En razón de las tareas que ejecutaba como programador del Festival de Cine de Cartagena estuve cerca de los inicios en el documental de la chilena Maite Alberdi. En El salvavidas, su primer largometraje, ya se percibía la voluntad de hacer de la paciencia el recurso necesario para captar la realidad en el momento en que los hechos cobraran pleno sentido. Más que partir de ideas a priori, lo suyo estaba en esperar a que sucediera algo, quizás no se sabía exactamente qué, pero que terminaría por acontecer y allí estaría ella con la cámara para capturarlo. En los escasos tres años que pasan entre El salvavidas y La once en el 2014 se observa un salto cualitativo que da cuenta de una directora con maneras propias a la hora de acercarse a los temas que quiere tratar. De ellas valdría la pena destacar su interés en situaciones de grupo, en colectivos, pero no para indagar en razones o causalidades ni ocuparse de ellos desde el punto social o antropológico. La directora chilena avanza en busca de lo individual, de lo particular, más atenta a los rasgos personales de cada uno de sus protagonistas. Esa condición aparta el trabajo de Alberdi de lo que pudiéramos llamar la principal tradición del documental latinoamericano, centrada bajo claros signos de urgencia en los problemas sociales y políticos de la región. La directora fija su observación en una playa, en un grupo de amigas que llevan sesenta años tomando onces una vez al mes, en un colegio de jóvenes con síndrome de Down o en un hogar de ancianos en el caso de El agente topo. La gran novedad de este último trabajo es el procedimiento narrativo utilizado por la directora, extraño por principio al cine documental y que le confiere de entrada un tono amable y distendido, muy cercano por momentos a la comedia, tal como se siente en las primeras escenas de la película. En ellas se perfilan el dispositivo y la mecánica del relato, tomados en préstamo de un género tan popular y conocido como la Serie Negra. En el género de películas de detectives la secuencia de apertura suele ser el encargo que alguien hace al agente para que adelante una investigación. Esa parte del esquema se repite en este caso, solo que aplicado a una investigación de poca monta y que el azar puso en el camino de la directora, que declara en una entrevista que andaba explorando el tema de las agencias privadas de investigación en Santiago. Acá no se indagará por ningún crimen y simplemente se trata de una hija que quiere saber del trato y las condiciones que se brindan en el ancianato en donde se encuentra internada su madre. La puesta en escena de ese inició da para dudar de si asistiremos a un verdadero documental, los encuadres y la ambientación pertenecen efectivamente a los de la Serie Negra, o si se trata de un truco de la guionista para prestar apariencia de realidad a un relato imaginario. El resultado es un documental al que de manera habilidosa se le ha dado forma de cine de detectives, en unas condiciones que como anotábamos antes aproxima su registro a la comedia, en una experiencia extraña porque suele haber poca risa en la mayor parte del cine documental. Sergio, el investigador contratado, es una persona de 84 años que entra a la casa de ancianos San Francisco en Santiago para observar y reportar; un agente topo como le dice Rómulo, el detective que asigna el encargo. Sergio mira, toma notas y la cámara lo sigue, integrándolo como una más de las personas que residen en el ancianato. En esa medida El agente topo es un documental sobre una casa de ancianos y sobre la forma como se vive en esos lugares, cada vez más numerosos en todas las ciudades. Un retrato de lo que acontece con la vida en los instantes en que llega el ocaso y en los que, a pesar del avance del deterioro físico y mental, se dan asomos e intentos de alegría, los que revisten un cierto tono dramático y necesariamente triste. Lo que vemos en El agente topo es el resumen de lo que la cámara registró durante los tres meses en que la directora y su reducido equipo permanecieron en la casa San Francisco, sin que los ancianos supieran de la convivencia con un investigador infiltrado. Al comienzo Sergio es tan extraño como la cámara que lo sigue, pero él es también mayor y poco a poco se va incorporando de forma natural a la vida de los otros ancianos, que lo acogen como a uno más de ellos. Al final el encargo termina, Sergio sale de la casa y comunica la gran conclusión de su investigación: el problema de esos ancianos no es el lugar, es la soledad que los cerca y los habita. Pasada cierta edad los años atropellan, acaban por arruinar la autovalencia y convierten a los mayores en una población marginal, recluidos en estos lugares sin otro horizonte que esperar a que la muerte acabe la tarea de desaparición a que condena la edad. No obstante la dureza de esa realidad, la forma adoptada por Maite Alberdi torna El agente topo en una película que deja un buen sabor, sin cargar las tintas en los aspectos más oscuros de la situación, lo que en buena parte logra gracias a la estación en que decidió rodar y a los planos de la naturaleza que se toman en el jardín y que operan como transiciones para ritmar el relato y evitar un predominio de lo sombrío. Tal vez las cosas más interesantes de lo que acontece hoy en el cine pasan en el documental. Hay un sentido de búsqueda que enriquece a cada paso la experiencia del espectador y pienso que en esa línea se ubica El agente topo, una película que normalmente no pudiéramos conocer y que ahora, gracias a la multiplicación del streaming, conseguimos disfrutar. En mi caso personal debo confesar que una vez resignado a que los tiempos de ver el cine en salas es asunto del pasado, crece el entusiasmo ante la posibilidad de tener acceso a películas que sin esas plataformas nos serían totalmente inalcanzables.
Lúcida mirada sobre una película que conmueve, que a veces duele y a veces despierta una sonrisa. La ancianidad es ese túnel hacia el que caminamos, casi ciegos e incapaces de rescatar el tiempo perdido.
Anora: El despertar de un sueño Orlando Mora Hace algunos días se estrenó en la ciudad Anora , una película de la que mucho debía esperarse al haber sido la ganadora de la Palma de Oro en el festival de Cannes del 2024 y la verdad, no desilusiona; sus merecimientos son bastantes, suficientes para convertirla en uno de los mejores títulos de la cartelera local en este año. Sean Baker es hoy una de las voces más personales y sugestivas del actual cine norteamericano. Su filmografía se extiende a ocho filmes en total y su trabajo de 2017 Florida proyect le granjeó una cuota de popularidad que bien merecía por sus obras anteriores; ninguna por lo menos de las que conozco desencanta y, bien por el contrario, dan cuenta de un director que tiene cosas para decir y ensaya caminos nada trillados. En esa medida, la primera observación a propósito de Anora es que se trata de un filme que guarda evidentes conexiones con el resto de la filmografía ...
Cónclave: Los secretos públicos Orlando Mora He visto tardíamente la película Cónclave , a punto de abandonar la cartelera luego de una exitosa carrera comercial que sorprende e invita a algunas reflexiones. En especial cuando se intenta descifrar el misterio del por qué de la atracción del público por determinadas historias y su desinterés en otras, sin que al final importe el mayor o menor grado de verdad o de revelación que ellas comporten. Pocas veces puede resultar de mayor utilidad el distinguir a propósito de una película entre el de qué trata la historia y la forma como la misma se estructura en el guion, con determinaciones esenciales que tocan con el punto de vista narrativo, su línea de tiempo, y su distinción en transiciones que lleven desde el planteamiento del hecho dramático a su alteración y por último, a su solución. En Cónclave esa separación adquiere un peso evidente, dado que de entrada el tema actúa como una invitación al espectador par...
El segundo acto y Un dolor verdadero: Los encantos del cine pequeño Orlando Mora Empecemos por una constatación: el cine de calidad de estos últimos años ha ido extendiendo progresivamente su metraje y hoy parecen olvidadas las enseñanzas de los maestros clásicos norteamericanos, capaces de construir universos con duraciones de apenas noventa o cien minutos. Miremos ejemplos recientes: 139 minutos Anora , 168 minutos La semilla del fruto sagrado , 215 minutos El brutalista. Esta consideración viene a la mente en presencia de dos títulos de la actual cartelera comercial de la ciudad: El segundo acto , estrenado el pasado jueves, y Un dolor verdadero , con varias semanas de exhibición y seguramente próximo a ser retirado de las salas. Dos obras de muy corta duración y ambas con méritos suficientes para que los buenos cinéfilos se acerquen a ellas sin riesgos de defraudación. El segundo acto mereció la distinción de abrir la edición del 2...
Que bien te quedó mi Orlandisqui
ResponderBorrarLúcida mirada sobre una película que conmueve, que a veces duele y a veces despierta una sonrisa. La ancianidad es ese túnel hacia el que caminamos, casi ciegos e incapaces de rescatar el tiempo perdido.
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