Nuestra película: Memoria del horror
Orlando Mora
Si bien una parte considerable de
los documentales se apoyan por pasajes en materiales de archivo, hay una
modalidad de esta clase de cine en que ellos se convierten en fuente única para
la construcción de la película, con lo cual el trabajo de dirección se
concentra inicialmente en la selección de lo que se utilizará como materia
prima y a continuación su labor se hermanará con la del editor o montajista
para encontrar el orden y el sentido que
darán por resultado la obra terminada.
Nuestra película de Diana Bustamante es un documental de
archivo que acaba de estrenarse en las salas comerciales, aunque no es claro si
logrará mantenerse más allá de una semana en cartelera o si cederá el espacio
al puñado de lanzamientos comerciales norteamericanos del verano. Confiemos en
que alcance unos días más de exhibición, ya que se trata de una pieza que a más de conmovedora y dolorosa debe calificarse de imprescindible para evitar que el olvido sepulte imágenes que no deben perderse.
Diana Bustamante es una de las
mejores productoras del país, capaz de sacar adelante proyectos artísticos de
riesgo y con resultados espléndidos como La
sirga, El vuelco del cangrejo, La tierra y la sombra y Los
viajes del viento, entre otros. Ahora se lanza a la realización con un
documental de características bastante particulares en las que conviene
detenerse.
La primera es la decisión radical
de utilizar exclusivamente material de archivo, sin incorporar un solo plano
rodado para la ocasión. La segunda es que ese material se ha tomado de los
archivos de las programadoras que manejaban noticieros de televisión, de modo
que lo que el espectador va a ver son los informes captados por los
camarógrafos y periodistas que cubrían la actualidad. La tercera radica en que
la directora resuelve emplear imágenes que se emitieron y otras que quedaron
como descartes por alguna falla y que finalmente no se transmitieron. La cuarta
y última es que ese material visual se ha utilizado sucio, sin alterarlo
mediante procedimientos técnicos que lo volvieran más limpio.
Los hechos que se registran en Nuestra película corresponden a finales
de la década del ochenta del siglo pasado, principalmente los años 1988 y 1989,
considerados como dos de los más violentos vividos en la Colombia sacudida por
el fenómeno perturbador del narcotráfico, combustible letal que ha alimentado
el incendio en que el país ha vivido en los últimos cincuenta años.
Diana Bustamante se acerca a ese
material con una perspectiva generacional, la de alguien que por edad presenció
muchas de las imágenes que ahora manipula siendo una niña, con lo cual pervive
un sustrato de reconocimiento, de remembranza de algo visto hace mucho tiempo y que ahora, ya
adulta, despierta sentimientos personales muy diferentes y complejos.
Nuestra película se inicia con la escena de un coro de
niños que cantan el himno nacional, punto de inicio y de cierre de las
emisiones de la televisión nacional cuando no se salía al aire las veinticuatro
horas del día. Sobre esas imágenes se escucha la voz de la directora, que dice:
“Yo no soy ninguno de esos niños, pero pude serlo”, con lo que queda claro que
es la niña de entonces y ahora directora de cine la que nos mostrara los
círculos del infierno al que descenderemos.
Lo que sigue es una sucesión de
informes sobre muertes y masacres, que empiezan en enero de 1988 con el
asesinato del procurador Carlos Mauro Hoyos y prosiguen con el registro de una serie
de muertes de hombres públicos como Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo, José
Antequera, Carlos Pizarro Leongómez y Luis Carlos Galán. Lo más conmovedor es
identificar que algunos de los que hoy acompañaban un féretro, al día siguiente
eran las nuevas víctimas.
La directora estructura su relato
con un cierto orden, que inicia con los informes de televisión sobre
muertes de figuras nacionales
reconocidas, pasa luego a los que registraban terribles masacres de más de
veinte o treinta personas, da paso a momentos que captan el dolor
indescriptible de las víctimas ante el asesinato de sus esposos y sus hijos, prosigue
con la manera como quedaban los carros y los lugares de las masacres y llega más tarde a los sicarios, menores de
edad convertidos en asesinos a sueldo.
Diana Bustamante se nutre como
simiente de sus recuerdos lejanos de niña, pero trabaja a partir de lo que
otros registraron, por lo cual se configura un uso altamente sugestivo de la
primera persona, con la voz en off de la directora que introduce breves apuntes
que tienen que ver con ella, pero negándose a crear una narración sobrepuesta a
las imágenes que les otorgara un sentido preestablecido.
Incorporar hoy y presentar informes
televisivos de entonces sobre lo que fueron esos años de violencia demencial se constituye en un acto de resistencia contra
un olvido que luce como amenaza inminente y que se refleja incluso en la precaria
conservación de los materiales con que acá se trabaja. Lo importante es no
olvidar, sería criminal hacerlo. De eso trata Nuestra película.
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