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Fragmentos de una mujer:  Los dramas en tiempos de Netflix

Orlando Mora

Antes de hablar de Fragmentos de una mujer habrá que repetir lo obvio en los días que corren: para verla no hay que acudir a las salas de cine, ella se encuentra disponible desde el pasado jueves 7 de enero en la plataforma Netflix. Si bien una parte de los teatros en el país se encuentran abiertos, la exhibición de las películas en ellos ha dejado de ser noticia y ya ni siquiera aparece como anuncio en los periódicos. Lo que algunos con razón anunciaban como la muerte del cine se ha consumado, las películas han perdido el privilegio de su espacio en salas especializadas. La Warner en fecha reciente que será histórica anunció que en el 2021 sus estrenos serán simultáneos en los teatros y en streaming.

Alguien dirá que el asunto es irrelevante   y que al final lo que importa es que las obras se vean. Lo que ocurre es que las películas son un producto destinado al consumo y al igual que con cualquier otro producto, los hábitos de los consumidores acaban determinando la forma y las características de lo que entregan los productores. En el caso de lo que antes llamábamos películas (ya no hay películas, ahora son archivos), las obras se irán perfilando teniendo en cuenta su destino final, con un consumidor doméstico que ve la obra mientras regaña al niño, se prepara un sándwich o responde un chat.

En esa medida las películas tenderán a concentrarse cada vez más en la historia y el espectador se conformará con entender y poder seguir la trama, olvidado por completo de lo único que interesa en el arte que es la forma, ya que es ella la que condiciona y otorga sentido a lo que se nos está contando. Los datos del argumento de Madame Bovary serán básicamente los mismos y sin embargo, una es la Madame Bovary de Vincent Minnelli y otra la Madame Bovary de Claude Chabrol.

En obras destinadas fundamentalmente al consumidor de streaming cada vez habrá menos lugar para las sutilezas, los hechos tendrán que presentarse de una manera que sea casi obvia para el espectador y el ritmo será clave para que éste no vaya a escaparse y a ejercer su derecho inalienable (estamos en tiempos de muchos derechos y pocas obligaciones) a cambiar de título.   

Esta larga digresión para hablar de Fragmentos de una mujer, la obra del húngaro Kornél Mundruczó, lanzada en la Muestra de Venecia del 2020, evento del que se llevó el premio de actuación femenina para Vanessa Kirby y en el que obtuvo un eco que despertó el interés de Netflix, en cuya plataforma finalmente ha recalado.

Según lo expresado por el director en sus entrevistas, la historia tiene sus raíces en un evento personal sufrido por su esposa y guionista de sus películas. A partir de lo traumático de la pérdida de un hijo en el proceso del parto, Kata Wéber urdió el entramado de acontecimientos que se desencadenan a partir de un suceso tan doloroso. Ese origen interesa en este caso porque determina claramente la estructura narrativa del filme, que se abre con un prólogo de treinta minutos en el que se narra con máximo detalle el parto de la protagonista y que se resuelve con intenso plano secuencia, en una confirmación de las destrezas técnicas que Mundruczó había demostrado en sus películas anteriores.

El director separa el prólogo del resto de la obra mediante un fundido en negro (solo en ese momento aparecen los créditos), dejando en claro que todo lo que acontecerá a partir de entonces será una consecuencia de la tragedia familiar inicial. Esa advertencia se convierte en una línea dominante excesiva y en el fondo artificiosa, dado que en la vida no todo depende tan radicalmente de un único suceso Además esa subordinación se materializa en una secuencia temporal   que nos lleva de un 17 de septiembre al 3 de abril siguiente, con fragmentos de duraciones desiguales y que a medida que se separan de las escenas de apertura se tornan menos convincentes y más ligados a simples decisiones del guion.

La construcción argumental bajo la dependencia de un hecho único conduce a un empobrecimiento de los personajes, que solo aparecen bajo la dimensión de lo que hacen en relación con la muerte del bebé, sin adquirir el cuerpo y la consistencia requeridos para volverse plenamente creíbles. El marido es marido en función de la pérdida, la madre es madre en relación con la pérdida, igualmente la hermana y la prima de la protagonista. Ese reduccionismo dramático encuentra su expresión cabal en una de las limitaciones mayores del nuevo tipo de relato que impulsaba la televisión y ahora el streaming y es que la cámara se convierte en un simple instrumento de registro de la acción. En todos los planos de la obra algo tiene que estar ocurriendo, a veces con una pobreza en la presentación que aterra, como sucede en Fragmentos de una mujer con la escena en que se da cuenta de la relación adúltera del marido con la abogada, de la que nada sabemos salvo su condición de desahogo sexual, con una referencia previa de una tosquedad notable.

La obsesión por la acción en este tipo de producto se consigue a costa de un sacrificio de la puesta en escena, en cuanto herramienta esencial para que el director determine su particular mirada sobre los hechos. Acá lo que interesa es contar las cosas, sin que se sepa la visión del realizador, empeñado en la simple reconstrucción dramática. Por eso los dramas en tiempos de Netflix y el streaming apuntan a una presentación de las historias bajo la perspectiva de verdaderos docudramas, lo que explica el entusiasmo de muchos con Fragmentos de una mujer, de la que se destaca ante todo la intensidad de su supuesto realismo, bastante exterior y deleznable.

Seguramente muchos espectadores quedarán tocados con el suceso central de Fragmentos de una mujer y habrá espacio para conversaciones sobre los asuntos que se hacen obvios como la relación generacional entre las mujeres, la intervención impertinente de la madre de Martha, la condición social y económica del marido. En fin, buenos temas para discutir en foros de familia.

En el trabajo de Kornél Mundruczó todo es real, pero solo en la capa más superficial. Más que las cosas que suceden, lo que interesa en una obra cinematográfica son las propuestas de lectura que nos ofrezca el director, ausentes en Fragmentos de una mujer. La forma de abrir la película con el marido y de cerrar con la ilusión de un futuro en el que el drama se supere incrementan la sensación de errancia y neutralidad. La actriz Vanessa Kirby sale adelante en un reto exigente que habla de su talento para llegar  más lejos en una carrera que luce promisoria.

 

 

 


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