Los delincuentes: Dos hombres y un destino
Orlando Mora
El nombre de Rodrigo Moreno dice
poco a los espectadores colombianos. No recuerdo si El custodio (2006), el único filme suyo que había visto hasta la
fecha, alcanzó a pasar por la cartelera
nacional. Lo único cierto es que se trata de un director que pertenece por
generación al movimiento que se denominó como Nuevo Cine Argentino de la década
del noventa y que como autor concita el respecto y la admiración de los
sectores más serios de la crítica de su país.
La plataforma Mubi con ocasión
del lanzamiento de Los delincuentes,
estrenada en el apartado oficial de Un
Certain Regard en el festival de Cannes del 2023, ha incorporado a su
programación El custodio y Un mundo misterioso, lo que brinda una
oportunidad privilegiada para acercarse a la obra del argentino, y poner un
tanto en perspectiva las características y valores de su cine.
Empecemos por anticipar que la
pertenencia de Moreno al Nuevo Cine Argentino no es un dato superfluo y, por el
contrario, luce como una información de ostensible utilidad a la hora de
enfrentarse a una larga película de cerca de tres horas de duración y en la que
aparecen cosas en su estructura y dramaturgia que pueden desconcertar, y que
solo se entienden en razón de las pretensiones de ruptura que ese movimiento
perseguía y persigue.
Rodrigo Moreno firma el guion de Los delincuentes y ha explicado en
algunas entrevistas que para escribirlo se inspiró lejanamente en un filme
clásico argentino de 1949: Apenas un
delincuente de Hugo Fregonese, transformando de manera radical el sentido
de los personajes y tratando de dar a los hechos básicos de la historia una
vigencia acorde a otros tiempos y a otra mirada.
A pesar de que muchos de los nuevos cines colocan el énfasis creativo más
en la puesta en escena que en el guion, en el caso de Moreno esos dos puntos de
apoyo funcionan con una importancia que se distribuye a partes iguales. Digamos que en Los delincuentes el guion propugna en la
primera parte por una línea argumental clara y progresiva, y ya en la
denominada segunda parte vuela con una libertad mayor y se desanuda de la materialidad
de los sucesos, confiando el destino de
la obra a los valores de la puesta en escena.
De alguna manera es como si el
director hubiera querido juntar dos películas independientes, en las que la
segunda fuera una continuación que le diera sentido y horizonte de
significación a la primera. En efecto, la obra comienza con una trama que
recuerda a muchas otras que se ocupan del hurto a un banco, con lo cual la
estrategia de construcción se orienta a mantener en suspenso la atención del público,
pendiente ante todo del qué está sucediendo y qué sucederá.
Acudiendo a una simplificación explicativa, acaso se
pudiera decir que la primera parte tiene unas maneras más clásicas, más
preocupadas por el relato y con una narración que el director maneja con una
destreza que ya estaba en El custodio,
en cuanto reconstrucción precisa de una cotidianidad de gestos, actos y
ambientes. En la segunda parte, en cambio, los hechos se adelgazan, son más
situaciones de base en las que Moreno expone un tipo de cine más moderno y más
en la vertiente de lo que el Nuevo Cine Argentino proponía como ansias declaradas
de renovación.
De Los delincuentes se sabe las muchas dificultades de un rodaje con
interrupciones, con cambios de técnicos y un tiempo prolongado en su
realización, circunstancias que tal vez expliquen la sensación de piezas por
momentos sueltas que deja el resultado final, una especie de puzzle en el que unas partes son francamente brillantes y unas
pocas menos ( como sucede en el guion con
el embrollo sentimental de los dos protagonistas enamorados de la misma mujer),
pero como totalidad se resiente en su unidad y flaquea en el poder de persuasión que
demanda la ficción.
Es claro que Rodrigo Moreno
quiere hablar de libertad. El hurto al banco es parte de una rebelión
individual que nos hace recordar Tiempo
de revancha de Adolfo Aristaraín;
que un mismo actor (Germán Silva) encarne al gerente del banco y al capo de la
cárcel no admite dudas acerca de su intención; la cita visual de la película El dinero de Robert Bresson camina en la
misma dirección, así como ese final luminosamente abierto, con dos hombres
unidos en un solo destino y puestos en el desenlace en medio de un paisaje cuya
inmensidad y belleza son como una metáfora sobre la utopía de liberación con que
han soñado.
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