El segundo acto y Un dolor verdadero: Los encantos del cine pequeño
Orlando Mora
Empecemos por una constatación:
el cine de calidad de estos últimos años ha ido extendiendo progresivamente su
metraje y hoy parecen olvidadas las enseñanzas de los maestros clásicos
norteamericanos, capaces de construir universos con duraciones de apenas
noventa o cien minutos. Miremos ejemplos recientes: 139 minutos Anora, 168 minutos La semilla del fruto sagrado, 215
minutos El brutalista.
Esta consideración viene a la mente en presencia de dos títulos de la actual cartelera comercial de la ciudad: El segundo acto, estrenado el pasado
jueves, y Un dolor verdadero, con
varias semanas de exhibición y seguramente próximo a ser retirado de las salas.
Dos obras de muy corta duración y ambas con méritos suficientes para que los
buenos cinéfilos se acerquen a ellas sin riesgos de defraudación.
El segundo acto mereció la distinción de abrir la edición del 2024 del festival de
Cannes, en una decisión plausible y de alguna manera insólita para las
solemnidades de la ocasión. Si bien su condición de cine francés en algo pudo
favorecer, lo cierto es que el trabajo del director y guionista Quentin Dupieux
encierra elementos valiosos y revela
rasgos apreciables de creatividad.
El armado de El segundo acto responde a la idea de una historia que remite a
otras historias, lo que de entrada deja ver el carácter de ejercicio
intelectual muy pensado y por demás
bastante acompasado con los
tiempos de la posmodernidad. En un primer momento lo que percibe el espectador
es que se está rodando una película y que lo que hacen y dicen los protagonistas
pertenece a ese esqueleto narrativo primario, el que con frecuencia se fractura
porque los personajes quedan en suspenso ante la negativa de los actores a
respetar lo que está escrito en el guion.
Con ese mecanismo Dupieux abre terreno a una segunda lectura y es la de saber
si esas alteraciones son reales o, por
contrario, forman a su vez parte del mismo guion de la obra, un espacio de duda
que se materializa admirablemente cuando los comensales de un restaurante,
enterados de que se está rodando una película y espantados ante el suicidio de
uno de los personajes, preguntan si esa
muerte es ficción o fue verdadera.
Cuando ya alguien cree tal vez
haber encontrado la clave de
entendimiento sobre lo que ocurre en El
segundo acto, el director se despacha con un final brutal que sacude y
obliga a volver atrás y a tratar de reordenar las piezas del acertijo, promoviendo
con ese cierre que cada espectador se aferre a su propia interpretación.
El título de la película tiene
una evidente raíz teatral y hasta cierto punto es indiscutible que en su
centralidad se sitúa el tema de los actores, dejando ver sus vulnerabilidades y las dificultades de un oficio en que al
final cada uno está absolutamente solo, dueño de sus desconfianzas y temores,
todo dentro de un registro de comedia en el que predomina la ironía frente a
muchos de los prejuicios y lugares comunes con los que hoy se convive. Sirven a
los fines del director un reparto con un nivel que es un auténtico gozo.
Un dolor real encarna una propuesta de carácter muy diferente, más
cerca del drama que de la comedia, a pesar de que el tono evita deliberadamente
lo oscuro y sombrío, apoyada en la luz de la estación en que se rueda y en los
espléndidos logros de la fotografía del polaco Michel Dymek.
Con esta película el ya popular actor
Jesse Eisenberg incursiona por segunda vez en la realización, con un filme que
tiene en el guion la principal de sus bazas. Como si fuera un buen conocedor de
Viaje en Italia de Roberto Rossellini, el director construye una trama
lineal y transparente, sin ocultar información básica y dejando con breves
pinceladas delineados los personajes, porque al final lo que importa es lo que hay detrás
de los pequeños gestos y los pequeños
incidentes que suceden en el recorrido de un grupo de turistas por las calles
de Varsovia y Lublin.
Entre los participantes de la
excursión se encuentran dos primos nacidos y residentes en los Estados Unidos,
pero de ascendencia polaca. La muerte de la abuela los lleva a querer recorrer
un poco ese país y visitar la casa donde ella vivió, un recorrido que brinda la oportunidad para que se revelen las
contradicciones y vacíos de David y Benjamin, dos hombres a los que la edad de los cuarenta empieza a empujarlos a ese momento en que todavía la vida se puede
mirar con perspectiva de futuro, pero con ilusiones recortadas y con los fracasos y las
incertidumbres a punto de entrar a pasar factura.
De Un dolor real se ha vuelto a hablar con ocasión del premio
concedido a Kieran Culkin como mejor actor de reparto en los recientes premios
Oscar, lo que por fortuna ha permito que se mantenga en exhibición y que a lo
mejor algunos otros espectadores alcancen a llegar a ella. Se trata de una obra
entrañable, que apela a la sinceridad de los sentimientos y que nos habla más
de dudas que de certezas, demasiado
cercanas como para que no duelan y emocionen.
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