Cónclave: Los
secretos públicos
Orlando Mora
He visto tardíamente la película Cónclave, a punto de abandonar la
cartelera luego de una exitosa carrera comercial que sorprende e invita a
algunas reflexiones. En especial cuando se intenta descifrar el misterio del
por qué de la atracción del público por determinadas historias y su desinterés
en otras, sin que al final importe el mayor o menor grado de verdad o de revelación
que ellas comporten.
Pocas veces puede resultar de
mayor utilidad el distinguir a propósito de una película entre el de qué trata
la historia y la forma como la misma se estructura en el guion, con
determinaciones esenciales que tocan con el punto de vista narrativo, su línea
de tiempo, y su distinción en transiciones que lleven desde el planteamiento
del hecho dramático a su alteración y por último, a su solución.
En Cónclave esa separación adquiere un peso evidente, dado que de
entrada el tema actúa como una
invitación al espectador para que
penetre en las intimidades y misterios de un evento tan trascendente como la
elección del Papa, que convertirá al elegido en el “hombre más importante del
mundo”, como bien lo dice el edecán del Colegio Cardenalicio en unos de los últimos diálogos de la obra.
Hace bastante tiempo que los secretos
de la elección del Sumo Pontífice de la Iglesia Católica ha sido desacralizado
y puesto en su perspectiva real de un proceso en el que juegan intereses
particulares de variados rangos, todos más humanos que divinos, al punto que
nadie de mínima cultura hoy cree que se trate de un acto de cardenales a los
que el Espíritu Santo Ilumina. De hecho, la única vez que la luz entra por los
cristales del salón de votaciones no es por obra de la presencia divina, sino
por un acto del terrorismo musulmán.
Los enterados de las intimidades
de lo que sucede en Roma se han especializado y hoy encajan en una categoría de
periodistas agrupados bajo la denominación de Vaticanólogos. Supongo que a ese
grupo pertenece el británico Robert Harris, autor de la novela en que se apoya
el filme del alemán Edward Berger y que no he leído, pero que es de suponer
está armada con la destreza y experiencia de un profesional en este tipo de
literatura.
Los problemas de Cónclave residen en la forma como la
historia de la elección de un nuevo Papa entra al guion. Lo primero es la adscripción
de parte de su premiado guionista Peter Straughan al cine de suspenso,
acogiendo las reglas canónicas de ese
género, ya suficiente explicadas por teóricos y por su gran maestro, el inglés
Alfred Hitchcock.
La clave del procedimiento radica
en la distribución de la información, ocultándola o distribuyéndola entre algunos personajes y
el espectador. En el caso de la película de Berger la información se oculta y
el público la irá descubriendo a la par de su protagonista, Thomas Lawrence. Eso explica el interés que
despierta la primera parte de la obra, en la que se plantea la situación que
genera la muerte súbita de un Papa y el funcionamiento del subsiguiente cónclave
llamado a designar su sucesor.
El interés de ese segmento inicial
se sostiene durante cerca de sesenta minutos, pero la arquitectura de la pieza
se fractura a partir del momento en que se deben dramatizar los hechos que
materializan el juego de intereses que obran en la elección del Pontífice. La
caracterización de los personajes se torna primaria, elemental y claramente
orientada a manipular las emociones del espectador.
A esa manipulación contribuye la
astucia de una cámara que a través de la segmentación del espacio va guiando la atención del público,
atrincherada en una música que enfatiza en la misma dirección, lo que va
simplificando la película, dejando ver el cobre que oculta su pulida apariencia y encaminándola hacia el desastre de un final
discursivo, impostado y falso hasta el hartazgo.
Edward Berger es un director
dotado, que si bien esta vez ha puesto su talento en función de la
espectacularidad de la historia de base, su oficio se revela en asuntos como la
construcción del personaje principal que encarna con lujo Ralph Fiennes, de
lejos lo mejor de la película. Otros pasajes, como por ejemplo el incidente que
arruina la candidatura del cardenal congolés, o la manera como el edecán descubre la carta que
termina con el favoritismo del cardenal Tremblay son simple bisutería, que poco
luce en manos de un realizador como el alemán.
Nada más que decir de una obra
que cumple con estándares de un buen cine comercial, pero que causa perplejidad
cuando se le califica con adjetivos propios del cine de alta calidad y se le
incluye en listas como una de las mejores del año 2024. Cuesta creer que tanto
haya cambiado el canon de lo que es una buena película para llegar a estos
excesos.
Atinada la mirada de Orlando Mora al despojar del ropaje publicitario la película Cónclave y mostrar lo que queda de ella entre corredores y escaleras. Más hondura sobre el significado abrumador de ser Papa está en Dos Papas dirigida por Fernando Meirelles.
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