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 Como el cielo después de lloverEl tiempo del adiós

Orlando Mora

Mercedes Gaviria es sonidista profesional, capta sonidos, pero también imágenes. Así parece definirse ella misma desde los primeros planos de Como el cielo después de llover, cuando la vemos en su trabajo de cineasta, volcada sobre el mundo exterior: una adormidera, una calle en Buenos Aires, el exterior de alguna casa de barrio. Ese ejercicio de captura de la realidad se altera con una llamada, cuando su padre Víctor Gaviria la invita a que regrese a Medellín para acompañarlo como asistente del entonces próximo rodaje de La mujer del animal, hasta hoy la última película del gran realizador colombiano.  

Aceptar la invitación del padre y volver a su tierra con ese propósito convierte el documental de Mercedes en una especie de diario de viaje. Solo que regresar a la casa de donde se marchó hace años para ir a estudiar cine a Buenos Aires y estar de nuevo en el ámbito de la familia para trabajar al lado de Víctor no podía quedarse solo en eso. Imposible el retorno con ese objetivo sin que el reencuentro con el pasado le despierte sentimientos frente a cosas que ahora mira de otra manera, con otra sensibilidad. Por eso la película se mueve en dos planos: uno que documenta el trabajo de Víctor en general y más en concreto el rodaje de ese descenso al infierno que es La mujer del animal, y un segundo plano en el que la directora narra en primera persona sus reacciones frente a lo que está viviendo y adelanta en algo su propia concepción del universo de las imágenes.

Desconozco si Mercedes tuvo alguna vez la idea previa de realizar un documental sobre Víctor. Viendo su trabajo y como simple espectador se diría que no, que fue la invitación del padre la que puso las cosas en esa dirección y dio origen al primer largometraje documental de Mercedes, en una obra en que se nos habla del autor de La vendedora de Rosas y se revelan claves del proceso creativo de su cine, puesto en alternancia con el registro de lo que la hija, también cineasta, experimenta frente al adelanto de La mujer del animal y de lo que en ella va despertando el reencuentro con imágenes y palabras olvidadas de su infancia.

Como el cielo después de llover, a pesar de su tono absolutamente personal, no intenta un ajuste de cuentas con el pasado, uno de los motivos que con mayor frecuencia explican la realización tan en boga de documentales en primera persona. Mercedes no llega a Medellín bajo el apremio de repasar lo que fue su vida anterior y someterla al escrutinio adulto para entender traumas y heridas del pasado. La cineasta vuelve a Medellín simplemente para atender el deseo de Víctor y acompañarlo en su nuevo proyecto.

Solo que Mercedes es artista e hija. De ahí que no pueda callarse ni quedarse en las meras anotaciones técnicas de su labor de asistencia de dirección. La cineasta se ve pronto afectada por el regreso y los fantasmas del pasado van surgiendo, traídos al presente por las películas familiares que grabó Víctor con sus hijos de niños y por las palabras de Marcela, la madre silenciosa que escribió un diario para que alguna vez la hija por nacer lo leyera y en el que consigna aprensiones y temores en relación con la vida al lado de un hombre público.

Como el cielo después de llover es ante todo una película sobre Víctor Gaviria y no sobre Mercedes Gaviria. La directora guarda distancia y en un tono bajo nos propone sus reflexiones sobre el cine de Víctor y el avance de su nueva película en proceso. Pero Mercedes no habla de ella, no quiere explicar caminos de su vida; ensaya apenas constataciones sobre lo que es la pasión por las imágenes, la violencia que su registro supone y también el pasado que gracias a ellas se conserva, en una pervivencia que desafía el paso del tiempo.

Seguramente el documental de Mercedes quedará para que los estudiosos de Víctor Gaviria consigan conocer más de la forma como el director ejerce su labor de dirección, incluidos pensamientos sobre los ambientes en los que desde Rodrigo D no futuro ha decidido emplazar sus largometrajes, mundos a los que dice no se puede llegar como un científico y hay que llegar como un borracho, por el desajuste en que se mueven los habitantes de esas marginalidades.

Pero además en Como el cielo después de llover vemos parte de la intimidad de Gaviria, una esfera privada a la que Mercedes se acerca sin crispaciones y sin el ánimo vengativo de encontrar culpas y responsabilidades para lo bueno o malo que haya cosechado en su propia existencia. No hay diatriba ni quejas, simples verificaciones que se dicen como aprendizajes de vida, quizás más por deber de objetividad que por reclamo.

En la realización de las películas se llega siempre al momento del final del rodaje, un instante de júbilo y desenfreno en el que el equipo humano se libera de la presión de un trabajo que es material y mentalmente agotador. Aquí vemos segundos de lo que se vivió en la finalización de La mujer del animal, pero Mercedes no se detiene allí y pasa de largo para que el documental avance hacia sus mejores pasajes, que se dan luego de la finalización de la película y cuando la directora, antes de la despedida y el regreso a Buenos Aires, acerca su cámara para captar escenas de la intimidad de la familia. En esos quince minutos finales ya no está el Víctor cineasta y aparece el Víctor íntimo, el hombre que reflexiona acerca de lo que significa ser padre, que disfruta del descanso en días familiares de navidad o dice un hermoso poema que da cuenta de su enorme dimensión de poeta. Hay verdad y entrañable ternura en esos minutos finales, con una escena de adiós en el aeropuerto ciertamente memorable.

Si a título de prueba hubiera que señalar un plano que anticipe lo que puede esperarse de Mercedes Gaviria como directora, ese plano sería el de cierre de la película. En él aparece la realizadora en medio del paisaje, en la mano su equipo de grabación de sonido, en un monólogo con sus preguntas y afirmaciones, intentando poner en orden los fragmentos sueltos que alimentarán su vida de futuro. El cielo está cargado de nubes amenazantes, todavía sin desgajarse la lluvia que vaya a limpiarlo. Atrás quedó el pasado, el tiempo de los adioses y ahora, al fin sola, la aguardan los retos e incertidumbres de la creación.

 

 


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