El adiós de Bertrand Tavernier: Luto en la cinefilia
Orlando Mora
El pasado 25 de marzo falleció a
los 79 años el francés Bertrand Tavernier, una figura absolutamente insular en
el conjunto de la cinematografía mundial. Se reunían en él facetas de muy rara concurrencia
y que tal vez difícilmente vuelvan a juntarse en el futuro.
Tavernier había nacido en 1941,
momento para el cual los realizadores que detonarían la denominada Nueva Ola
Francesa entraban en la adolescencia. Merced a esa cercanía de edad la
ubicación del autor de El juez y el asesino debe fijarse en relación con
la generación de Jean-Luc Godard, Francois Truffaut, Louis Malle, Alain
Resnasis y en general del grupo que detonó y alimentó la Nouvelle Vague,
el movimiento de renovación más importante que haya conocido el cine en las últimas
siete décadas.
Varios son los puntos que
aproximan a Bertrand Tavernier con los realizadores de la Nueva Ola. Uno
de los más visible es la manera como ellos llegaron a la dirección, sin haber aprendido
el oficio en una práctica industrial previa. Su puerta de entrada al cine fue a
través de una pasión desenfrenada por ver y ver películas, las que revisaron
las veces necesarias para saberlas casi de memoria. Esa mirada atenta y las
luces que a su camino les proporcionaban los textos de André Bazin les permitió
fijar su atención en el concepto de la puesta en escena como el rasgo a partir
del cual establecer los méritos de los directores.
El salto a la realización lo
dieron bajo el convencimiento de que entre escribir sobre películas y hacer
películas no existía una diferencia cualitativa, tal como lo expresó en una
ocasión Godard. Una vez se colocaron detrás de la cámara abandonaron la
crítica, salvo textos esporádicos y el caso de Truffaut con su antológico libro
de entrevistas con Hitchcock.
Tavernier se emocionó primero con
el cine como espectador y recorrió con pequeñas variantes el mismo camino de
los jóvenes de la Nueva Ola. Lo dijo también Godard: “Hay una cosa que
nos une a Tavernier y a mí: somos hijos de la liberación y de la Cinemateca”.
Por eso más que con el trabajo de asistente, su formación se cumplió bajo la
influencia de dos figuras claves del cine francés como Jean-Pierre Melville y
Claude Sautet, ejerciendo luego de Agregado de Prensa de una productora y
escribiendo crítica de cine, la que también dejó una vez pasado a la
realización en 1974, concentrando el empeñó teórico en escribir junto a
Jean-Pierre Coursodon un volumen de pretensiones enciclopédicas: 50 años de Cine norteamericano.
La diferencia en años que lo
separaba de Truffaut y su grupo fue suficiente para tomar distancia frente a
los excesos que el fervor juvenil había despertado en ellos, lo que lo condujo
a una postura crítica menos beligerante y dogmática. Eso explica que haya logrado
desarrollar su actividad crítica en las dos revistas emblemáticas de esa época
y que se ubicaban en orillas contrarias en cuanto a gustos y odios: Cahiers
du Cinema y Positif. Rescató además del infierno al que Truffaut los
había enviado a guionistas cono Jean Aurenche y Pierre Bost, quienes lo
acompañaron en sus primeros filmes.
Desde El relojero de San Paul,
su opera prima en 1974, Tavernier enseñó características que lo acompañarían a
lo largo de una carrera que incluye cortos, varios documentales y algo más de
20 largometrajes de ficción. En esa amplia filmografía el francés se interesó
en asuntos actuales y también trabajó en películas de época, en las que colocó
iguales preocupaciones a las que revisaba en sus historias de presente.
Las ideas de Bertrand Tavernier sobre la creación en el cine aparecen expresadas con lucidez en el libro de entrevistas con Jean-Luc Dovin y que fue publicado en 1999 por el Festival de San Sebastián. Allí el director explica las razones que lo llevaron a interesarse por los distintos temas, evitando la repetición y tratando de hacer cada película contra la anterior, a más del esfuerzo por llegar a la interioridad de los personajes y sus ideas sobre el alcance de la creación (“Cada vez me doy más cuenta de que las películas se hacen con emociones más que con historias”, “La puesta en escena es en primer lugar una cuestión de punto de vista y de distancia”).
Habría que repasar la filmografía
del director para proponer una valoración fundada de su cine. Con lo poco visto
en días recientes y lejanos recuerdos nos aventuraríamos a decir que Tavernier
es un director bastante parejo, con películas siempre sólidas e interesantes,
aunque quizás sin cumbres que lleguen a obras maestras, lo que tal vez explica el por qué sus filmes formaban parte
de las secciones oficiales de los grandes festivales, pero al final se llevó
pocos premios mayores, salvo el de
Cannes a Mejor dirección por Un
domingo en el campo y el oso de Oro en Berlín por La carnaza.
En lo personal nos quedará Coup
de Torchon que vimos en San Sebastián en 1982, la emoción de esa joya que
es Un domingo en el campo y la memoria de Alrededor de la
medianoche, una película en la que Tavernier mostró su pasión por dos
universos culturales norteamericanos como el Jazz y el cine, los que juntó en
una pieza con destino de sobrevivencia.
Con Bertrand Tavernier desaparece
la última figura icónica de lo que fue el amor al cine desatado en los años
sesenta, por fortuna presente a manera de gran testamento en su última
película, el documental Viaje a través del cine francés. Hay luto
y silencio en la cinefilia.
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