No esperes demasiado del fin del mundo: El tiempo del desencanto
Orlando Mora
Hasta el año 2021 Radu Jude era
uno más más en el grupo de realizadores
rumanos que periódicamente enriquecen el conjunto de la cinematografía mundial
con títulos sugestivos, superado en prestigio por otros como Cristian Puiu,
Cornelio Porumboiu o Cristian Mungiu. Con Sexo
desafortunado o polvo loco Jude obtuvo ese año el Oso de Oro en el festival
de Berlín e ingresó por derecho propio a la lista de los nombres mayores.
Eran pocas las referencias que teníamos del rumano. En alguna plataforma habíamos
visto La chica más feliz del mundo, su opera prima del 2009, narrada en un tono de
realismo minimalista y en el que se dejaba ver un cierto malestar crítico
frente a lo que estaba aconteciendo en el país luego de la caída del régimen de
Nicolás Ceausescu. Esa línea de apego a
la realidad se conservaba en Sexo
desafortunado o polvo loco, con la historia de una profesora que al
publicarse en redes un video de sexo intenso con su esposo, padece el
enjuiciamiento público de padres y autoridades del colegio. Se percibía sí en
esta obra un mayor desenfado y una tendencia a jugar con imágenes subjetivas que aliviaban el
registro dramático, con un final que ofrecía tres alternativas, todas ellas de un
humor cercano a la farsa.
La plataforma Mubi acaba de subir
a su programación la última película de Radu Jude, No esperes demasiado del fin del mundo, brindando así la ocasión de
ver una obra cuya llegada a la cartelera comercial era definitivamente
improbable, dada su duración de más de 160 minutos y la manera como está
construida, con unas prácticas narrativas que desafían las expectativas del
espectador de palomitas y bebida.
En los cuadros con el título de
la obra se lee Ángela y se anuncia “conversación con una película de 1981”, en
referencia a un filme que realizó ese
año Lucian Bratu y que tiene como protagonista a una mujer también de nombre Ángela y que ejerce de taxista en la Bucarest
de los ochenta. De manera alternada y por corte directo iremos viendo la
película de Radu y fragmentos de la de Bratu. Mientras la primera está filmada
en blanco y negro, con un grano que resalta su carácter casi documental y
encuadres cerrados que acrecen la sensación de agobio, la segunda es a colores
desleídos y sometida a ralentizaciones, congelaciones de imágenes y
distorsiones de la música, metáfora valida acerca de las manipulaciones que
pueden ejercerse sobre el registro de las cosas que sucedieron un tiempo atrás.
El diálogo entre las dos
películas no presenta contenidos narrativos o equivalencias obvias para el
espectador y apunta más hacia la confrontación de las dos cotidianidades, en un
procedimiento poco frecuente y que busca traer el pasado al presente, de manera
que el primero resalte un segundo menos
luminoso y esperanzador de lo que muchos imaginaron.
La Ángela de ahora tiene un alter
ego que resulta igualmente significativo y que ella crea en las redes sociales,
cambiando su rostro y que le sirve en su zafiedad y crudeza para desahogar el hastío
y el aburrimiento de la vida que lleva, conduciendo un vehículo en el
que efectúa trabajos por encargo, en concreto las grabaciones a cuatro personas que han sufrido
accidentes laborales, candidatos a protagonizar un video de una compañía
extranjera en su campaña para precaver riesgos laborales.
A medida que la protagonista
avanza en sus visitas se revela una de las intenciones más claras de la
película y es mostrar las difíciles circunstancias económicas por la que
atraviesa una parte de la sociedad rumana, con familias con el servicio de luz
cortada o en peligro de no poder pagar la calefacción en el próximo invierno.
Si bien ahora las calles se ven llenas de carros de lujo y anuncios de
almacenes en contraste con los que aparecían en la película de 1981, ese
bienestar no cobija a muchos sectores de
la población del país, que presenta cifras de atraso notable frente al resto de
la Unión Europea.
Radu Jude y los cineastas de su generación están signados
por la transición histórica que vivieron entre las dos Rumanias, y a ese tema
vuelven en distintos momentos y con diversas perspectivas. Indiscutiblemente la
de Radu es medularmente oscura y aunque no median nostalgias frente a un pasado
de pura y dura dictadura, es claro el desencanto frente a lo que se vive en la
actualidad, voluntad que se trasluce desde el título mismo de la película.
Si en desafíos al espectador
hubiera que insistir en No esperes demasiado del fin del mundo, el último
sería la secuencia de cierre, en la que durante cuarenta minutos la cámara no
mueve el encuadre y en esa única toma se
da cuenta de la realización final del video, en una secuencia prodigiosa por su
concepción expresiva y su realización, que da testimonio del talento de un
director en pleno crecimiento y que prefiere transitar caminos marcados por la
novedad y los riesgos.
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