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Un sol interior: Las búsquedas del amor
Orlando Mora

Que Un sol interior sea una película  francesa es mucho más que un dato. No se trata esta vez de la adscripción a una cinematografía nacional, sino  de destacar que la pertenencia a esa cultura forma parte de las  entrañas  de una obra que solo podía ser francesa. El gusto por las palabras, París, sus calles, sus restaurantes, la música, sus autoras, los actores.
Desde hace tres décadas Claire Denis es una de las directoras más sugestivas del cine francés. Tal vez de su infancia vivida en Africa le viene una preferencia por personajes que están fuera de territorios en que se sientan seguros, no solo en un sentido físico sino también espiritual, lo que los coloca siempre en una posición de amenaza y vulnerabilidad. Los suyos no son seres  humanos  en crisis, son seres en busca de su propia integridad.
En esa medida la Isabelle de Un sol interior es uno más de la galería de protagonistas fascinantes con que habitualmente nos sorprende Denis. Una mujer en años de madurez física, con un mundo personal inestable en varios costados: un oficio  de artista que la obliga a una indagación constante y   en trance de cambiar de galerista, esposa separada, madre de una niña que vive con el padre y, por sobre todo, una persona a la espera de una relación amorosa que responda a lo que ella íntimamente  siente que necesita.
Claire Denis y su guionista la escritora Christine Angot han construido un guion que se centra en los diversos pasajes de la búsqueda de Isabelle, bajo la inspiración de la idea inicial del productor que fue la adaptación del texto maravilloso de Roland Barthes que es Fragmentos de un discurso amoroso. Seguramente por esa razón la obra se ocupa básicamente de los distintos momentos de esa búsqueda, dejando que los otros aspectos de la vida de la mujer se mantengan en las márgenes y apenas como anotaciones al paso para completar el dibujo de la protagonista.
La obsesión que distingue la exploración del amor por parte de  Isabelle y sus reacciones de llanto y casi histeria ante cada nuevo fracaso, ha llevado a que  se hable de Un sol interior como de una comedia, adjetivándola como antirromántica, en una calificación que no luce muy acertada, por lo menos desde nuestro punto de vista. Isabelle no es una mujer que persiga una idea romántica del amor, lo suyo es una búsqueda más profunda e instintiva, que toca con lo que esperan del amor el corazón y también el cuerpo. La protagonista de Un sol interior es una heroína profundamente física, una mujer en lucha con su cuerpo, que es el que se entrega y el que padece las decepciones, sin excluir momentos de placer que poseen las extrañas y oscuras pulsiones que tan certeramente ha explicado Georges Bataille.
Isabelle pone el cuerpo, los hombres las palabras. Allí parece radicar la desigualdad de los combates que presenta la directora, en una película de un feminismo radical en su inteligencia y en su profundidad, ejemplar en su lucidez para subrayar la incapacidad  de los otros para entender lo que pasa con esta mujer en busca de sí misma.
Un sol interior pertenece a las mujeres que trabajaron  en la primera línea: su directora Claire Denis, su coguionista Christine Angot, su directora de fotografía Agnés Godard y su grandiosa actriz Juliette Binoche, que se juega literalmente la piel en un papel que la obliga a exponerse físicamente al máximo y del que sale indemne, confirmando su nivel de figura cumbre del cine francés.
El armado de la película solo se entiende al final. Cuando se le mira por vez primera, uno cree descubrir vacíos narrativos en el relato, dada la manera como se salta de un encuentro a otro, desentendida la realizadora de la continuidad del tiempo y preocupada solo por mantener la intensidad de los encuentros de la protagonista. El alcance de esa fragmentación, a más insistimos del origen del proyecto de la película,  se verá en la secuencia de cierre.
Tienen sentido las búsquedas de la mujer?.  Ella no lo sabe, tampoco la directora. Solo que en lugar de decirlo abiertamente, Claire Denis se ha inventado una de las secuencias más bellas vistas en mucho tiempo. Un adivino, presumiblemente un charlatán de oficio, anuncia el futuro de Isabelle bajo la mirada esperanzada y risueña de la protagonista. Allí están Juliette Binoche y Gérard Depardieu, la cámara los toma por separado, los créditos ruedan sobre un final que queda abierto. Hay que seguir en procura de ese Un beau soleil intérieur que dice el título en francés.


      
      

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