Noche herida: El
penoso transcurrir de los días
Orlando Mora
Al final de Noche
herida un aviso le cuenta al espectador que la película forma parte de una
trilogía de Nicolás Rincón Gille bajo el título de Campo hablado. La importancia de esa adscripción aparece mencionada
en alguna entrevista con el director y la destacan varios de los críticos que
se han ocupado de ella en distintos medios.
No he visto En lo
escondido (2007) y Los abrazos del río (2010), los otros
dos títulos de la trilogía y supongo que
esa circunstancia afecta mi mirada de Noche
herida. Lo digo porque no encuentro en la obra algunas de las cosas que en
las reseñas referidas se destacan; no veo que en ella se responda a la pregunta
“Qué pasa con la tradición popular del campo cuando la violencia viene a
destruir completamente, no tanto la tradición sino a la gente”, que anuncia
Marta Ligia Parra o lo de “El universo de la tradición oral campesina siempre
me ha apasionado”, que menciona el realizador.
Lo que de entrada se encuentra en Noche herida es la lucha silenciosa, obstinada de una abuela por
proteger a tres nietos de los peligros del ambiente. Malviven hacinados en un rancho miserable en
las afueras de Bogotá, con vecinos que comparten con ellos el drama del
desplazamiento y la violencia. Blanca Rodríguez es la protagonista de la misma
gesta heroica de miles de mujeres en Colombia, obligadas a llevar a hombros el
día a día y la cotidianidad de sus
familias, con niños y adolescentes que terminarán casi con seguridad atrapados
en las ruedas de un destino que no les
brinda salidas.
Rotulado como documental, hay en el trabajo de Nicolás Rincón
algunos aspectos dignos de mención. El primero de ellos es la manera como está
construido, con una dramaturgia y una puesta en escena que transitan terrenos
habituales del cine de ficción. Si no fuera por los créditos finales que
informan de la identidad de quienes hemos visto tratados como personajes, el
público pudiera pensar que se trata de actores no profesionales en papeles
inspirados en la realidad o seres reales interpretándose a ellos mismos.
Algo más intensifica la sensación de ficción y es el tipo de
encuadre que se utiliza, con la cámara casi fija y colocada ligeramente en
contrapicado (mirada de abajo hacia arriba), un tratamiento visual que por su
rigor parece descartar la improvisación del registro. Igualmente los diálogos
apuntan a un cuidadoso trabajo de preparación y presumiblemente a un guion que
seleccionó escenas y momentos, con un armado que evita las líneas emocionales
ascendentes y prefiere permanecer en la repetición de gestos y actos de la vida
diaria de Blanca, sus nietos y su vecina.
Avanza también el documental en Colombia y que Noche herida llegue a las salas
comerciales es un hecho a celebrar, junto a la revelación de un director
interesado en búsquedas expresivas esperanzadoramente personales.
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