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      La muerte de Enrique Pineda Barnet, La bella del Alhambra y mucho más


Orlando Mora

El pasado 12 de enero falleció en la Habana Enrique Pineda Barnet. Se ha marchado el último de la primera generación que colaboró en el naciente Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica ICAIC, al que ingresó en el año de 1962 bajo el oficio de guionista. Esos primeros años, que se vivieron bajo el entusiasmo que despertó en buena parte del mundo la Revolución de Fidel, brindaron al cine cubano la presencia internacional que jamás había tenido y sirvieron de cabeza de playa para el surgimiento de lo que se denominó el Nuevo Cine Latinoamericano. Por vez primera el cine de esta parte del continente tuvo existencia como unidad geográfica, con eco y resonancia en muchos de los grandes festivales del mundo.

A pesar de conocer solo de manera parcial la obra de Pineda Barnet, lo que he visto de ella me alcanza para afirmar que quizás se trata del director más original y creativo de esa primera camada de cineastas, capaz de proponer miradas por fuera de fórmulas y esquemas al uso. Si bien el rasgo común de los realizadores de esa generación fue la preocupación por la realidad bajo el apremio de los retos que imponía la circunstancia política, esa urgencia condujo con frecuencia a un tipo de cine de un verismo chato y que, por supuesto, ha soportado de muy mala manera el paso del tiempo.

Lo de Enrique Pineada Barnet es otra cosa. Cada vez que se habla del director se le identifica como el autor de La bella del Alhambra, indiscutiblemente su obra más popular y laureada, con distinciones tan notables como el Goya a mejor película latinoamericana en el año de 1990. Los merecimientos de ese título no se discuten y hoy todavía se le valora con razón como uno de los cuatro o cinco grandes filmes del cine cubano y, definitivamente, el mejor de sus musicales. Lo paradójico es que el brillo y las luces de esa película han proyectado una sombra sobre el resto de su obra, de la que se suele hablar en un tono francamente menor, como si estuviéramos en presencia de un realizador de una sola película. Seguramente su condición personal un tanto marginal y las dificultades para levantar proyectos de buena acogida le impidieron alcanzar una filmografía más extensa, pero lo que queda basta para medir su gusto por la exploración de caminos nuevos y por fuera de las corrientes artísticamente más conservadoras.

Con La bella del Alhambra Enrique Pineda Barnet tocó el punto más alto al que ha podido llegar el cine cubano en su acercamiento al musical. A pesar de ser Cuba una nación en la que la música lo es todo (“acá el que no toca un instrumento come coco”, le escuché a alguna vez a un cubano en la calle), la verdad es que ese carácter no ha logrado materializarse en el cine con obras dignas de especial memoria. La explicación que se ha repetido muchas veces para esa carencia es la de que se trata de un tipo de cine que requiere de grandes presupuestos, justificación que pierde su sentido en presencia de la película de Pineda Barnet, realizada en medio de limitaciones de producción superadas por el esfuerzo del director y del brillante equipo artístico que logró conjuntar. Esta vez hubo más talento que dinero, en una ecuación que resultó exitosa.

No recuerdo ahora si en alguna de sus entrevistas el director entregó pistas acerca de sus influencias para este musical. A falta de ellas, la tentación más obvia y casi obligada es pensar que mucho conoció de la gran comedia musical norteamericana, uno de los momentos más fulgurantes del cine de los Estados Unidos.  Si bien por lo general el tono de ese tipo de cine es amable y de allí su caracterización básica de comedia, Pineda Barnet se sirvió de su experiencia de músico y excelso conocedor la música tradicional cubana para fraguar una historia dramática, privilegiando una construcción que transita por los senderos de un género tan propio del cine latinoamericano como el melodrama.  

La música en la película no aparece circunstancialmente y por motivos ajenos a la trama, sino que está integrada con raíces profundas al argumento. Con La bella del Alhambra el director rinde homenaje a una sala de teatro que fue histórica en La Habana y a un tipo de comedia bufa de enorme aceptación popular, tal como se rememora en la maravillosa escena de apertura. Con Rachel, la protagonista, tomada del relato de Miguel Barnet La canción de Rachel, Pineda dibuja un personaje que gracias a la estructura narrativa adquiere una indiscutible universalidad.

La película propone una evocación nostálgica de otros tiempos, sin que se agote en ese solo propósito, el cual claramente trasciende. En Rachel está el drama de la fidelidad a un destino al que no se renuncia y por el que se sacrifican muchas cosas, sin que al final se sepa si los sacrificios valieron la pena. El espejo que devuelve la imagen de la protagonista es como el interrogante abierto que Rachel y el espectador deben resolver.

Varios programas de radio y televisión se han dedicado a la banda sonora de La bella del Alhambra, admirados de la formidable selección de temas tradicionales de la música cubana, destacándose Si llego a besarte, la hermosa canción Luis Casas Romero que sirve de número central. Si el cine cubano y el latinoamericano en general han fallado a la hora de aprovechar el enorme patrimonio musical del continente, el director señalaba acá un camino que no ha logrado los continuadores que bien merecía.

Pero Enrique Pineda Barnet es mucho más que La bella del alhambra. En YouTube puede verse ahora  la versión completa de David, un trabajo realizado en 1967 en el que propone una aproximación a un héroe de la lucha contra Batista y en el que, a pesar de la época de su realización, el director enseña que el documental es ante todo cine y que la realidad presente o pasada tiene en la cámara y en la banda sonora los recursos propios para su construcción, sin las simplificaciones y la pobreza  visual en la que por desgracia cayó buena parte del cine documental latinoamericano de esos años.

La vida me brindó la oportunidad de conocer a Enrique Pineda Barnet. A través de algún amigo común había leído mi libro sobre el bolero y creo que fue durante el festival de Cine de la Habana en 1995 que me invitó un par de veces a su casa para hablar de ese género popular, ya que soñaba con hacer una película que recogiera la levedad sentimental del bolero y su esencia melodramática. Ese proyecto lo persiguió a lo largo de los años y al fin nunca logró realizarlo. Ahora sabemos que nunca será nunca.

Foto tomada de:https://www.cubacute.com/ 


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