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La muerte de Diego Galán: El adiós a un amigo
Orlando Mora

A media mañana del pasado lunes 15 de abril  me reenviaron un mensaje  con la noticia: “Muere Diego Galán, crítica y cineasta, a los 72 años”. Así encabezaba el obituario  el diario El País de España, en una nota que proseguía con las siguientes palabras: “Fue un verdadero y completo hombre de cine. Diego Galán, periodista, crítico, realizador y exdirector del Festival de Cine de San Sebastián”.
Nada sabía de su enfermedad. En mi último encuentro con él hace tal vez  tres años  en Cannes lo había encontrado algo desmejorado, pero lo entendí como parte apenas del arrasador proceso del  tiempo que nos va convirtiendo poco a poco en ruinas y escombros de lo que alguna vez fuimos. Me habló de sus trabajos de ese momento, centrados más en la investigación de la historia del cine español que en la crítica diaria de películas.
En medio del desgarramiento y la sensación de soledad que imponen  las muertes repentinas, en especial cuando se trata de personas de tu misma generación, repasé los muchos encuentros con Galán y junté los cuatro libros que tengo de él,  única memoria  con vocación de sobrevivencia una vez fallecen las personas que conocieron al escritor  y que se produzca esa segunda y definitiva muerte que es el olvido del ser de carne y hueso. Recordé las palabras de Alaín Resnais: “La muerte es el país adonde se llega cuando se ha perdido la memoria”.
A Diego Galán lo conocimos en Cartagena quizá en el año de 1981, cuando vino a una edición del festival que se hacía con el apoyo renovado de Focine, que trataba de salvar el evento del naufragio que en ese momento lo tenía al borde de la desaparición. Llegó con la delegación española en la figuraba Pilar Miró, su amiga entrañable de toda la vida, dejando ver desde el comienzo la distancia que mantenía frente a las cosas y que se manifestaba en un humor que era y lo fue siempre inteligente escepticismo frente a la vida.
Lo que siguió en mi caso fue el festival internacional de cine de San Sebastián, un certamen al que estuvo vinculado como director en dos oportunidades, y luego muchas veces en Cannes, lugares en los que  recuerdo a un Diego Galán deferente y cordial, con un cariño que sospecho estuvo  marcado por  el recuerdo de los días felices vividos en Cartagena.   
De su paso por San Sebastián, uno los datos claves de su biografía, queda un primer libro que se publicó en el año 2001 bajo el título de Jack Lemon nunca cenó aquí, en el que ejerce de notario de las intimidades con muchas de las  estrellas que visitaron el festival, revelando detalles de las azarosas gestiones previas  y luego de los comportamientos de los invitados, en un texto que se lee con enorme placer. También al festival de  San Sebastián está dedicado el  volumen 50 años de rodaje del 2002,  con textos que dan cuenta  de las bodas de oro del certamen, acompañado de un registro fotográfico en blanco y negro realmente maravilloso.
Diego Galán era un conocedor profundo del cine español y por generación tuvo ocasión de vivir de cerca los controles  de la censura franquista y como a pesar de ella lentamente se fue construyendo un cine no oficial, destacando en ese proceso la  figura de Carlos Saura, un nombre clave para el cine de ese país a partir de 1959 cuando hizo su debut con Los golfos. En esa medida no extraña que a Saura haya dedicado escritos de una gran lucidez, en particular el libro  que escribió para la retrospectiva que la 54 Semana Internacional de Cine de Valladolid le dedicó al director de La caza en el año 2009. En Un joven llamado Saura aparece el realizador de cuerpo entero, analizado  en siete capítulos que explican temáticamente el contenido de su obra.
Como crítico, Diego Galán pertenece a la generación que se formó en los años dorados de la cinefilia, cuando bajo la luz que irradiaba el movimiento de renovación de André Bazín se dio el auge de las revistas de cine y los directores fueron valorados como autores y conquistaron el espacio que tradicionalmente habían ocupado los actores. Indemne a la influencia que más tarde tuvieron tendencias semiológicas y políticas que volvieron espesa la escritura crítica, Galán  conservó la claridad como parte de esa elegancia que reclamaba Ortega y Gasset.
De los últimos trabajos de Diego Galán sobre la historia del cine español solo conozco Con la pata quebrada, una revisión histórica de España a través de la imagen de la mujer, y que se estrenó con honores en el apartado de Cannes Classics en el 2013. Allí recuerdo a  Galán de pie,  presentado por Tierry Frémaux, el director artístico del festival, en una imagen que me regresa una y otra vez, en medio de una lejanía que  la muerte ha vuelto ahora definitiva.     


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