La casa de
Jack: Un descenso al infierno
Orlando
Mora
Hay que festejar que un
distribuidor decida lanzar comercialmente en el país una película tan difícil y
desafiante para el público como La casa
de Jack. Seguramente las cifras de asistencia que se proporcionan cada vez
lunes harán contrastar los más de tres millones de espectadores de Avengers con los dos mil o tres mil del filme de Lars Von Trier.
No resulta fácil juzgar esta obra con independencia de los escándalos
que habitualmente acompañan el cine y las declaraciones del danés. Una
historia larga desde que lanzó el
manifiesto del movimiento Dogma en
1995 y presentó en Cannes Los idiotas, incluidas la Palma de Oro a Bailarina en la oscuridad en el 2000 y su expulsión oficial del festival en el 2011,
con motivo de unas declaraciones desafortunadas en la rueda de prensa de su
película Melancolía. La participación
en la competencia de La casa de Jack en el 2018 significó una
reconciliación del director con el festival, aunque todavía se recuerda el
desagrado y los abucheos con que parte de la crítica recibió la película.
Lo que molesta en esta obra y explica la resistencia
de buena parte de los espectadores es lo más exterior y aparente de la
historia. En cinco incidentes se da cuenta de algunos de los crímenes que a lo
largo de doce años comete un asesino en
serie, varios de ellos mostrados con una crueldad que perturba. No hay relación
entre esos crímenes, salvo que en cuatro de ellos hay mujeres como víctimas.
Entre incidente e incidente
Jack entra en diálogos con la voz de un
segundo personaje a quien solo vemos en el epílogo y que, a nuestra manera de
ver, resulta definitivo para entender el sentido de lo que finalmente pretende
el director. En esos diálogos el guion en apariencia ofrece las presuntas
explicaciones sobre las razones de la mente criminal del protagonista, y avanza
una serie de referencias sobre su oficio de ingeniero y arquitecto frustrado y
sobre las supuestas condiciones de arte del crimen.
Los diálogos se aprovechan para
intercalar planos de archivo de Hitler, de momentos de violencia de la
humanidad y de su representación artística, mientras recurrentemente aparece el
músico y pianista Glenn Could. La duración de los incidentes es desigual, con alcances
diferentes en relación con el desarrollo del material narrativo.
Al igual que en cualquier pieza de arte, esta
película es una obra abierta a muchas lecturas, dado en especial la multitud de
elementos que Lars Von Trier incorpora y que cruzan a gran velocidad por la
pantalla, tanto en imágenes como en palabras. El espectador queda aturdido
y superado por la cantidad de información, llegando al borde de la incomprensión en el epílogo, cuando lo que
podía ser un thriller sobre un asesino en serie, se convierte definitivamente
en otra cosa.
Por eso quizá lo mejor en este
caso sea separar y distinguir entre una exterioridad, una apariencia y un
fondo. Específicamente no creemos que La
casa de Jack pueda verse en el sentido tradicional del cine de asesinos en
serie, en el cual con frecuencia lo que se quiere es dar cuenta desde un punto
de vista psicológico del funcionamiento de una mente criminal, utilizando por
lo general el formato del cine de
suspenso.
La casa de Jack crea esa apariencia con referencias a la infancia y a la juventud del
protagonista y sus muchos contactos con el mundo del arte, en un entramado que
rodea los crímenes de Jack de una especie de teoría explicativa sobre su
personalidad y sus creencias. En el fondo, por lo menos en nuestra mirada, todo
ese entramado es simple hojarasca, ya que Lars Von Trier es demasiado
inteligente para que como espectadores podamos aceptar que él cree literalmente
en lo que está mostrando.
Tampoco parece de recibo que, más
allá de las declaraciones dadas por el
director sobre su película, alguien
pueda pensar que esa historia tiene que ver con él mismo y que deba mirarse
como una especie de grito de revancha contra las muchas agresiones que el danés
ha recibido por su cine, en especial a partir de Anticristo en el 2009. Decir que él hubiera podido ser un asesino
en serio es una más de sus salidas, que no autoriza una mirada en clave
autobiográfica de la película.
Tal vez sea más apropiada entender
que todo el material de los crímenes
y las imágenes históricas o de animación
que incorpora son una preparación para el descenso al infierno que veremos en
el epílogo, cuando Verge asume el papel de Virgilio en el viaje de Dante al
infierno en La divina comedia. Acá la
remisión al clásico de la literatura italiana parece irremediable con algunas
observaciones y modulaciones.
Lo primero es destacar la
condición ambiciosa de la obra. Cada vez el director trabaja más en la línea de
aferrarse a historias en las que los hechos no admiten una lectura realista y
casi que desde el inicio hay que entender que se trata de incursiones en el
nivel simbólico. En La casa de Jack
Lars Von Trier no habla de un asesino en serie, habla de la violencia gratuita
y caprichosa que encuentra en el mundo y
que no está solo en los crímenes, ni tampoco es un asunto de género. Es
simplemente una violencia que aturde y que se cuela por todos los poros de una
sociedad humana definitiva e irremediablemente enferma.
Solo que a diferencia de lo que
acontece en La divina Comedia, Jack
no encontrará a Beatriz alguna que lo pueda conducir al cielo, y queda
faltamente condenado a perderse en las profundidades de lo desconocido, tal
como se observa en los planos finales. Así La
casa de Jack es un descenso al infierno en las imágenes morbosas y
desmesuradas de Lars Von Trier, en un filme incómodo y provocador de dos horas
y media de duración.
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