Sal:
Una metáfora fallida
Orlando Mora
Con La sirga en el 2012, incluida en la selección de ese año de
la Quincena de los Realizadores del Festival de Cine de Cannes, William Vega
tuvo uno de los inicios más promisorios del cine colombiano de los últimos
tiempos. A partir de las muchas expectativas despertadas con ocasión de ese filme, el director caleño debió arrastrar
la pesada carga que supone en estos casos el reto de una segunda película.
Al mirar los créditos de Sal
se sabe del largo proceso de gestación del proyecto, que incluyó una residencia
en Cine Fondation de Cannes y el apoyo de un grupo amplio de instituciones con objetivos y alcances
similares. El esfuerzo de elaboración del guion se siente en el resultado, con
elementos dispersos que quieren integrarse en una línea y llegar a la unidad que un buen guion demanda.
Sal se inscribe en la tendencia
dominante de lo que hoy se valora como el cine más joven y rupturista, que
renuncia por principio a entregar todos los datos del relato, dejando al
espectador la posibilidad y al mismo tiempo la obligación de integrarlos según
su propia sensibilidad e imaginación. Se marcan algunas pocas ideas que proporciona el autor,
pero el resto queda librado a la subjetividad de quien recibe y lee la obra.
En el caso del filme de William Vega, la ausencia del padre
es el eje que sostiene la estructura significativa del guion, acompañada del
hallazgo de una geografía que incluye desierto y mar y que contribuye al nivel
de abstracción que deliberadamente busca el director. Lo demás son apuntaciones
al paso como el de la violencia, encaminada a establecer una realidad referente,
presumiblemente la colombiana.
La valoración final de este tipo de cine obliga a revisar si
lo entregado por el director como insumo objetivo alcanza para que el público
logre construir una lectura coherente. No entenderlo de esa forma conduciría a
que basta colocar cualquier cosa en el guion y ofrecer una supuesta libertad
para que el espectador lea cualquier cosa, desbordando los marcos mínimos para
evitar lo que Umberto Eco llama una lectura delirante.
En ese sentido Sal no
alcanza, por lo menos desde nuestro punto de vista, a incorporar los suministros mínimos para elaborar una propuesta compleja sobre un asunto recurrente en el cine
contemporáneo como el de la falta del padre y sus consecuencias emocionales,
acá representadas simbólicamente en las
heridas físicas de Heraldo, el protagonista, y en el papel sustituto que cumplen Salomón y Magdalena.
Faltaron elementos para completar y enriquecer la metáfora
buscada, lo que explica la sensación de mediometraje alargado que deja la obra,
a más de que acaso un tema doloroso como el de la muerte de la familia requería
de un tratamientos menos abstracto y fragmentado.
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