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Dolor y gloria: la autobiografía como ficción
Orlando Mora

Desde el momento de su estreno en España en el  mes de marzo y luego con ocasión de su inclusión en la competencia oficial de Cannes en mayo  pasado solo he leído elogios sobre Dolor y gloria, la última película de Pedro Almodóvar que acaba de estrenarse en el país. Las expectativas eran muy altas y debo confesar una cierta frustración personal al no encontrar las excelencias que otros han conseguido ver. Como trabajo total, me parece que está  lejos de otros grandes títulos del español como Todo sobre mi madre (1999) y Volver (2006). 
Trataré de poner en orden mis reservas, empezando por un hecho que se ha destacado con infaltable énfasis en  las críticas  y es su carácter decididamente autobiográfico. Se alaba el coraje inquebrantable del director para hurgar  en sus memorias de la niñez y de los años de  juventud, vividos en plena movida madrileña, en un acto que se valora casi como una confesión.
Por todo lo conocido de Almodóvar es evidente que Salvador Mallo, el protagonista del filme, se nutre como personaje de ficción de algunas experiencias del  director, pero sin que  pueda hablarse propiamente de un alter ego, ya que no median razones para ello. El director ha sido siempre el autor de los guiones de sus películas, los que escribe a partir de sus recuerdos, sus intuiciones y su personal manera de estar en el mundo, incluidas las que él llama “sus preferencias sexuales”. En esa medida  no existe diferencia  entre el español y  otros directores que ejercen como auténticos autores y escriben y responden de sus  guiones.
Dolor y gloria es pura ficción y así deje juzgarse y valorarse, sin que tenga sentido la consideración  de saber cuánto de autobiográfico hay en la historia que construye y cuenta Almodóvar, queriendo convertir  esa circunstancia en una especie de valor agregado del filme. Cuando en el futuro los investigadores de entonces quieran  saber más del español, no creo que les vaya a ser de mayor utilidad el esfuerzo de rastrear en lo que de autobiográfico  pueda traer esta película.
Ahora bien, vista como obra de ficción, Dolor y gloria se ocupa de la crisis de un creador, un estado  por el que pasan y pasarán todos los verdaderos artistas, con esos momentos de dudas profundas, de ausencia de certezas que impiden saber si lo hecho ha valido la pena y todavía más, si se quiere  y habrá fuerzas para volver a la creación. Salvador Mallo, el protagonista del filme, consigue superar ese estado y regresa a la escritura, luego de vencer el reto de una cirugía  que bien puede leerse  como una metáfora sobre el estado de salud espiritual del personaje.
Para nosotros los reparos mayores a Dolor y gloria vienen con el armado general de la película, con su construcción como narración que luce débil por la estructura de tiempos que utiliza el español, con un regreso a los días de la infancia francamente excesivo. No solo se vuelve demasiadas veces a las experiencias de la niñez, algo que dramáticamente no funciona, sino que la articulación de esas vueltas atrás no están concebidas con la solidez de lo necesario y bien  pudieran estar donde quedaron o en cualquier otro momento, en lo que aparece como un simple recurso para dar una mínima cohesión al relato, más allá de entender y aceptar que lo que ha querido el español es hacer una obra de instantes, de pasajes.
Algunos momentos de esos retornos a los recuerdos de la infancia son flojos, como acontece con la relación del niño con el obrero a quien enseña a leer y con quien empieza a descubrir sus inclinaciones sexuales, al igual que otros episodios más cercanos en el tiempo  como la decisión de Salvador de no asistir a la función en la filmoteca de Abrazo,  su exitosa película de treinta y dos años atrás.
Dolor y gloria nos trae un Almodóvar contenido, que esta vez ha renunciado en parte a su gusto por los colores intensos y al barroquismo de sus decorados y de su puesta en escena, algo que evidentemente guarda relación con el tema de que trata el filme, más escueto y concentrado en el registro de lo emocional, que es quizás lo que más entusiasma a sus admiradores. En esa medida el ensayo de deconstrucción que propone el final no aporta mayor cosa y casi que uno siente nostalgia de la progresión y el clímax melodramático de otras de sus obras.
El cine del  español  ha sido siempre un muestrario de sentimientos frágiles  y casi  a punto de quebrarse, un campo en el que el director se mueve con una soltura ejemplar. Mucho de eso se mantiene en Dolor y gloria, aunque tal vez  algunas de sus partes resulten superiores a la obra como totalidad.


 


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