlo, la madre de Nelly pasó su infancia.
Vista la historia desde la
exterioridad parece indiscutible su carácter realista. Sin embargo, hay
detalles que alertan sobre la ambigüedad de lo que se está viendo: las casas de
las dos niñas son prácticamente idénticas, los cuadernos de la madre aparecen
en la casa de la amiga, la semejanza física entre ellas va en aumento a medida
que la película progresa, en el juego que inventan Nelly es hija de la otra
niña.
Por lo general cuando se habla de
que una película es literaria se suele hacer con una connotación negativa, bajo
el entendido de no haber logrado trasladar al lenguaje audiovisual la
complejidad y el carácter abstracto de las palabras. En el caso de Céline
Sciamma, autora de los guiones de sus obras, la adjetivación de literario sirve
para aludir a Petite maman y pienso que a todo su cine, con un sentido
laudatorio en cuanto ella no dirige con la idea de ilustrar un argumento que
preexiste y poner en imágenes sus hechos fundamentales; en el cine de la
francesa son las imágenes las que construyen la trama, eludiendo por esa vía
cualquier asomo de obviedad y conservando las sombras y el misterio que rodean
siempre la vida humana.
No estoy seguro de que haya una
lectura única de Petite maman. La riqueza de su propuesta permite
distintos movimientos interpretativos y en todos ellos se mantiene la emoción
que dejan las verdaderas obras de arte. La hermosa fotografía de Claire Mathon
respalda de nuevo la depurada escritura cinematográfica de Céline Sciamma,
camino de convertirse en obligado referente del mejor cine contemporáneo. La
maestría de los setenta y dos minutos de Petite maman vuelven a
certificarlo.
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